jueves, 27 de enero de 2011

PARA MIGUEL


Miguel:

Hoy es un gran día. Han pasado dieciséis años desde que, por primera vez, te tuve entre mis brazos y nunca podré olvidar ese momento. Dieciséis años ya.

Me pareciste el niño más precioso que había visto jamás. Tenías los ojos abiertos y mirabas mi rostro fijamente, como si ansiaras por fin ponerle cara a aquella mujer que llevaba nueve meses contándote sus cosas, esperándote con ansiedad y convencida de que lo mejor de su existencia estaba por llegar. Aquella mujer estaba en lo cierto. No se equivocó en lo más mínimo.

A través de estas breves líneas no voy darte ninguna primicia, no voy a decirte nada que no sepas, nada que no te haya dicho ya un millón de veces: que te quiero más que a mí misma, que has sido mi brújula en tiempos difíciles, mi norte, mi guía, mi razón de vivir. Que estoy orgullosa de ti y que me llenas de una felicidad imposible de ser expresada con palabras. 

La única novedad, tu regalo de 2011, es que deseo que lo sepa todo el mundo, que las demás personas  sean testigos de mi agradecimiento. Gracias por darme tantas satisfacciones, por mejorar mi vida,  por acompañarme en el camino, por dejar que te abrace, por recordarme a tu abuelo cuando caminas.

Feliz cumpleaños, hijo mío.

Feliz futuro.

Feliz vida.  

martes, 25 de enero de 2011

¿ES LA FELICIDAD UN TRASTORNO PSIQUIÁTRICO?

ARTÍCULO PUBLICADO EN "LA OPINIÓN DE TENERIFE" EL 25 DE ENERO DE 2011





¿A qué nunca se lo hubieran podido imaginar? Pues ya ven. Una noche te acuestas  pensando que, a pesar de la que está cayendo, eres razonablemente cuerda y optimista y a la mañana siguiente descubres con horror que formas parte de un colectivo de trastornados. Se  preguntarán que cómo he llegado a tan inquietante conclusión, así que trataré de explicarme lo mejor que pueda.


El día uno de enero estaba  totalmente decidida a desafiar a los maledicentes y a comenzar el recién estrenado 2011 cargada de esperanza. En diciembre había pasado por taquilla para ver Biutiful y llegado a la conclusión de que, comparada con sus protagonistas, no había persona en el mundo más afortunada que yo, de modo que me hallaba en plena forma para enfrentar cuantas crisis se me pusieran por delante. En un alarde de originalidad sin precedentes, mis propósitos para el Año Nuevo se centraban en neutralizar a los agoreros que escupían sin piedad sus peores pronósticos para los futuros trescientos sesenta y cinco días pero, cuando todavía estaban los Reyes Magos iniciando la vuelta al desierto, me descubrí frente al televisor, mando a distancia en mano, asistiendo a la avalancha de desgracias pronosticada por aquellos portavoces del pesimismo.  


Que si Australia estaba soportando las mayores inundaciones de su historia, que si en Brasil los muertos se contaban por centenares debido a un corrimiento de tierras, que si en el primer aniversario del terremoto de Haití los damnificados se encontraban igual o peor que el día de autos,  que si en Túnez habían decretado el toque de queda para sofocar las protestas antigubernamentales… De puertas para adentro, el panorama tampoco era demasiado halagüeño. El país sumido en una crisis económica feroz, los fumadores en pie de guerra, un consejero autonómico agredido por los puños americanos de los antisistema, una ministra cuyo extravagante Anteproyecto de Igualdad de Trato pretende castigar el menosprecio al ajeno sobre unas bases altamente discutibles, el colectivo senatorial instalado en su nueva Torre de Babel mientras dilapida los exiguos fondos estatales en traducciones innecesarias…  

