Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 3 de abril de 2014
Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 4 de abril de 2014
Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 4 de abril de 2014
Entristecida aún por el fallecimiento de
Adolfo Suárez y profundamente conmovida
por su demoledor epitafio (“La concordia fue posible”) me declaro, hoy más que
nunca, ferviente partidaria de una reforma urgente de nuestra vigente Carta
Magna, cuya elaboración se debe en gran medida al ejemplar primer Presidente de
la democracia española.
Desde hace tiempo existe un recurrente debate social
sobre la conveniencia de modificar determinados contenidos de la Norma Suprema.
Sin embargo, la maduración de esta opción es inversamente proporcional a los
deseos de la actual clase política de ponerse manos a la obra. Por lo visto, la
casta que nos gobierna se encuentra muy cómoda sobre el tablero de ajedrez que
conforman los ciento sesenta y nueve artículos del texto normativo. La prueba
es que tan sólo se han introducido dos exiguas modificaciones al mismo. La
primera, la adaptación del originario artículo 13.2, por ser incompatible con
el posterior Tratado de Maastricht. La segunda y última, bien reciente, la inclusión
(a la velocidad del rayo) del principio de estabilidad presupuestaria en el
artículo 135, sospechoso apaño de los dos partidos mayoritarios amparándose en
la “gravedad de la situación económica”. Pero, más allá de estas actuaciones
puntuales, nadie se ha atrevido a plantear seriamente una reforma
constitucional de auténtico calado. A lo sumo, y con la boca pequeña, se habla del
lío que supondría la hipotética venida al mundo de un hijo varón al seno de la
pareja formada por Letizia Ortiz y Felipe de Borbón, circunstancia que
difícilmente afectará al ánimo de los parados de larga duración.
Lo que resulta
innegable es que aquel respeto reverencial que suscitaba el vértice de nuestro
ordenamiento jurídico ha pasado a mejor vida y la culpa de ese desprestigio
hunde sus raíces en el pésimo comportamiento de unos representantes políticos
que están encantados con este deplorable statu
quo. La exigencia de cambios por parte de un cada vez más amplio sector de
la sociedad despierta no pocos recelos y temores en importantes facciones tanto
del PSOE como del PP, convencidos de ser los guardianes por excelencia de las
esencias del pacto de la Transición. Por eso, se afanan en convencer a las
masas de que con la revisión de aquellos acuerdos posfranquistas se pondría en
riesgo el legado de toda una generación y reaparecería el miedo atávico a la
confrontación de las dos Españas.
Sin embargo, yo no estoy de acuerdo en absoluto
con unos posicionamientos a caballo entre la cobardía y la mediocridad que nos
condenan irremisiblemente a la eterna minoría de edad democrática. Por el
contrario, creo que, treinta y cinco años después, los ciudadanos hemos
cambiado la percepción de aquel sacrosanto consenso y hemos sido capaces de
comprobar sus luces y sus sombras, sus indudables virtudes pero, también, sus graves
defectos. Educados en ideas y valores diversos, empezamos a cuestionar algunos
dogmas y abogamos por estimular un debate sereno y razonado sobre cómo deseamos
articular nuestra futura convivencia. No debería considerarse ningún drama que
varios aspectos constitucionales básicos fueran modificados y que algunas
temidas Cajas de Pandora, como la alternativa a la Monarquía o la revisión del
ruinoso modelo autonómico, se abrieran de una vez por todas.
Con una población gravemente
herida por la crisis, con una separación de poderes meramente teórica, con un
sistema electoral que no respeta la verdadera voluntad popular, con una
percepción bochornosa de la Justicia y con una serie de dirigentes -pertenezcan
al partido que pertenezcan- cuya gestión y credibilidad rozan el esperpento (todo
ello sobre un escenario de corrupción e impunidad), la nación española que Suárez
recuperó de las cenizas vuelve a estar al borde del abismo. Que no lo olviden quienes
llevan sus riendas mientras muestran cabizbajos sus condolencias en entierros y
funerales.
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