Hoy, la jornada posterior a la Festividad de Todos los Santos, se celebra el Día de los Fieles Difuntos pero yo no recordaré a quienes me precedieron en el tránsito a la otra vida de forma distinta a como lo hago a diario.
En mi mente y en mi corazón siguen estando junto a mí, siento su presencia y su aliento, guardo su ejemplo como el bien más preciado y trato de no defraudarles con mis actos allá donde estén.
Este viernes también rezaré por ellos, como lo hice ayer jueves, como lo haré mañana sábado. Y el domingo. Y el lunes. Y les pediré que no me dejen nunca sola, que me ayuden a acertar en mis decisiones, que me sigan enviando señales que sólo yo seré capaz de reconocer.
Y no dejaré de darles las gracias eternamente por haberme querido tanto y tan bien, por haberme dejado como herencia una fe que me esfuerzo en conservar y en transmitir.
Esta tarde limpiaré sus lápidas y colocaré flores maravillosas sobre sus restos pero tampoco lo haré de forma distinta a como lo hago quincena a quincena. Mientras sus nombres, que son mis nombres, adornen el negro y brillante mármol, acudiré a honrarles como se merecen, para que no haya duda de que su familia mantiene en condiciones dignas su última morada terrenal.
No sé dónde están sus almas pero sí sé que lo que queda de sus cuerpos, que tantas veces besé y abracé, reposa bajo una tierra sagrada que, mientras no me fallen las fuerzas, exhibirá orgullosa, a salvo del barro y de las malas hierbas, los colores y los aromas de la naturaleza.
Quienes son recordados no mueren jamás.
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