Sumida en una inexplicable tristeza, apagué la máquina infernal y me dediqué a buscar en la barra de Google el término “felicidad” como un náufrago el chaleco salvavidas. Necesitaba constatar que semejante aluvión de desdichas no había hecho mella en mi estabilidad emocional y fue entonces cuando, por fortuna, reparé en las conclusiones del Primer Congreso Internacional de la Felicidad celebrado en Madrid hace apenas tres meses. Desmontando las teorías del psiquiatra británico Richard Bentall, partidario de considerar la felicidad como un trastorno mental, un grupo de expertos tan prestigiosos como Javier Urra, Eduardo Punset, Bernabé Tierno o Alejandra Vallejo-Nágera llegaron a la conclusión de que la felicidad es, ante todo, una actitud que comporta grandes dosis de voluntariedad. Saber que, si se asocia a un trayecto y no a una meta las posibilidades de alcanzarla aumentan considerablemente, consuela y reconforta.

Contra todo pronóstico, incluso en épocas de crisis, ser feliz es posible y está al alcance de casi todas las manos. Cada individuo tendrá que descubrir su fórmula personal e intransferible y, aunque los informativos funcionen como trágico escaparate de la convulsa coyuntura actual, deambular entre la decepción y el hartazgo no es la solución. Sólo se vive una vez y, mientras podamos abrazar a quienes amamos, reunirnos con amigos, leer libros, escuchar música, ver amanecer, pasear por la playa o disfrutar de múltiples actividades ajenas al poder adquisitivo, ni el peor de los gobernantes nos lo podrá impedir. Ojalá los telediarios nos lo recordaran de vez en cuando.

viernes, 21 de enero de 2011

DEL SEXO SIN TENER HIJOS A LOS HIJOS SIN TENER SEXO

ARTÍCULO PUBLICADO EN "LA OPINIÓN DE TENERIFE" EL 21 DE ENERO DE 2011




El Derecho encuentra su razón de ser en la necesidad de regular determinados aspectos de la vida que, en ocasiones, son fruto de una frenética evolución de la sociedad. A resultas de esta idea, es lógico que la ciencia jurídica vaya siempre un paso por detrás de esos acontecimientos susceptibles de ser legislados. Observando el amplísimo abanico de materias regulables, se debe concluir que las relativas a la reproducción y la maternidad revisten una especial trascendencia, tanto por su importancia desde el punto de vista humano como por su indiscutible actualidad. Desde aquel dilema al que se enfrentaban las parejas en los años setenta sobre cómo tener sexo sin concebir hijos al actual planteamiento de cómo tener hijos sin practicar sexo apenas han transcurrido cuarenta años. El avance tecnológico resulta imparable y, desde que en 1978 nació el primer bebé-probeta mediante la técnica de fecundación in vitro, se calcula que  gracias a los tratamientos de reproducción asistida han venido al mundo cerca de tres millones de niños. Simultáneamente, se está extendiendo de forma progresiva el novedoso fenómeno de la mujer que alquila su vientre para que otra, con dificultades para concebir, adquiera con éxito  la condición de madre.


Las razones para recurrir a estas variantes de aumentar la familia son muy diversas. La más frecuente es el retraso experimentado en la edad elegida para afrontar la experiencia maternal, con una alta tasa de infertilidad asociada al mismo. También existe un elevado número de féminas que, aun careciendo de pareja estable, desean afrontar la experiencia en solitario. Igualmente, el colectivo homosexual apoya idénticas causas por medio de permanentes reivindicaciones que convierten a sus miembros en futuros contratantes de un vientre de alquiler.


