viernes, 11 de enero de 2013

PEGAR A LOS NIÑOS NO ES UNA OPCIÓN EDUCATIVA


Artículo publicado en la revista de habla hispana "La Ruptura" el 21 de enero de 2013 




Más de una vez he presenciado a padres y madres pegar a sus hijos. No estoy hablando de una paliza en sentido estricto sino del tradicional aunque, en mi opinión, antipedagógico “azote a tiempo”. Nunca he sido partidaria de justificar la violencia, con independencia de su grado. Considero que hiere de muerte a la racionalidad que se le presupone al ser humano y que le debe distinguir del resto de los animales. Distinto es que, en función de las circunstancias que la originen, pueda sentir una mayor o menor comprensión con quienes la ejercen, pero siempre rechazando de plano que sea contemplada como una opción educativa. Es una alternativa que deploro y a la que no otorgo efectividad alguna ni a medio ni a largo plazo. Sin embargo, multitud de personas opinan que  una torta, una nalgada o un zarandeo son de gran utilidad y persisten en acudir a ellos en la esfera familiar. Paradójicamente, en los períodos vacacionales aumentan estas conductas, ya que los niños pasan más tiempo en compañía de los adultos y ponen a prueba su paciencia.

Convendría tener en cuenta que lo que para algunos es un límite aceptable de brusquedad, otros pueden considerarlo excesivo. Además, es más que probable que la intensidad del gesto aumente a medida que otras acciones previas carezcan de efectividad. Algunos progenitores, cuando una situación les supera, no saben cómo actuar y recurren muy a su pesar al cachete. Pero si a nadie le gusta que le aticen, menos todavía a los chiquillos que, ante la manifiesta pérdida de papeles de sus cuidadores, se sienten profundamente humillados y dolidos. Estas reacciones tan disculpadas socialmente no son más que la constatación de un irresponsable impulso humano susceptible de ser controlado. Se trata de un recurso rechazable y constituye un modelo pésimo para la corrección del comportamiento y la resolución de conflictos, además de resultar doloroso para ambas partes, tanto física como emocionalmente.


La experiencia dicta que no existe mejor camino hacia una educación eficaz que el de los buenos ejemplos. En las etapas iniciales del desarrollo, como de verdad se aprende no es escuchando lo que se debe hacer sino viendo cómo lo hace el responsable de quien se depende. Por lo tanto, el azote, por suave que sea, transmite el mensaje erróneo de que los más fuertes imponen su criterio y de que, en consecuencia, perder el control puede estar justificado en determinadas ocasiones. El hecho cierto es que educar a un hijo no tiene plazo de caducidad. No concluye cuando cumple los tres años, ni los seis ni  los catorce, si bien llegará un día en el que ya no podrá ser controlado a base de levantarle la mano. Debemos entonces reconocer con absoluta sinceridad que los más pequeños son los destinatarios de este tipo de medidas por la sencilla razón de que están en inferioridad de condiciones. La prueba más evidente es que a nadie en su sano juicio se le ocurriría hacer lo mismo con un vecino molesto, un conductor agresivo o un jefe despótico, en previsión de que éstos le partieran la cara.


Hay que tener presente que los menores merecen recibir el mismo trato que dispensamos a quienes ya no lo son. Ser sus padres no equivale a ser sus dueños ni otorga carta blanca para descargar sobre ellos unas tensiones del día a día que ni siquiera han provocado y que, en algunos casos, culminan en procesos de divorcio. En este sentido, los profesionales de la Psicología afirman que todo aquel que sufre reacciones violentas por parte de sus padres interioriza la idea perversa de que tales conductas pueden ser aceptables si se ejercen contra alguien más débil o si se emplean aduciendo una causa justa, luego no es descartable que él mismo las reproduzca en su madurez. Tampoco es infrecuente que el adulto, para justificarse ante sí mismo, pronuncie la famosa coletilla “es por su bien”. Yo me conformo con que, si no se puede evitar la pérdida de control, al menos se reconozca el error y no se trate de adornar con florituras vanas.





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