Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 19 de septiembre de 2014
Cada vez veo menos la televisión, si cabe. Y eso que la enciendo a diario para otorgarle el enésimo voto de confianza. Sin embargo, tras el barrido de rigor por los infinitos canales, decido invariablemente escuchar la radio, leer un libro o escribir algún artículo como éste, que me sirva de terapia contra el cabreo y la decepción. Por fortuna, salvaguardo mi cuota cinematográfica como oro en paño acudiendo siempre que puedo a las salas de proyección.
La cuestión es que he descubierto recientemente que, en otra muestra más de originalidad, la mayoría de las cadenas televisivas, tanto privadas como públicas, se han apuntado al filón de los concursos infantiles con el ánimo de reproducir las rentables fórmulas de éxito de similares formatos para adultos. Ni que decir tiene que la guerra por las audiencias les obliga a simultanear ofertas casi idénticas, con el único requisito de cambiar el nombre -que va desde “Pequeños gigantes” a “Tu cara me suena mini”, pasando el próximo proyecto con que amenaza la Televisión Autonómica de Canarias, “Family Show” (ante todo, canariedad)- y el día de emisión.
Se tengan hijos o no, las dotes de imitación de los más pequeños son por todos conocidas, constituyendo uno de sus recursos por excelencia para integrarse en el mundo de los mayores. También es una realidad incontestable que algunos de ellos poseen unas cualidades especiales para el desempeño de determinadas actividades artísticas, entre ellas la música manifestada a través del canto, el baile y la interpretación. Hasta aquí, nada que objetar. De hecho, han existido, existen y existirán vías adecuadas para encauzar ese particular talento, ya sea a través de conservatorios, academias de danza o escuelas de teatro.
Lo que, en mi opinión, resulta denunciable es la utilización mediática de una serie de chavales que, víctimas de un casting cuyo objetivo primordial es engordar las arcas de las grandes productoras, se exponen a dar una imagen bastante lamentable de sí mismos y a poner en riesgo el deseable desarrollo psíquico asociado a su corta edad. Flaco favor les están haciendo los conductores de esas galas y los miembros de los jurados con sus comentarios y valoraciones. Cuando les observo emular a los famosos, con sus atuendos deplorables, gestos fuera de lugar y coreografías salidas de tono, no puedo por menos que entristecerme, cuando no abochornarme, al tiempo que me pregunto en qué estaban pensando exactamente sus padres cuando firmaron el contrato.
Yo, que también soy madre, no dudo que adorarán a sus hijos. Incluso esgrimirán en su descargo que son felicísimos actuando delante de las cámaras y siendo los más populares del colegio. Dirán también que ellos no tienen la culpa de que sus criaturas rebosen arte por los cuatro costados. Visto así, en vez de criticarles, quizá debería agradecerles el gesto de amenizar las noches de esta España en crisis con la carne de su carne. Pero no puedo. Porque a mí, por lo que supone de falta de respeto a la infancia y a la protección de la ingenuidad, me aterra esa exposición obscena en horario de máxima audiencia y soy incapaz de disimular mi indignación.
Mi querida Myr, no puedo estar más de acuerdo contigo, la utilización de la infancia para enriquecimiento de gentes sin escrúpulos también me indigna!
ResponderEliminarBesotes forales
Rose
Gracias, amiga.
EliminarMás besos entre palmeras.
También estoy de acuerdo con vosotras. Parece que todo vale por los tres minutos de fama. Y si tienen la "suerte" de caer en gracia y comenzar una carrera mediática suele ser en contra de la infancia del protagonista. Qué poco hemos aprendido de marisoles y ruiseñores...qué pena.
ResponderEliminarMiles de besos.
¡Cuánta razón encierran tus palabras, preciosa! Sin duda, el mayor defecto del género humano es su incapacidad para aprender de los errores. En las cuestiones realmente importantes, avanzamos con demasiada lentitud.
EliminarOtro millar de besos de bienvenida al otoño.