Los campos de la biología y la genética son un terreno abonado para la coexistencia de ejércitos de detractores y defensores dispuestos a manifestar abiertamente sus argumentos a favor o en contra. Se plantean una serie de interrogantes religiosos, éticos y/o jurídicos que hallan su origen en la cuestión principal: ¿Existe el derecho a tener un hijo a toda costa? Cada individuo contestará según su criterio y, en función de la respuesta dada, se verá abocado a enfrentar desafíos mayores: ¿El fin justifica los medios? ¿Se puede manipular la vida humana? ¿Algunos avances genéticos atentan contra la dignidad del ser? El escenario dibujado invita a una profunda reflexión. Ciñéndonos al aspecto meramente normativo, la Ley 14/2006 de 26 de mayo sobre técnicas de reproducción humana asistida es la norma actualmente vigente en España. Junto a ella se encuentra el artículo 1271 del Código Civil, que establece que las personas presentes o futuras no pueden ser objeto de contrato. Se sostiene que del respeto a la dignidad y al valor de la persona humana deriva su indisponibilidad.


No son pocos los juristas que consideran que estos supuestos a los que nos referimos implican pactos de contenido inmoral y contrarios a las buenas costumbres y al orden público. El alquiler de úteros, posibilidad cada vez más demandada y, por ende, más ofertada, es ilegal en la práctica totalidad de los países del mundo, incluido el nuestro. Por lo tanto, quienes optan por esta vía para concebir, lo hacen totalmente al margen de la ley, aunque les baste con teclear en cualquier buscador de Internet “madre de alquiler” o “alquiler de vientres”. Además, por mucho que se trate de una práctica legal en determinados destinos como Ucrania o Estados Unidos, la mala noticia es que las parejas involucradas en estos procesos sufrirán consecuencias no deseadas a su regreso a España. Es cierto que tendrán la consideración de padres del recién nacido según la legislación extranjera pero las autoridades españolas no le otorgarán al niño el visado de entrada ni permitirán su inscripción registral, siquiera en calidad de hijo adoptivo. A estos considerables inconvenientes hay que añadir otros no menos relevantes en atención a su probabilidad, como un ulterior arrepentimiento de la parturienta que culmine con la negativa de entregar al neonato o el hecho cierto de que el óvulo aportado pertenezca a la propia mujer contratante.


Invito a realizar un ejercicio de imaginación. ¿El hijo sería de la contratada por el hecho de parirlo, aun cuando no poseyera su carga genética? Y si todo el proceso se ha realizado previo pago ¿cabe negarse a la entrega del bebé en esas circunstancias? ¿De qué tipo de contrato estaríamos hablando? ¿De prestación de servicios? ¿De compraventa? ¿De donación, en caso de gratuidad? ¿De alquiler?
Es más que evidente que nos enfrentamos a la enésima prueba de que el Derecho sufre importantes limitaciones a la hora de responder con inmediatez. Desafortunadamente, la realidad es más veloz que las leyes que deben regularla.

lunes, 17 de enero de 2011

ESCRIBIR PARA SOBREVIVIR



Supongo que todos los enamorados de las letras nos preguntamos qué razón nos impulsa a situarnos frente a la página en blanco y comenzar a llenarla de palabras. En mi caso particular, defiendo la teoría de que escribir es un modo (uno más) de sobrevivir.
Hace apenas un mes, leyendo el magnífico discurso del reciente Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, me dediqué a subrayar algunos de sus párrafos. Quiero compartirlos en este foro, con la esperanza de que muchas personas se sientan tan identificadas con su contenido como yo misma.
Los libros son una fuente de inmensa felicidad.






LA LITERATURA ES UNA REPRESENTACIÓN FALAZ DE LA VIDA QUE, SIN EMBARGO, NOS AYUDA A ENTENDERLA MEJOR, A ORIENTARNOS POR EL LABERINTO EN EL QUE NACIMOS, TRANSCURRIMOS Y MORIMOS. ELLA NOS DESAGRAVIA DE LOS REVESES Y FRUSTRACIONES QUE NOS INFLIGE LA VIDA VERDADERA Y GRACIAS A ELLA DESCIFRAMOS, AL MENOS PARCIALMENTE, EL JEROGLÍFICO QUE SUELE SER LA EXISTENCIA PARA LA GRAN MAYORÍA DE LOS SERES HUMANOS, PRINCIPALMENTE AQUELLOS QUE ALENTAMOS MÁS DUDAS QUE CERTEZAS, Y CONFESAMOS NUESTRA PERPLEJIDAD ANTE TEMAS COMO LA TRASCENDENCIA, EL DESTINO INDIVIDUAL Y COLECTIVO, EL ALMA, EL SENTIDO O EL SINSENTIDO DE LA HISTORIA, EL MÁS ACÁ Y EL MÁS ALLÁ DEL CONOCIMIENTO RACIONAL.

