Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 6 de enero de 2014
La fecha mágica se repite invariablemente, año tras año, con idéntica
carga de ilusión.
Cuando
era una niña, acudía a la Cabalgata de la mano de mis padres. ¡Cuánto les
recuerdo todos los días de mi vida! Las calles de mi preciosa ciudad de
Pamplona presentaban un aspecto extraordinario, iluminadas de noche por sus
altas farolas. A veces, la nieve se amontonaba en las aceras, provocándonos un
frío intenso. Los pequeños íbamos enfundados en largas prendas de abrigo, a las
que acompañaban gorros, guantes y botas, mientras aguardábamos nerviosos el
momento más esperado. De pronto, como por arte de magia, el inicio de la
comitiva doblaba la esquina del Paseo de Sarasate y los aplausos estruendosos,
sumados a los gritos de emoción colectiva, se convertían en la mejor banda
sonora posible. Melchor, Gaspar (mi rey) y Baltasar, montados en brillantes
carrozas, se hacían acompañar de unos pajes muy dispuestos, que se encargaban
de escoltar los cargamentos de regalos. Después, regresábamos corriendo a casa
porque había que cenar y acostarse más pronto que nunca. Según nos decían los
adultos, los Magos de Oriente sólo dejaban los encargos de sus cartas a los
chiquillos que ya se habían dormido. Pero yo no podía conciliar el sueño de
ninguna manera y apretaba los ojos con fuerza, como si así el objetivo
resultara más sencillo. Por fin, a la mañana siguiente, en pijama y descalza,
abría la puerta del salón y allí estaban mis ilusiones envueltas en papeles de
mil colores.
Hoy,
cuando nos toca a nosotros ejercer de padres, también estará todo preparado.
Los paquetes, envueltos y escondidos. La jarra, llena de agua, casi hasta el
borde. A su alrededor, tres vasos de cristal. Enfrente, una bandeja con
turrones y mazapanes. Y a los pies del Árbol de Navidad, con las figuras del
Belén como testigos, los zapatos lustrosos colocados en fila india. Como
maravilloso preludio, y esta vez de la mano de nuestros hijos, deberemos
escoger un buen sitio para disfrutar de la Cabalgata, que discurrirá entre
flores tropicales por las cálidas avenidas de Santa Cruz de Tenerife. Aquí no
necesitaremos gorros ni bufandas, ni tampoco largos abrigos para protegernos de
la nieve, pero viviremos la noche de Reyes con la misma felicidad de siempre.
Porque un sentimiento tan universal no entiende de lugares ni de épocas.
Porque, como decía Rilke con su alma de poeta, “la verdadera patria del hombre
es la infancia”.
Es
hora de dormir. Es tiempo de soñar.
http://www.laopinion.es/opinion/2014/01/06/noche-reyes/518752.html
http://www.laopinion.es/opinion/2014/01/06/noche-reyes/518752.html
...creo que me haré adulto cuando me muera.
ResponderEliminarFeliz día de Reyes, querida Myriam.
Besos.
Juan Luis.
Lo mejor de la noche de reyes es que la ilusión no entiende de edad ni de geografía. Un gran beso.
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