Hace
casi tres años, coincidiendo con el estreno de la emocionante cinta “Más allá
de la vida”, dirigida por el maestro Clint Eastwood, publiqué un artículo en el
periódico La Opinión de Tenerife titulado “Clases particulares para afrontar la
muerte”. Era el día 1 de febrero de 2011.
Mi
sorpresa ha sido mayúscula al leer esta misma semana en la prensa digital que un
proyecto pedagógico mostrará a los escolares de la Comunidad Foral de Navarra
la muerte como un proceso natural. La iniciativa está promovida por el Hospital
San Juan de Dios y el Departamento de Educación del Gobierno navarro, será
impartida por expertos en cuidados paliativos y duelo, y tiene por objeto
contrarrestar la actual tendencia social al ocultamiento de todos los aspectos
relacionados con el fallecimiento.
Se
considera que una pedagogía de la muerte, no necesariamente vinculada a una
creencia o confesión religiosa determinada, genera una mejora en las
competencias del alumnado, tanto a la hora de afrontar las propias pérdidas,
como a la de acompañar mejor las que sufren otras personas, produciéndose un
cambio de actitud en la manera de acercarse a dicha realidad.
En
la misma noticia se informa de que el curso pasado se llevaron a cabo dos
experiencias piloto en Pamplona, concretamente en el IES Basoko y en el Liceo
Monjardín, cuyo resultado altamente satisfactorio ha propiciado la
formalización y extensión del citado proyecto a otros centros educativos.
Se
da la circunstancia de que yo cursé EGB, BUP y COU en el colegio Ursulinas de
Jesús, antigua denominación del actual Liceo Monjardín, por lo que mi alegría
es doble. Me parece mentira que aquella sincera aspiración personal que
manifesté hace tres años se haya convertido en realidad.
Definitivamente,
la vida te da sorpresas. En esta ocasión, una muy grata.
CLASES PARTICULARES PARA AFRONTAR LA MUERTE
Hace
más de una década sufrí en mis propias carnes una experiencia personal que
habría de marcar mi futuro. Varias estancias hospitalarias precedieron a la
muerte de mi madre y aquel período que ambas compartimos me sirvió para
comprender que hay otros mundos en los que la enfermedad, la soledad y el dolor
son compañeros inseparables. Mundos frecuentados por cuerpos enfermos que se
sienten solos y desamparados. Mundos habitados por profesionales de la medicina
y la enfermería, por voluntarios, por religiosos y por empleados de las áreas
más diversas que, en la mayoría de los casos, son un modelo de entrega y
solidaridad. Mundos en los que familiares y amigos están sometidos al yugo
inexorable de los horarios de visita. Mundos temporal o definitivamente
alejados de la felicidad, de la tranquilidad, de la cotidianeidad.
Desde
entonces, siempre me he preguntado por qué no nos educan para la muerte desde
que somos niños. Si la única certeza con la que nace el ser humano es la de
saber que más pronto o más tarde morirá, no sería tan descabellado que
existiera un protocolo educativo que nos sirviera para afrontar de un modo
positivo tan inevitable realidad. La larga etapa de aprendizaje que durante
nuestra infancia tiene lugar en las aulas sería la más idónea para que nos
informaran y nos formaran, junto al resto de materias tradicionales, sobre la
comprensión y posterior aceptación de nuestra caducidad innata. Sin duda, nos
ahorraríamos mucho sufrimiento y sería la mejor orientación para valorar nuestra vida en su justa medida y
aprovecharla intensamente.
No
hay duda de que la muerte es una constante fuente de preocupación para el ser
humano. En mi opinión, pocas son las personas que no tuercen el gesto cuando se
aborda este tema y, en función de la postura que adoptan al respecto, las
divido básicamente en dos grupos. El primero lo integrarían quienes dicen no
temer el momento de su despedida terrenal y el segundo los que se horrorizan ante
la perspectiva del final de su existencia. Confieso que yo aún no tengo claro
de cuál formar parte. Dependo de mis estados de ánimo. Pero, en todo caso, unos
y otros compartimos la misma sensación de vacío interior ante el fallecimiento
de un ser querido.
La
pérdida de un amigo íntimo fue el detonante que impulsó al magnífico guionista
Peter Morgan a escribir la conmovedora historia de “Más allá de la vida”,
última película dirigida por el maestro Clint Eastwood que, a través de estas
líneas, me atrevo a recomendar abiertamente. Transmite el escritor con
sorprendente sinceridad la terrible soledad que padeció cuando, de la noche a
la mañana, perdió a un compañero muy cercano y se vio sin ninguna muleta en la
que apoyarse para superar una situación tan dura como inesperada. Explica en
sus entrevistas de promoción del largometraje cómo días después del óbito podía
percibir con claridad una presencia que le acompañaba y que él asociaba al ser
querido que acababa de desaparecer. Sin prejuicios y desde el convencimiento de
que las almas emprenden el camino hacia una dimensión desconocida pero
continúan influyendo en quienes compartieron su andadura mortal, Morgan
entrelaza tres emocionantes relatos de seres que han sufrido experiencias
cercanas a la muerte. Con seriedad, huyendo del sentimentalismo y construyendo
un mensaje de esperanza, la cinta conecta con ese universo de miedos y dudas en
el que, en ocasiones, todos nos vemos inmersos.
Exigimos
respuestas. Necesitamos consuelo. Muchos recurrimos a la fe. Otros, los más
fieles defensores de la máxima “ojos que no ven, corazón que no siente”, abogan
por la negación total. Nada de hospitales, nada de tanatorios, nada de
cementerios, intentando en vano protegerse del dolor con esa actitud. Algunos,
los menos, acuden a gabinetes de videncia movidos por la imperiosa necesidad de
contactar con sus muertos, de darles un último beso, de zanjar conversaciones
interrumpidas bruscamente cuando baja el telón. Así que la suma de todas estas
circunstancias me lleva a considerar que nuestra fragilidad ante el tránsito
desconocido por excelencia, seamos mujeres u hombres, jóvenes o viejos,
creyentes o ateos, nos convierte en alumnos más que cualificados para recibir
clases de la más trascendental asignatura pendiente: aprender a afrontar la
muerte.
Querisísima Myr, una vez más, nos das una lección de vida, como ves, anticipándote en una labor necesaria para el género humano: prepararnos para afrontar la muerte, lo único seguro con que contamos en la vida.
ResponderEliminarBesicos forales, Rose.
Gracias, tesoro.
ResponderEliminarComenzar la semana con tus comentarios es una verdadera inyección de energía y de motivación.
Mil besos desde tierras guanches.
MYRIAM
¡Cuánta razón tienes! Nos empeñamos en ignorar una parte de la vida que va a llegar de todas formas, y esta forma nuestra tan antinatural de tratar la muerte nos lleva a un mayor sufrimiento. Me parece una iniciativa muy necesaria, de la que no tenía ni idea.
EliminarUn besote.
Gracias, preciosa.
ResponderEliminarSé que tu comentario nace de la experiencia y por eso lo valoro tanto. ¡Qué afortunadas somos por haber nacido en nuestras respectivas familias, a la sombra de unas madres como las nuestras y con la sensibilidad como compañera de viaje!
Espero que podamos charlar muy pronto.
Mis abrazos cruzan un océano.
MYRIAM