NADA HA SEMBRADO TANTO LA INQUIETUD, REMOVIDO TANTO LA IMAGINACIÓN Y LOS DESEOS, COMO ESA VIDA DE MENTIRAS QUE AÑADIMOS A LA QUE TENEMOS GRACIAS A LA LITERATURA PARA PROTAGONIZAR LAS GRANDES AVENTURAS, LAS GRANDES PASIONES, QUE LA VIDA VERDADERA NUNCA NOS DARÁ. LAS MENTIRAS DE LA LITERATURA SE VUELVEN VERDADES A TRAVÉS DE NOSOTROS, LOS LECTORES TRANSFORMADOS, CONTAMINADOS DE ANHELOS Y, POR CULPA DE LA FICCIÓN, EN PERMANENTE ENTREDICHO CON LA MEDIOCRE REALIDAD.

POR ESO TENEMOS QUE SEGUIR SOÑANDO, LEYENDO Y ESCRIBIENDO, LA MÁS EFICAZ MANERA QUE HAYAMOS ENCONTRADO DE ALIVIAR NUESTRA CONDICIÓN PERECEDERA, DE DERROTAR A LA CARCOMA DEL TIEMPO Y DE CONVERTIR EN POSIBLE LO IMPOSIBLE.

Mario Vargas Llosa



sábado, 15 de enero de 2011

UN MILLÓN DE GRACIAS





Este blog que empezó en 2011 cumple hoy quince días. Con esta entrada, serán también quince los escritos que lo formen. Un escrito por día. Es la meta que me he trazado, la dosis que me he propuesto inyectar en una red tan desconocida como apasionante.

Mi primer balance no puede ser más satisfactorio. Las dos primeras semanas del año han sido todo un descubrimiento para mí. He recibido cientos de visitas de personas que me han dedicado su tiempo y su interés.

A TODOS,UN MILLÓN DE GRACIAS. 

Una escribe para sí, pero también aspira a ser leida y comprendida.

Sigo en la batalla.

viernes, 7 de enero de 2011

PESADILLA ANTES, DURANTE Y DESPUÉS DE NAVIDAD

ARTÍCULO PUBLICADO EN "LA OPINIÓN DE TENERIFE" EL 7 DE ENERO DE 2011





Me gusta la Navidad. Lo digo muy en serio. Los recuerdos y experiencias que voy atesorando a su paso me llenan de felicidad. Antes, como hija. Ahora, como madre. Sé de buena tinta que algunos me tachan de cursi, otros de anacrónica, varios de monjil y, a poco que me descuide,  hasta de carca, pero no me ofendo. Soy una superviviente que venció hace años el vértigo a la no integración social. Me siento, en ésta y en tantas otras cuestiones, como ese piloto que conduce por la autopista en sentido contrario mientras experimenta una inexplicable y malsana satisfacción. Y, como de momento puedo sobrevivir a mi desafiante condición de perro verde sin lanzarme en brazos del Trankimazín, miel sobre hojuelas. Sé sin ningún género de duda que ese día llegará pero, si mi destino piensa que voy facilitarle la labor, va listo. Y mira que persiste –insisto, sin éxito-  en que me una al numeroso ejército de detractores de una celebración que, muy a su pesar, resiste el paso del tiempo sin fisuras. Pero yo, invadida por la más terapéutica de las nostalgias, procedo a trasladarme mentalmente cada cincuenta y dos semanas a un espacio y un tiempo donde la Navidad no comenzaba a mitades de octubre sino a primeros de diciembre.




