Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 23 de febrero de 2013
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 3 de marzo de 2013
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 3 de marzo de 2013
Vivimos
tiempos en los que conviven sin dificultad determinados fenómenos aparentemente
contradictorios. Así, mientras cientos de investigadores centran sus esfuerzos
en remendar los hilos de la memoria, otros tantos recorren el camino a la
inversa tratando de encontrar una vía que nos permita eliminar los malos
recuerdos, una especie de borrador selectivo que anule tan sólo aquéllos que
nos torturan insistentemente. Esta idea asociada a la ciencia ficción no es
nueva y ha sido llevada a la literatura y al cine en numerosas ocasiones. Sin
ir más lejos, las víctimas de un trastorno de estrés postraumático protagonizan
a menudo historias de angustia y sufrimiento que pueblan bibliotecas y salas de
proyección. Son individuos que reviven su trauma una y otra vez, ya sea a
través de pesadillas, flashbacks o remembranzas intrusas que escapan a
cualquier control racional. En un porcentaje muy notable acuden a las consultas
de los especialistas que, a través de terapias o medicación, luchan por
rescatarles del pozo de unas dramáticas experiencias que no olvidan pero cuya
carga negativa consiguen rebajar con el paso del tiempo.
El prestigioso
psiquiatra, investigador y profesor Luis Rojas Marcos afirma en su último libro
“Eres tu memoria” que los seres humanos nacemos con una especial
capacidad de almacenar en nuestra mente aquello que consideramos relevante
para, en el momento oportuno, rememorarlo. Por ello, nos resulta tremendamente
difícil imaginar una vida despojada de recuerdos, en la que nada tenga
significado, sin sentido del tiempo ni del espacio, sin recorrido de pasado ni
conciencia de futuro. Manifiesta, desde su dilatada experiencia profesional,
que la lección más fascinante que ha aprendido sobre esta materia ha sido
comprender que la memoria no es un archivo perfecto ni un disco duro de
ordenador. Por el contrario, posee el
don de renovar los datos que atesora a fin de adaptarlos a los cambios que
experimentamos en nuestra trayectoria vital. Así, con el transcurso del tiempo
sumamos y restamos detalles a las experiencias pasadas, de tal manera que
reconstruimos nuestra historia con unas evocaciones modeladas y enmarcadas en
el contexto de nuestras creencias y puntos de vista actuales. Somos la suma de lo que
hemos sufrido y de lo que hemos gozado. Y, por extraño que pueda parecer, un
proceso de duelo bien llevado permite que el sufrimiento ocupe un espacio en el
que los malos recuerdos no estorben. ¿Qué es la vida sino una mezcla de
aciertos y de errores, de fracasos y de superación?
Lo
que nos hace verdaderamente personas es esa combinación singular de episodios
dichosos y desoladores y la hipotética posibilidad de manipularlos nos
condenaría a ser una sociedad perturbada, una colectividad “contra natura”. A
título particular, siempre me ha preocupado esta moderna tendencia de querer
solucionarlo todo con pastillas. También me resulta muy inquietante pensar que
algún día sea factible tirar de goma de borrar para suprimir los recuerdos que
nos causaron, nos causan y nos causarán dolor. Ese eventual olvido de los
desamores, las muertes, los fracasos laborales o las amistades perdidas nos
dejaría indefensos, sin armas con las que poder combatir los embates venideros
del destino y expuestos a cometer los mismos errores de antaño, diseñados como
estamos para tropezar una y otra vez en la misma piedra. Sin memoria no somos. Dicho de otra manera, somos lo
que recordamos de nosotros mismos. Por esa razón, yo no quiero olvidar
mi pasado. Porque me ayuda a enfrentar mi presente. Porque recordar es volver a
vivir.
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