sábado, 11 de enero de 2014

LA VIDA TE DA SORPRESAS






Hace casi tres años, coincidiendo con el estreno de la emocionante cinta “Más allá de la vida”, dirigida por el maestro Clint Eastwood, publiqué un artículo en el periódico La Opinión de Tenerife titulado “Clases particulares para afrontar la muerte”. Era el día 1 de febrero de 2011.

Mi sorpresa ha sido mayúscula al leer esta misma semana en la prensa digital que un proyecto pedagógico mostrará a los escolares de la Comunidad Foral de Navarra la muerte como un proceso natural. La iniciativa está promovida por el Hospital San Juan de Dios y el Departamento de Educación del Gobierno navarro, será impartida por expertos en cuidados paliativos y duelo, y tiene por objeto contrarrestar la actual tendencia social al ocultamiento de todos los aspectos relacionados con el fallecimiento.

Se considera que una pedagogía de la muerte, no necesariamente vinculada a una creencia o confesión religiosa determinada, genera una mejora en las competencias del alumnado, tanto a la hora de afrontar las propias pérdidas, como a la de acompañar mejor las que sufren otras personas, produciéndose un cambio de actitud en la manera de acercarse a dicha realidad.

En la misma noticia se informa de que el curso pasado se llevaron a cabo dos experiencias piloto en Pamplona, concretamente en el IES Basoko y en el Liceo Monjardín, cuyo resultado altamente satisfactorio ha propiciado la formalización y extensión del citado proyecto a otros centros educativos.

Se da la circunstancia de que yo cursé EGB, BUP y COU en el colegio Ursulinas de Jesús, antigua denominación del actual Liceo Monjardín, por lo que mi alegría es doble. Me parece mentira que aquella sincera aspiración personal que manifesté hace tres años se haya convertido en realidad.

Definitivamente, la vida te da sorpresas. En esta ocasión, una muy grata.


CLASES PARTICULARES PARA AFRONTAR LA MUERTE

Hace más de una década sufrí en mis propias carnes una experiencia personal que habría de marcar mi futuro. Varias estancias hospitalarias precedieron a la muerte de mi madre y aquel período que ambas compartimos me sirvió para comprender que hay otros mundos en los que la enfermedad, la soledad y el dolor son compañeros inseparables. Mundos frecuentados por cuerpos enfermos que se sienten solos y desamparados. Mundos habitados por profesionales de la medicina y la enfermería, por voluntarios, por religiosos y por empleados de las áreas más diversas que, en la mayoría de los casos, son un modelo de entrega y solidaridad. Mundos en los que familiares y amigos están sometidos al yugo inexorable de los horarios de visita. Mundos temporal o definitivamente alejados de la felicidad, de la tranquilidad, de la cotidianeidad.

Desde entonces, siempre me he preguntado por qué no nos educan para la muerte desde que somos niños. Si la única certeza con la que nace el ser humano es la de saber que más pronto o más tarde morirá, no sería tan descabellado que existiera un protocolo educativo que nos sirviera para afrontar de un modo positivo tan inevitable realidad. La larga etapa de aprendizaje que durante nuestra infancia tiene lugar en las aulas sería la más idónea para que nos informaran y nos formaran, junto al resto de materias tradicionales, sobre la comprensión y posterior aceptación de nuestra caducidad innata. Sin duda, nos ahorraríamos mucho sufrimiento y sería la mejor orientación para  valorar nuestra vida en su justa medida y aprovecharla intensamente.

No hay duda de que la muerte es una constante fuente de preocupación para el ser humano. En mi opinión, pocas son las personas que no tuercen el gesto cuando se aborda este tema y, en función de la postura que adoptan al respecto, las divido básicamente en dos grupos. El primero lo integrarían quienes dicen no temer el momento de su despedida terrenal y el segundo los que se horrorizan ante la perspectiva del final de su existencia. Confieso que yo aún no tengo claro de cuál formar parte. Dependo de mis estados de ánimo. Pero, en todo caso, unos y otros compartimos la misma sensación de vacío interior ante el fallecimiento de un ser querido.

La pérdida de un amigo íntimo fue el detonante que impulsó al magnífico guionista Peter Morgan a escribir la conmovedora historia de “Más allá de la vida”, última película dirigida por el maestro Clint Eastwood que, a través de estas líneas, me atrevo a recomendar abiertamente. Transmite el escritor con sorprendente sinceridad la terrible soledad que padeció cuando, de la noche a la mañana, perdió a un compañero muy cercano y se vio sin ninguna muleta en la que apoyarse para superar una situación tan dura como inesperada. Explica en sus entrevistas de promoción del largometraje cómo días después del óbito podía percibir con claridad una presencia que le acompañaba y que él asociaba al ser querido que acababa de desaparecer. Sin prejuicios y desde el convencimiento de que las almas emprenden el camino hacia una dimensión desconocida pero continúan influyendo en quienes compartieron su andadura mortal, Morgan entrelaza tres emocionantes relatos de seres que han sufrido experiencias cercanas a la muerte. Con seriedad, huyendo del sentimentalismo y construyendo un mensaje de esperanza, la cinta conecta con ese universo de miedos y dudas en el que, en ocasiones, todos nos vemos inmersos.

Exigimos respuestas. Necesitamos consuelo. Muchos recurrimos a la fe. Otros, los más fieles defensores de la máxima “ojos que no ven, corazón que no siente”, abogan por la negación total. Nada de hospitales, nada de tanatorios, nada de cementerios, intentando en vano protegerse del dolor con esa actitud. Algunos, los menos, acuden a gabinetes de videncia movidos por la imperiosa necesidad de contactar con sus muertos, de darles un último beso, de zanjar conversaciones interrumpidas bruscamente cuando baja el telón. Así que la suma de todas estas circunstancias me lleva a considerar que nuestra fragilidad ante el tránsito desconocido por excelencia, seamos mujeres u hombres, jóvenes o viejos, creyentes o ateos, nos convierte en alumnos más que cualificados para recibir clases de la más trascendental asignatura pendiente: aprender a afrontar la muerte.




4 comentarios:

  1. Querisísima Myr, una vez más, nos das una lección de vida, como ves, anticipándote en una labor necesaria para el género humano: prepararnos para afrontar la muerte, lo único seguro con que contamos en la vida.
    Besicos forales, Rose.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, tesoro.

    Comenzar la semana con tus comentarios es una verdadera inyección de energía y de motivación.

    Mil besos desde tierras guanches.

    MYRIAM

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Cuánta razón tienes! Nos empeñamos en ignorar una parte de la vida que va a llegar de todas formas, y esta forma nuestra tan antinatural de tratar la muerte nos lleva a un mayor sufrimiento. Me parece una iniciativa muy necesaria, de la que no tenía ni idea.
      Un besote.

      Eliminar
  3. Gracias, preciosa.

    Sé que tu comentario nace de la experiencia y por eso lo valoro tanto. ¡Qué afortunadas somos por haber nacido en nuestras respectivas familias, a la sombra de unas madres como las nuestras y con la sensibilidad como compañera de viaje!

    Espero que podamos charlar muy pronto.

    Mis abrazos cruzan un océano.

    MYRIAM

    ResponderEliminar