Este
8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora, quiero rendir mi particular homenaje a
todas las mujeres que dedicaron, dedican y dedicarán sus vidas al cuidado de
sus casas y de sus familias, sin desempeñar ninguna profesión retribuida más
allá de las cuatro paredes del hogar.
Hasta
hace bien poco tiempo, en sus carnets de identidad figuraban las letras S/L
(sus labores) para llenar el espacio destinado a la profesión, con la
estigmatización que en ocasiones ello les suponía.
Es
verdad que algunas lo hicieron por voluntad propia. Otras, sin embargo, se
vieron obligadas por unas circunstancias socioculturales poco propicias. En
cualquier caso, todas ellas merecen mi
respeto y consideración por realizar un trabajo que, siendo más fundamental que
ningún otro, a menudo resulta ingrato y siempre poco valorado.
Esta
breve historia que a continuación transcribo me llegó por correo electrónico
hace casi dos años y la he querido rescatar en esta jornada de celebración para
reivindicar la injustamente denostada figura del ama de casa.
Cierto día, una mujer llamada Ana fue a renovar su
permiso de conducir.
Cuando le preguntaron cuál era su profesión, ella dudó. No sabía bien cómo clasificarse. El funcionario insistió: “Lo que le pregunto es si tiene trabajo”. “¡Claro que tengo un trabajo!", exclamó Ana. "Soy madre." "Nosotros no consideramos eso un trabajo. Voy a colocar AMA DE CASA", dijo el funcionario fríamente. Una amiga suya, llamada Marta, supo lo ocurrido y se quedó pensando al respecto durante algún tiempo. Un día, ella se encontró en una situación idéntica. La persona que la atendió era una funcionaria de carrera segura y eficiente. El formulario parecía enorme, interminable. La primera pregunta fue: “¿Cuál es su ocupación?” Marta pensó un poco y, sin saber cómo, respondió: Soy Doctora en desarrollo infantil y juvenil y en relaciones humanas."
La funcionaria hizo una pausa y Marta tuvo que repetírselo lentamente, enfatizando las palabras más significativas. Después de tener anotado todo, la joven quiso indagar. "¿Puedo preguntar qué es lo que la señora hace exactamente?”. Sin un trazo de agitación en la voz, con mucha calma, Marta explicó: "Desarrollo un programa a largo plazo, dentro y fuera de casa." Pensando en su familia, ella continuó: “Soy responsable de un equipo y ya he recibido tres proyectos. Trabajo en régimen de dedicación exclusiva. La exigencia es de 16 horas por día, a veces hasta 24 horas.” A medida que ella iba describiendo sus responsabilidades, Marta notó el creciente tono de respeto en la voz de la funcionaria. Cuando regresó a su casa, Marta fue recibida por su equipo: una jovencita de 14 años, otra de 7 y un niño de 3. "Mamá, ¿dónde está mi zapato? Mamá, ¿me ayudas a hacer un lazo? Mamá, ¿me puedes ir a buscar al colegio? Mamá, ¿vas a asistir mañana a mi baile? Mamá, ¿vas de compras? Mamá....”
Cuando le preguntaron cuál era su profesión, ella dudó. No sabía bien cómo clasificarse. El funcionario insistió: “Lo que le pregunto es si tiene trabajo”. “¡Claro que tengo un trabajo!", exclamó Ana. "Soy madre." "Nosotros no consideramos eso un trabajo. Voy a colocar AMA DE CASA", dijo el funcionario fríamente. Una amiga suya, llamada Marta, supo lo ocurrido y se quedó pensando al respecto durante algún tiempo. Un día, ella se encontró en una situación idéntica. La persona que la atendió era una funcionaria de carrera segura y eficiente. El formulario parecía enorme, interminable. La primera pregunta fue: “¿Cuál es su ocupación?” Marta pensó un poco y, sin saber cómo, respondió: Soy Doctora en desarrollo infantil y juvenil y en relaciones humanas."
La funcionaria hizo una pausa y Marta tuvo que repetírselo lentamente, enfatizando las palabras más significativas. Después de tener anotado todo, la joven quiso indagar. "¿Puedo preguntar qué es lo que la señora hace exactamente?”. Sin un trazo de agitación en la voz, con mucha calma, Marta explicó: "Desarrollo un programa a largo plazo, dentro y fuera de casa." Pensando en su familia, ella continuó: “Soy responsable de un equipo y ya he recibido tres proyectos. Trabajo en régimen de dedicación exclusiva. La exigencia es de 16 horas por día, a veces hasta 24 horas.” A medida que ella iba describiendo sus responsabilidades, Marta notó el creciente tono de respeto en la voz de la funcionaria. Cuando regresó a su casa, Marta fue recibida por su equipo: una jovencita de 14 años, otra de 7 y un niño de 3. "Mamá, ¿dónde está mi zapato? Mamá, ¿me ayudas a hacer un lazo? Mamá, ¿me puedes ir a buscar al colegio? Mamá, ¿vas a asistir mañana a mi baile? Mamá, ¿vas de compras? Mamá....”
Sentada en la cama, Marta pensó: “Si yo soy Doctora en
desarrollo infantil y juvenil y en relaciones humanas, ¿qué serían las abuelas?
Doctoras Ejecutivas. ¿Y las bisabuelas? Doctoras Ejecutivas Seniors. ¿Y las
tías? Doctoras Asistentes. ¿Y todas las mujeres, madres, esposas, amigas y
compañeras? Doctoras en el arte de hacer la vida mejor.
En
un mundo donde se le da tanta importancia a los títulos y en el que se nos
exige siempre una mayor especialización en el área profesional, convendría no
olvidar dos verdades incontestables:
Una,
que las conquistas laborales femeninas hunden sus raíces en las renuncias y los
sacrificios de numerosas congéneres que nos precedieron.
Y
dos, que mientras la mayor parte de las tareas domésticas sigan recayendo sobre el mismo lado, la pretendida conciliación familiar y laboral continuará siendo la
gran estafa que todavía es.
Brillante, doctora Myr, ahora mismo te concedo el "Honoris Causa". Rose.
ResponderEliminarTu concesión es un honor, sobre todo viniendo de donde viene, pero no me la merezco.
ResponderEliminarMe limito a mostrar mi agradecimiento a millones de mujeres cuyas vidas anónimas han sido determinantes para el progreso de la humanidad -entre ellas, mi adorada madre- y a denunciar los, todavía, escasos avances en la conciliación familiar y laboral.
Gracias por tu apoyo permanente. Eres un amor.
MYRIAM