Vivimos
tiempos de confusión y, sobre todo, de decepción. Las bases sobre las que cualquier sociedad de
altura tendría que hundir sus raíces no pasan de ser meras acepciones que
adornan los diccionarios y las enciclopedias pero cuya virtualidad es
prácticamente nula. Los Poderes Públicos se conducen a menudo de una forma tan
siniestra que el ciudadano de a pie pierde por completo la noción de lo que
significan conceptos tan sagrados como legalidad, legitimidad, justicia y moral
y tiende a confundirlos.
Guiada
por un necesario afán aclaratorio facilitaré brevemente el significado de cada
uno de estos términos:
LEY:
Cada una de las normas o preceptos de obligado cumplimiento que una autoridad
establece para regular, obligar o prohibir una cosa, generalmente en consonancia con la justicia y la ética.
LEGALIDAD:
Cualidad de lo que es conforme a la ley o está contenido en ella.
LEGITIMIDAD:
Conformidad y adecuación a la ley.
JUSTICIA:
Virtud que inclina a dar a cada uno lo que le pertenece o lo que le
corresponde.
MORAL:
Cualidad de las acciones humanas con respecto al bien y al mal.
Es
obvio que el papel lo aguanta todo. Los problemas surgen cuando la práctica se
enfrenta a la teoría. En otras palabras, cuando esa coletilla que he marcado en
negrita -“GENERALMENTE EN CONSONANCIA
CON LA JUSTICIA Y LA ÉTICA”- no pasa de ser una quimera, un brindis al sol,
un ramillete de buenas intenciones. Es entonces cuando nos enfrentamos al drama
ético de tener que distinguir con meridiana claridad los tres matices
anteriormente expuestos: lo "legal", lo "legítimo" y lo
"lícito".
El
primero atañe al cumplimiento taxativo y muy concreto de una norma convertida
en ley.
El
segundo hace referencia al consenso general de una mayoría que coincide en
reivindicar algo que se basa en el Derecho y en Ley Natural.
El
tercero concierne al valor moral y ético de las leyes y las conductas.
Dicho
de otra manera, es perfectamente posible aprobar e imponer una ley ilícita e
ilegítima por poderes legales, aunque moralmente reprobables (véase el caso de
las dictaduras genocidas y los regímenes totalitarios). Asimismo, puede esgrimirse ante los tribunales la literalidad
de unas normas al servicio de un poder moralmente ilícito e ilegítimo, situado
por encima del bien común de los
ciudadanos y carente de consenso social.
En definitiva, puede
que la legalidad sea el contenido de la ley pero, cuando ésta se interpreta
torticeramente y se aplica con prevaricación, pierde su valor moral,
convirtiéndose en éticamente ilícita y socialmente ilegítima, ya que la
sociedad entera la rechaza por injusta e inmoral.
A mí, personalmente, me cuesta un mundo tener que lidiar con esta realidad.
A mí, personalmente, me cuesta un mundo tener que lidiar con esta realidad.
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