La primera vez que oí el mismo comentario fue de labios
de otro niño, esta vez más pequeño. Cinco años. Seis, a lo sumo. Ya ha pasado
un lustro desde entonces. Yo estaba en el patio del colegio, recogiendo a mi
hijo menor y saludando a sus compañeros de clase. Siempre he sido muy niñera y
los besos y los abrazos me pierden. Supongo que Alberto me habría sorprendido
en alguno de mis excesos afectivos aquella tarde. El caso es que se acercó a
David y, en voz baja, apenas audible con el ruido de fondo de la chiquillería,
le dijo: “Tu madre es güena”. Recuerdo que tragué saliva y pensé que era uno de
los mejores piropos (si es que encaja en tal categoría) que me habían dirigido
en mi vida.
Una de estas mañanas veraniegas, después de haber estado
un rato en otro patio supervisando baños y juegos infantiles mientras terminaba
de leer una novela, invité a tres chiquillos de once años (con el mío, cuatro)
a casa, a jugar un rato hasta la hora de comer. Me pidieron agua, a la que
añadí unos zumos de mango y unos cuencos de patatas fritas. Cuando estaban a
punto de salir de la cocina en dirección al salón, uno de ellos (Álex,
concretamente), se acercó a David y, a voz en grito, le dijo: “Tu madre es
buena”. Y fue como viajar en el tiempo. Volver a 2008. Idéntico vértigo. El
mismo chispazo de felicidad. El colofón perfecto para un verano que empieza a
batirse en retirada.
!!!Que bonito, Myr!!! Que un niño de once años siga pensando eso mismo, más propio de uno de cinco, no tiene precio!!! No cambies nunca!!! Rose.
ResponderEliminarTienes razón, Rosa. Fueron dos momentos emocionantes que recordaré siempre y que reafirman mi manera de pensar: la prioridad en esta vida son las personas y, muy especialmente, los niños.
ResponderEliminarUn beso muy fuerte y feliz inicio de temporada.
MYRIAM