"NO PUEDO EN CONCIENCIA PERMITIR QUE EL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS DESTRUYA LA PRIVACIDAD, LA LIBERTAD DE INTERNET Y LAS LIBERTADES FUNDAMENTALES DE LAS PERSONAS DE TODO EL MUNDO CON ESTA MÁQUINA DE VIGILANCIA MASIVA QUE ESTÁ CONSTRUYENDO EN SECRETO".
Edward Snowden, denunciante.
Nunca
me han gustado los espías, al margen de que algunos de ellos (James Bond, Jason
Bourne, el Super Agente 86) me hayan proporcionado grandes dosis de placer a
través de las grandes y de las pequeñas pantallas. Los deploro desde lo más
hondo de mi ser porque el contenido de su trabajo me parece, como mínimo,
discutible y, como máximo, repugnante. Agitando la bandera del mal menor, se
dedican a olfatear como perros de presa en los universos ajenos, con la burda excusa
de defender patrias e ideologías. Detrás de sus apariencias a veces atractivas
(Bond), a veces atormentadas (Bourne), a veces torpes (Smart), se esconden unos
tipos que perviven fiscalizando las actividades de terceras personas
susceptibles de “portarse mal”. Por supuesto, dentro de ese grupo estamos ustedes
y yo, aunque a veces el mayor de nuestros pecados consista, simplemente, en no gestionar
los sentimientos y las emociones a gusto de todos o de forma convencional.
Abandonando
el ámbito de la ficción y centrándonos en el de la realidad –que, desde luego,
supera a aquella-, acaba de salir a la luz el caso Snowden, un joven
informático estadounidense que ha puesto en jaque a la Administración Obama merced
a sus declaraciones sobre las prácticas del Gobierno norteamericano en lo
tocante a las filtraciones a través de Internet. Edward Snowden, prófugo a día
de hoy en Hong Kong al estilo de Julian Assange en la Embajada de Ecuador en
Londres, ha ilustrado al mundo de lo que el mundo ya se temía: que, por mor del
progreso y de los avances tecnológicos (¿), nuestra privacidad es ya cadáver,
por los siglos de los siglos. Amparados en estrategias antiterroristas de
obligado cumplimiento, miles de informáticos se dedican a bucear a diario en
nuestra cotidianeidad, leyendo nuestros correos electrónicos, escuchando
nuestras charlas telefónicas, cotejando nuestros análisis de orina y constatando
nuestras preferencias sexuales. De hecho, mientras escribo estas líneas, me
estoy palpando por si descubro un microchip intradérmico en alguna parte de mi
anatomía. De momento, no parece…
Pero,
una vez superado el asco inicial al conocer la primicia del empleado de la CIA –probablemente,
fugitivo de por vida-, me queda el consuelo de que NADIE podrá entrar nunca en
mi mente, en mi alma y en mi corazón sin mi permiso. JAMÁS. Se quedan para mí porque
son míos y sólo míos y, por lo tanto, los entrego a voluntad.
Este
humilde aviso para navegantes del espionaje -que me provocan el mayor de los
desprecios, sean profesionales o amateurs, conocidos o desconocidos- me
consuela y me llena de paz interior. Que sepan que lo que yo piense, crea,
recuerde, añore o sienta es materia reservada y ni el mismísimo morador de la
Casa Blanca podrá acceder a ella.
I.
LOS PROGRES (diciembre 2010)
II.
LOS ECOLOGISTAS A DISCRECIÓN (febrero 2011)
CATÁLOGO HASTA LA
FECHA
III.
LAS FEMINISTAS EXCLUYENTES (junio 2011)
IV. LOS CONCURSANTES DE REALITIES (julio 2011)
V.
LOS POLÍTICOS EN CAMPAÑA (noviembre 2011)
VI.
LOS FALSEADORES DE CURRICULUM (febrero 2012)
VII.
LOS LIGONES DE TRES AL CUARTO (mayo 2012)
VIII.
LOS "ANIMALES DE PESEBRE" (febrero 2013)
IX.
LOS DESPRECIABLES ESPÍAS (junio 2013)
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