Corren malos tiempos para la educación en España.
Todas las estadísticas, encabezadas por el temido Informe Pisa, nos sitúan en
el furgón de cola europeo en lo que se refiere a una materia tan prioritaria.
Las cifras que reflejan el grado de fracaso escolar ponen de manifiesto la
gravedad del problema al que nos enfrentamos. Yo, que tengo la inmensa fortuna
de contar entre mis amistades más estrechas con varios docentes que, a menudo,
me transmiten sus preocupaciones, estoy plenamente convencida de la importancia
suprema de la formación intelectual como base de una sociedad de la que podamos
sentirnos orgullosos.
Por otra parte, siempre he defendido la idea de que
la familia educa y la escuela instruye e, igualmente, he manifestado mi
completo desacuerdo con esa aspiración de algunos padres de que sean los
profesores quienes les sustituyan en la transmisión de valores y modelos de
conducta que considero exclusivos del ámbito doméstico. En compensación, jamás
he puesto en entredicho los métodos pedagógicos y calificadores de los
numerosos maestros que han impartido clases a mis hijos, ni siquiera cuando no
los compartía. Muy al contrario, he respetado al cien por cien su forma de enseñar
cada asignatura y sus criterios de evaluación.
Dicho esto, y habida cuenta que está a punto de
iniciarse el nuevo curso escolar, me gustaría exponer y analizar una costumbre
cada vez más extendida en determinados centros y que no es otra que la
pretensión de que padres y madres se involucren, como si fuera una rutina familiar añadida, en la
realización de las tareas escolares. En otras palabras, que se conviertan en una
especie de docentes complementarios a domicilio. Y que quede claro que no estoy
hablando de una mera supervisión académica ni de una colaboración esporádica
sino de una intervención en toda regla. No puedo evitar retrotraerme a épocas
pasadas en las que raro era el progenitor que se reunía con tutores o maestros
y, menos aún, que acompañara a su prole mientras ésta hacía los deberes. Por
regla general, los adultos de entonces no tenían ni el tiempo necesario ni la
formación suficiente para abordar dicho cometido, por más que su máxima ilusión
fuera que la generación que les iba a suceder aprendiera lo que ellos, víctimas
de unas circunstancias poco propicias, no habían tenido oportunidad.
Si padres y docentes exigimos el respeto mutuo de
nuestros respectivos ámbitos de actuación -educar los primeros e instruir los
segundos-, no parece lógica esa velada exigencia de cooperación por parte de
los colegios y, menos aún, esa actitud de algunas familias que se obsesionan
con el hecho de que sus hijos sean los mejores de la clase y que, para la consecución
de tal fin, emplean buena parte de la semana, festivos incluidos, en estudiar
en equipo los contenidos de los exámenes de los chiquillos, hasta el punto de
no saber si la nota final corresponde a unos o a otros y, lo que es peor,
desconociendo la auténtica capacidad individual del niño.
Que conste que soy la
primera en inculcar la importancia del esfuerzo y en exigir unos resultados
acordes con la capacidad del alumno, pero sin que éste llegue a percibir a su
compañero de pupitre como el rival a batir. Además, conviene no olvidar que dichas
calificaciones suelen combinarse con las tareas, la participación en clase y
los trabajos en grupo pero que, por sí solas, no evalúan ni la capacidad de
relación, ni el grado de integración ni las diversas inteligencias del ser
humano. Debe ser por eso que, por ejemplo, en Finlandia, uno de los países que suelen
encabezar el ranking internacional en materia educativa, suprimen las notas en
la escuela elemental porque creen que debe ser la “escuela de la cooperación y
no de la competición”.
Para meditar.
Querida Myr, qué alegría encontrarte de regreso de las tan merecidas vacaciones. Además con un tema tan oportuno como la educación.
ResponderEliminarComo siempre, no puedo estar más de acuerdo contigo, con el rol que deben jugar padres y docentes, bien diferenciado y desde el respeto mutuo. Con la importancia del esfuerzo y de la exigencia de adecuación de resultados a capacidades.
Lo comparto todo.
Besicos forales, reina!!!!
Bien hallada, amiga. Ya sabes cuánto valoro tu opinión de experta y cómo me alegra también compartir y defender idénticos criterios. Por intentar difundirlos que no quede.
ResponderEliminarTrataré de continuar en la misma línea a lo largo de esta temporada que acaba de comenzar.
Un beso lleno de cariño desde este lado del océano, a la sombra de las palmeras.
MYRIAM