Vivimos tiempos de
confusión.
El aumento de la esperanza
de vida, unido a los avances de la estética y a los cambios de modelos
culturales, ha dado lugar a una sociedad de nuevo cuño formada por una raza que
comienza a ser conocida con el nombre de AMORTALES.
Los amortales son seres que
se caracterizan por mantener un tipo de actividades y de patrones de consumo
prácticamente idénticos desde la adolescencia hasta el fin de su vida. Resulta
chocante comprobar que modelos de ocio como, por ejemplo, el
botellón, cuentan entre sus adeptos con individuos que han cumplido con creces
los treinta años y que todavía permanecen en el domicilio paterno.
Asimismo, no es menos
frecuente observar a más de un cuarentón en sus ratos libres viviendo su
segunda adolescencia pegado a la videoconsola.
Los cincuenta años de ahora
equivalen a los treinta de hace décadas y las madres de último minuto aumentan
exponencialmente, trayendo al mundo a unos hijos que muy bien podrían ser sus
nietos.
En torno a la sesentena, y
coincidiendo con la etapa de la jubilación laboral, son innumerables las
personas que invaden los gimnasios y que reivindican una frecuente actividad
sexual.
La ancianidad no se inicia a
los setenta, ni siquiera a los ochenta. Si acaso, a los noventa y, a veces, ni
entonces.
Esta realidad actual nos
abre los ojos a un reciente catálogo humano que incluye desde las
preadolescentes que, sobre sus tacones, exhiben el erotismo de una adulta hasta
las madres de jovencitas que, contra
natura, imitan a sus hijas, sin olvidar a los nuevos “adultescentes” que
integran esa tierra de nadie que se extiende entre los veinte y los cuarenta
largos.
Es indudable que todas las
edades parecen trastocadas con respecto a anteriores generaciones. La infancia
está desapareciendo y la inmensa mayoría de los adultos, ayudados por la
cirugía, no está por la labor de abandonar su País de Nunca Jamás.
Cabe preguntarse si, proscrita
ya aquella regla de urbanidad que nos obligaba a comportarnos en función de los
años que teníamos en cada momento, esta era tecnológica en la que estamos
inmersos ayudará al género humano a conciliar su cuerpo con su alma.
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