Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 7 de febrero de 2014
Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 10 de febrero de 2014
Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 10 de febrero de 2014
La
primera vez que oí hablar del Palmetum de Santa Cruz de Tenerife era un
precioso día de julio de 1997, durante el transcurso de una jornada familiar de
ocio en el Parque Marítimo César Manrique. Junto a las piscinas del
complejo diseñado por el inolvidable
artista lanzaroteño se alzaba una montaña de residuos cuyo destino era
convertirse, con el paso de los años, en un jardín botánico desde el que poder
disfrutar de las hermosas vistas de la capital santacrucera. Recuerdo con
claridad que me pareció una iniciativa muy interesante, entre otras cosas
porque la palmera es uno de mis árboles predilectos, tan diferente a las verdes
hayas que pueblan los frondosos bosques de mi añorada tierra navarra. Pensé en
la metáfora que encerraba aquel proyecto llamado a transformar en vergel un
vertedero para que sobre sus escombros nacieran flores y plantas y para que el
hedor diera paso a la fragancia. Desde mi hamaca podía vislumbrar en la lejanía
pequeños arbustos que apenas sobresalían del terreno, esquejes minúsculos que,
con paciencia y dedicación, ganarían en altura y fortaleza para cumplir su misión
medioambiental. Y aunque el comentario general era que habría que aguardar una
eternidad para ver el resultado final, aquel desaliento ajeno no hizo mella en
mi ánimo, convencida de que todo lo bueno
se hace esperar.
Por
aquel entonces mi hijo mayor tenía dos años y yo le vigilaba con atención
mientras chapoteaba sonriente con sus manguitos. Qué grato me resultaba cogerle
en brazos mientras le señalaba la isla de Gran Canaria en la inmensidad de
aquel océano que se abría ante mis ojos. Apenas me llegaba a la cadera pero sabía bien que en un futuro no
tan lejano tendría que elevar la mirada para charlar con él.
Han
transcurrido diecisiete años desde aquella tarde, más de tres lustros de
cambios en nuestras vidas, de nacimientos y defunciones, de alegrías y tristezas,
de luces y sombras. Y por fin acaba de
inaugurarse el Palmetum, doce hectáreas de extensión que acogen la mayor
colección de palmeras de la Unión
Europea. El antiguo Lazareto es ahora un pulmón de color esperanza desde el que
se divisan el sur y el norte, de Candelaria a Anaga, con la ciudad a sus pies.
Así que aprovechamos el lunes festivo para sumarnos a una visita guiada que nos
desveló algunos de los secretos que encierra ese montículo. Numerosos
visitantes, canarios y extranjeros, nos afanamos en leer las placas
informativas, en cruzar los puentes de piedra y madera, en estrenar los bancos
dispuestos para el descanso, en
transitar los caminos que jalonan el recinto , en rendir nuestras miradas al azul
del Atlántico. El sol lucía en el cielo y el calor apretaba, en contraposición
a la nevada que aquella misma mañana caía sobre la península.
A lo largo del
paseo pude constatar hasta qué punto habían crecido los esquejes minúsculos de
antaño y con cuánto orgullo exhibían su contundente presencia. Casi tan
contundente como la apariencia actual de aquel niño que, convertido en hombre, podría
ahora coger a su madre en brazos sin dificultad. Le miré mientras colocaba la
mano con cariño sobre el hombro de su hermano menor, apenas unos pasos por
delante de su padre. Y no pude por menos que esbozar una sonrisa ante mi
incapacidad de precisar la primera vez que tuve que elevar la mirada para
charlar con él. Sólo sé que de eso hace mucho. Como también sé que la vida sigue
inexorablemente su curso y que, en ocasiones, permite que nuestras expectativas
se cumplan y que nuestros sueños se hagan realidad. Porque la paciencia tiene
premio. Como cuando un vertedero se convierte en vergel. Como cuando los niños
se convierten en hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario