Confieso que en determinadas
cuestiones soy un poco antigua. Sin ir más lejos, me está costando un mundo
adaptarme al progreso tecnológico. Tengo el mismo móvil desde hace años -lo que
lo convierte en un objeto casi de museo- y la utilidad que le doy se reduce a
mandar mensajes, telefonear, contestar llamadas y colgar. Ni siquiera hago
fotos. Para colmo, apenas sé diferenciar entre Smarts, Ipads, Ipods, Iphones y
esa infinita selección de artefactos de última generación que me producen una
inevitable ansiedad.
La repercusión mediática del
prematuro fallecimiento de Steve Jobs y la avalancha de informaciones derivadas
del mismo me reafirmaron en mi supina ignorancia en materia de nuevas tecnologías
en general y de redes sociales en
particular. Sobra decir que todavía no pertenezco a ninguna de ellas, aunque
todo parece indicar que, más pronto que tarde, tendré que reconsiderar mi
anacrónica reticencia. Pero, por el momento, me cuesta comprender esta fiebre
colectiva por trasladar a Internet hasta el detalle más nimio de la existencia
cotidiana, incluidas determinadas imágenes que personalmente enmarco en la más
estricta intimidad.
Al hilo de lo expresado
anteriormente, leí en su momento un artículo donde se facilitaban una serie de
pautas para distinguir a un nuevo tipo de enfermos denominados nomofóbicos.
Esta patología, cuyo origen etimológico proviene de los términos ingleses
“No-Mobile-Phone Phobia”, es ya objeto de estudios psicológicos y no es para
menos, si quiera porque sus afectados aumentan de un modo imparable y paralelo
al de los usuarios incontrolados del resto de artilugios informáticos. Sus
víctimas, cada vez más numerosas, presentan una dependencia total del teléfono
móvil y no contemplan su día a día sin ese pequeño aparato que se ha convertido
en un apéndice de su propio cuerpo.
Los síntomas que sufren son
múltiples y se traducen en comportamientos tales como volver a buscarlo en caso
de olvido, ya que el miedo irracional a salir a la calle sin él les paraliza;
adquirir un cargador nuevo si se quedan sin batería, prestos a enchufarlo en la
primera clavija disponible; no acceder a locales sin cobertura garantizada o,
si no les queda otro remedio, entrar y salir a la calle continuamente para
hacer las comprobaciones oportunas; no apagar jamás el terminal, poniéndolo en
modo vibración y observándolo sin descanso cuando se aventuran a acudir al cine
o a cualquier otro espectáculo; o estar operativos y localizables las
veinticuatro horas del día, incluso después de acostarse.
Diversos especialistas están
constatando que tan moderna esclavitud incrementa la agresividad, la dificultad
de concentración y la inestabilidad emocional de quienes la padecen. Por ello,
recomiendan particularmente a los padres que, a modo de prevención, eviten que
sus hijos tengan conexión a la red desde su habitación, a la vez que
establezcan unos horarios adecuados para el uso racional de estos dispositivos.
En la actualidad, su principal utilización se centra en el envío de Whatsapps y
en la participación en chats. Por ello, sobre todo en la etapa juvenil, carecer
de móvil conlleva un apagón comunicativo prácticamente absoluto. Pruebas
recientes avalan asimismo que, cuantas más prestaciones posea el terminal, más
aumenta el fanatismo de su usuario, situándose los populares Smartphones a la
cabeza de este preocupante ranking.
En un Congreso de Familias,
Adolescentes y Drogas celebrado no hace demasiado tiempo en Bilbao y organizado
conjuntamente por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción y el Ministerio
de Sanidad, se reiteró en varias ocasiones la percepción de que las redes
sociales se están convirtiendo en una auténtica droga por la adicción que
generan, llegándose a equiparar sus efectos a los de las sustancias más
convencionales. Así que, visto lo visto, confieso abiertamente mi "fobia a
la nomofobia" y abogo por un modelo de relaciones interpersonales
decididamente más presencial y menos virtual.
Totalmente de acuerdo, Myr, da pena ver los adolescentes en la calle, todos smartphone en mano, sin dirigirse la palabra en toda la tarde o hablando entre ellos a través del artilugio y no directamente... Yo también quiero para ellos un modelo de relaciones interpersonales menos virtual y más presencial, cálido y humano!!!
ResponderEliminarBesicos f(l)orales.
Tu incondicional:
Rose.
Así es.
ResponderEliminarPersonalmente, y por mucho que se insista en la idea de que hay que adaptarse sí o sí a los nuevos tiempos, me declaro en contra de toda actividad que vaya en detrimento de la calidad de las relaciones interpersonales.
Mucho me temo, además, que las próximas generaciones arrastraran un déficit muy notable en la expresión tanto oral como escrita.
Reconociendo que el progreso tiene sus ventajas, este aspecto en concreto no me parece una de ellas.
Besos también para ti en esta cálida tarde santacrucera.
MYRIAM