Mañana, 3 de diciembre, la hermosa tierra que me vio nacer se vestirá de
gala con la celebración del Día de Navarra. Tendrán lugar diversos actos
dirigidos a toda la ciudadanía para poner de relieve cuanto nos une a quienes
nos sentimos tan orgullosos de nuestro Viejo Reyno, cuya larga y rica historia
continúa siendo fuente de inspiración.
Esta fecha conmemora el fallecimiento de nuestro embajador más insigne, el
misionero San Francisco de Javier, miembro
del grupo precursor de la Compañía de Jesús -congregación religiosa a la que pertenece el
actual Papa Francisco- y estrecho colaborador de su fundador, San Ignacio de Loyola.
Huérfano desde los tres años, el joven creció en un clima de guerras y
división pero a los dieciocho tuvo la fortuna de iniciar sus estudios
universitarios de Humanidades en la prestigiosa Sorbona de París. Fue allí
donde el destino le hizo compartir habitación con Ignacio, siendo influenciado
de forma definitiva por su famosa frase “¿De qué sirve al hombre ganar todo el
mundo si pierde su alma?". Desde entonces, decidió ganar tanto su alma
como la de millones de fieles cristianos y en aquellos tiempos sedientos de conquistas y de poder, abrió los
ojos, los brazos y, sobre todo, los espíritus de quienes recibieron su mensaje
evangélico. Durante los once años que vivió en el Lejano Oriente, aceptó de
buen grado la diferencia de cultos, razas y civilizaciones, sembrando entre
ellos la Buena Noticia del Amor.
Por fortuna, su ejemplo sigue cundiendo con el paso de
los siglos en muchos de sus paisanos, uno de los cuales, José Luis Garayoa,
desempeña a día de hoy su labor apostólica en Sierra Leona, el país más azotado
por el virus del ébola, aunque evidencia su profunda indignación con vehemencia
al afirmar que “lo único que interesa al Primer Mundo de Sierra Leona es su
riqueza en minerales preciosos. Los seres humanos no cuentan”. En las
facultades de Filosofía y Teología le enseñaron que el valor de la vida humana
es infinito pero en su parroquia africana se le mueren cuatro de cada cinco
niños antes de cumplir los cinco años.
Dice que, a veces, cierra los ojos, le pregunta a Dios por qué y se pelea mucho con Él. Pero, aunque el dolor haga más tortuoso el camino de la fe, él se obstina (para algo es navarro) en abanderarla. "Hay gente que me pregunta si en este desastre veo a Dios y yo les respondo que no podemos esperar a que Dios baje a hacer milagros contra esta pandemia. Porque Dios no hace milagros. Dios nos da la capacidad de hacerlos".
Dice que, a veces, cierra los ojos, le pregunta a Dios por qué y se pelea mucho con Él. Pero, aunque el dolor haga más tortuoso el camino de la fe, él se obstina (para algo es navarro) en abanderarla. "Hay gente que me pregunta si en este desastre veo a Dios y yo les respondo que no podemos esperar a que Dios baje a hacer milagros contra esta pandemia. Porque Dios no hace milagros. Dios nos da la capacidad de hacerlos".
Existen, pues, cientos de seres humanos que tienen un corazón tan grande como para responder a la llamada de Jesucristo e ir a evangelizar hasta los confines de la tierra. San Francisco de Javier fue uno de ellos. José Luis Garayoa es otro. Dos paisanos de los que me siento muy orgullosa y a quienes, desde la distancia, recordaré especialmente en mi oración este 3 de diciembre.
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