La prensa de
ayer publicaba una noticia que, superada la náusea inicial, me hizo recordar un
artículo que escribí hace más de dos años titulado “La osadía de llamar a las
cosas por su nombre”. Parece ser que
desde la Consejería de Vivienda del Gobierno de Castilla-La Mancha, presidido
por la Secretaria de Organización
del Partido Popular María Dolores de Cospedal, se ha remitido un escrito
en el que ordena a sus delegaciones territoriales que omitan la palabra “desahucio”
en la información que envían a las familias a las que se les adjudicó una
vivienda social y que van a ser sometidas a ese procedimiento. Los términos prohibidos -desahucio,
desalojo, alzamiento, pérdida o privación de vivienda- se han de sustituir por
otros menos contundentes (según fuentes de la Consejería, “para qué inquietar a
los ciudadanos”). Definitivamente, estamos en el buen camino. La próxima
ocurrencia de esta casta política que nos toca padecer a diario será impedirnos
la utilización de conceptos tales como robo, extorsión, expolio, recorte o
mordida. De este modo, la ciudadanía vivirá una realidad paralela más acorde
con la inteligencia que le presumen sus dirigentes y, sobre todo, menos “inquietante”.
Gracias por el detalle.
LA OSADÍA DE LLAMAR A LAS COSAS
POR SU
NOMBRE
Últimamente
me asalta la sensación de haber diagnosticado con acierto una enfermedad
crónica que, de un tiempo a esta parte, sospecho que nos aqueja a todos y cada
uno de nosotros: la pretensión de que la ficción supere a la realidad. Vano intento
si tenemos en cuenta que la realidad es extremadamente tozuda y, cuando decide
hacer acto de presencia, no nos deja más salida que la rendición. Me conmueve
cada vez más la capacidad infinita del ser humano para intentar huir de los
problemas, para tratar de evitar lo desagradable. Y en esta necia carrera hacia
un imposible no nos duelen prendas. El primer paso consiste en no llamar a las
cosas por su nombre, como si así poseyéramos el don de su transformación, la
capacidad de convertirlas en lo que no son. Somos verdaderos maestros del
autoengaño y, para ganar esta batalla, los eufemismos se revelan como nuestros
mejores aliados. De más está decir que estas figuras retóricas cumplen su finalidad
a la perfección y no hay ámbito que se les resista en su particular cruzada
contra el lado oscuro de la fuerza. Estamos firmemente decididos a marginar de
nuestra existencia todo aquello que desentone con la idea de perfección
comúnmente aceptada. Perfección entendida como juventud y belleza. Perfección
entendida como salud y riqueza. En nuestro mundo ficticio ya no existen viejos,
sino personas entradas en años. Nadie se muere, se limita a pasar a mejor vida.
Además, nunca es por culpa de un cáncer sino de una larga y penosa enfermedad. Los
despidos son regulaciones de empleo y los inevitables insultos del parado,
agresiones verbales. Quienes cometen un delito no dan con sus huesos en la
cárcel, permanecen en establecimientos penitenciarios donde no conviven con otros
presos sino con otros internos. Tampoco les vigilan carceleros sino
funcionarios de prisiones. Los locos de hoy en día padecen discapacidad
psíquica y los retrasados mentales, desarrollo tardío. Los suicidas han pasado
a ser difuntos por voluntad propia. Ya no existen putas sino profesionales del
sexo, tampoco suegras sino madres políticas, ni negros sino hombres de color, aunque
ese color sea el negro. Las guerras son intervenciones militares, los
terroristas, activistas y la tortura un método de persuasión. Las víctimas
civiles de cualquier carnicería se reducen a meros daños colaterales por obra y
gracia de las estadísticas de los Ministerios de Defensa. Las mujeres gordas
son señoras entradas en carnes y jamás van al retrete sino al servicio. Los alumnos
que martirizan a sus profesores no son expulsados de clase sino excluidos
temporalmente de las aulas. Los telespectadores no alucinan ante la sobredosis
de mediocridad de las tertulias de sobremesa. En todo caso, padecen
alteraciones en la percepción. Y la crisis que nos atenaza no es más que el
enésimo período de crecimiento negativo de la economía. Menos mal. Semejante aclaración
me tranquiliza enormemente así que, teniendo en cuenta la proximidad de las
fechas, mi carta a los Reyes Magos será la excusa perfecta para pedirles el Diccionario Ficción-Realidad/Realidad-Ficción,
un instrumento definitivo para recordar que el culo se ha transmutado en
glúteos y la basura en residuos sólidos urbanos.
Diciembre
2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario