Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 28 de marzo de 2013
Aunque a los propios afectados les resulte difícil de asumir al principio, la tozuda realidad demuestra que la separación de una pareja no evita que el mundo siga girando y que las actividades habituales, tanto propias como ajenas, continúen llevándose a cabo. Las estadísticas indican que, de la misma manera que cada persona es un mundo, cada fracaso sentimental presenta unas características propias. Algunos acaban un mero abandono de domicilio. Otros, con un procedimiento de divorcio de mutuo acuerdo. Otros, por el contrario, requieren la vía contenciosa. En ocasiones, la custodia resultante es compartida. Otras veces, se otorga en exclusiva a uno de los progenitores.
Sea como fuere, es innegable que a lo largo de la nueva etapa que afrontan por separado tendrán que seguir compartiendo los momentos más especiales de la andadura vital de sus hijos. Eventos tales como festivales de fin de curso, graduaciones universitarias, cumpleaños o competiciones deportivas se sucederán en el futuro y, según cómo estén dispuestos a abordar su asistencia a los mismos, los efectos sobre los más pequeños de la casa resultarán beneficiosos o perjudiciales.
Por desgracia, y debido a mi experiencia profesional, conozco casos extremos en los que cualquier posibilidad de entendimiento no pasa de ser una utopía. Para el resto, sin embargo, mi tradicional optimismo me impide resignarme y me obliga a insistir en la importancia de una actitud adulta y positiva de los padres durante el transcurso de acontecimientos tan entrañables e irrepetibles. Todos hemos sido niños y hemos deseado compartir nuestras fechas más señaladas con ambas partes, tanto con la familia materna como con la paterna.
Llegados a este punto, me gustaría centrarme especialmente en el sacramento de la Primera Comunión. Coincidiendo con el inicio de cada nuevo año, en las parroquias de pueblos y ciudades se convoca a los padres de quienes comulgarán el mes de mayo a fin de concretar los detalles relativos a la futura ceremonia. Por regla general, tanto los párrocos como las personas encargadas de impartir la preceptiva catequesis infantil citan a los progenitores para comunicarles diversos contenidos de interés. Y lo cierto es que, en la actualidad, no son pocos los menores cuyos padres están separados o divorciados. Amparados éstos en sus respectivos regímenes de visitas, utilizan dicho acontecimiento como imperdonable excusa para incrementar los desencuentros existentes entre ellos. Los motivos para la discusión son infinitos y van desde la propia decisión de hacer o no la Comunión a la asistencia o inasistencia a la catequesis, desde la consideración de los gastos previstos como ordinarios o extraordinarios a la elección de la fecha o la confección de la lista de invitados. En definitiva, se trata de una oportunidad perdida irresponsablemente para que los chiquillos puedan disfrutar, lejos de la tensión y de la angustia, de un momento único de su vida.
Conviene resaltar que, en determinadas ocasiones especiales, no es preciso ostentar la condición de marido o mujer. Basta con tener disposición, desde el respeto, para compartir la alegría del hijo en común y permanecer en un discreto segundo plano. Por esa razón, y aunque cueste un sobreesfuerzo, se impone buscar alternativas y llegar a acuerdos en beneficio del menor. Transmitirle la idea de que la rabia y el rencor son sentimientos más poderosos que el amor es un riesgo que ningún adulto cabal debería estar nunca dispuesto a correr.
Cuánta razón tienes Myr! No soporto el comportamiento de las personas que, desde el resentimiento y el odio más profundo, para hacer daño a su ex, se lo hacen a las personas que más deben amara y proteger: sus hijos! Feliz Pascua! Rose
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