A lo peor son cosas de la edad pero, de un tiempo a esta parte, me
sorprendo a mí misma echando la vista atrás en busca de ciertos paraísos que se
fueron para nunca más volver. Los buenos modales forman parte de esos recuerdos
nostálgicos que marcaron para bien a las anteriores generaciones (entre ellas,
la mía). Su drástico deterioro certifica que han pasado a mejor vida como
consecuencia de un individualismo galopante que ha hecho de la mala educación
su santo y seña. Y vaya por delante que, en mi humilde opinión, la buena
educación nada tiene que ver con la capacidad económica, como algunos
erróneamente piensan. He conocido multitud de ejemplos de hombres y mujeres con
escasos recursos económicos cuyo comportamiento exquisito daba cien mil vueltas
al de otros individuos teóricamente más cultos y adinerados.
Actitudes tan habituales antaño, como dar las gracias, pedir las cosas por
favor o tratar a los adultos de usted, son cada vez más infrecuentes y a
quienes nos resistimos a prescindir de ellas se nos suele tachar de arcaicos.
No hace tanto tiempo, resultaba impensable coincidir con un vecino en el portal
y que éste, en el mejor de los casos y sin mirarte a la cara, respondiera a tu
saludo con un rebuzno. O subir a un transporte público y no ceder el asiento a
las personas mayores. Sin embargo, ahora son los niños y los adolescentes
quienes ocupan los sitios libres mientras los ancianos se juegan el tipo a
ritmo de frenazo. Lo de ayudar a cruzar a la anciana el paso de peatones lo
dejo directamente para los libros de Historia. Contenta se puede ver la pobre
si, para colmo, no besa el pavimento embestida por algún patinador incontrolado
de los que frecuentan las aceras sorteando excrementos caninos. Y más le vale
no protestar, porque lo más suave que le
espetará el energúmeno en cuestión oscilará entre “vieja” y “que te den”.
Otros personajes no menos asociales son los partidarios de poner la música
a todo volumen, sea la de su vehículo, la de su habitación o la del local de
copas que regentan. No seré yo la que les censure su discutible gusto eligiendo
canciones pero deberían entender que, cuando uno vive en sociedad, ha de
respetar un nivel adecuado de decibelios para que su prójimo no acabe en el
especialista. Por no hablar de esos
nuevos esclavos tecnológicos, incapaces de poner el móvil en silencio cuando
frecuentan lugares públicos de toda índole, llámense hospitales, bibliotecas,
cines y hasta cementerios.
Tampoco se quedan atrás la inmensa mayoría de los tertulianos que
proliferan por las cadenas de radio y televisión y que no respetan en absoluto
sus turnos de intervención, pisoteándose los discursos unos a otros a voz en
grito.
Y qué decir de los atuendos y las poses de las colaboradoras de los
programas de corazón, cuyos escotes y piernas entreabiertas son un auténtico
dechado de ordinariez. No me quiero olvidar de otro sector de la población,
habitualmente del género masculino, que se dedica a escupir a diestro y
siniestro en la vía pública, idéntica habilidad que, en lo tocante al gargajo,
exhiben sus admirados astros del balompié en el transcurso de los partidos del
fin de semana.
Para concluir, una breve referencia a esos energúmenos que se dedican a destrozar el mobiliario urbano convencidos de que los bienes públicos no son de nadie. Por lo visto, debe ser una actividad muy divertida que, encima, les suele salir gratis.
En definitiva, los buenos modales se enseñan y se aprenden. Las familias no
deben esperar a que la escuela, a partir de los tres años, asuma esa
responsabilidad con sus hijos. Hay que educarles desde el principio en la idea
de que todos esos detalles les ayudarán a convertirse en personas más aptas
para vivir en sociedad, así que no perdamos el tiempo y pongámonos a la labor.
Cuánta razón encierran tus palabras, Myriam. Soy de la opinión (y a los hechos me remito) de que el dinero no da la educación; hay cosas que no se pueden comprar a golpe de talonario (gracias a Dios, por otra parte), y lo veo día a día. Quien más posibles tiene y a priori debiera mostrar los mejores modales, no siempre responde al patrón establecido. Y sin embargo, todavía me queda esperanza. Vine a vivir a un pueblo pequeñito, en el que saludarse por la calle es algo habitual y además necesario. En la parada del autobús aún se da el consabido "buenos días", y se espera la respuesta. Al principio este comportamiento me llamaba la atención (veníamos de la ciudad, donde solo somos sombras), pero ahora lo agradezco y lo busco. Me gusta, y no lo cambiaría por la invisibilidad y la falta de humanidad de la capital.
ResponderEliminarCreo que es responsabilidad nuestra que las buenas costumbres no se pierdan. Pienso que es necesario que pongamos atención y puedo asegurar que no cuesta tanto enseñar a nuestros pequeños a decir "gracias" o "perdón" llegado el caso. Es cuestión de dedicar un poco de tiempo a mostrar qué hacer y muchisimo más tiempo a ponerlo en práctica conscientemente. Esa es la clave, así de sencillo.
Ya me lo decían mis mayores "Buenas formas y buenos modales...", y desde luego no se equivocaban.
Un beso grande
Por favor: No perdamos las "palabras mágicas":"gracias" y "por favor".
ResponderEliminarGracias.
Rose