Firmemente decidida a reproducir el formato navideño de una infancia ya lejana, mi pesadilla se inicia cuando la Virgen aún está de siete meses, momento en el me dirijo a llenar el carro de la compra y me topo por sorpresa con una nutrida selección de turrones, roscos de vino, polvorones y calendarios de Adviento de todos los tamaños y precios, estratégicamente colocados en las estanterías de los pasillos centrales del supermercado. No entiendo cómo la más humilde de las embarazadas no se pone de parto en ese preciso instante. Desde luego, por falta de argumentos no será. Sin haberme repuesto aún del impacto y ataviada con una camiseta de tirantes y unas sandalias para neutralizar los veinticinco grados de temperatura exterior, comienzo a escuchar por los altavoces del establecimiento un espantoso villancico de Boney M. que –ahora sí- me obliga a tomar asiento, presa de una incontrolable sensación de falta de aire. Compruebo con horror que ya se ha abierto la veda y los participantes en esta carrera de despropósitos van tomando posiciones, dorsal en mano. Tienen dos meses por delante para diseñar los fastos de un magno evento cuya razón de ser, cuyo espíritu verdadero, es lo que menos importa.



Conviene tener claras las prioridades y lo primero es lo primero, o sea, lo material. La dedicación al espíritu tendrá que esperar a mejor ocasión. El estómago es su ídolo de barro y los menús de rigor,  esa espeluznante selección de viandas a precios estratosféricos que, una vez digeridas y transformadas en kilos excedentarios, servirán para hacer más llevadera la cuesta de enero a los endocrinólogos, se convierten en la principal preocupación de estas jornadas de homenaje a los excesos. Los índices de etilismo e hipercolesterolemia no pueden defraudar porque ¿de qué sirve el récord de las últimas Navidades si no es para ser batido?



Tampoco es despreciable el grado de stress asociado a la elección y posterior compra de los inevitables regalos de rigor. Tan neurótica etapa se desarrolla en dos fases consecutivas. La fase UNO está protagonizada por un orondo anciano de barba blanca que proviene de lejanas y gélidas tierras. Las grandes superficies, cegadas ante sus expectativas de negocio, se han encargado de introducirle con calzador en nuestra civilización. Con confianza, sin complejos, como si compartiéramos una historia en común. Por mor de tan influyentes madrinas, lleva lustros compitiendo con los protagonistas de la fase DOS, entrados igualmente en años y llegados de los desérticos confines del orbe. Este trío, al parecer con una capacidad económica sustancialmente inferior, no ha podido contratar a unos asesores de marketing mínimamente cualificados y su visita tardía, apenas dos días antes de la vuelta al cole, juega en su contra, a pesar de que a ellos sí les avala un brillante currículo de historia y tradición. Una pena.




Superadas sendas pruebas de fuego –banquetes y obsequios- y con los bolsillos como dos agujeros negros de la galaxia, resta lo secundario. O sea, lo intangible. Lo espiritual, vamos. Y para triunfar en este terreno de los afectos lo ideal, una vez zambullidos en los océanos de la informática y de la telefonía móvil, es perpetrar un texto de última generación que sustituya a las inolvidables cartas manuscritas de antaño. ¿Cabe acaso mayor muestra de cariño que un sms standard de contenido cuasidiabético? Sí. Cabe. Los empalagosos e impersonales Christmas que proliferan por internet saturando las bandejas de entrada.  Sin comentarios.

miércoles, 5 de enero de 2011

2011: CRISIS, VIDENTES Y BABAS DE CARACOL


ARTÍCULO PUBLICADO EN "LA OPINIÓN DE TENERIFE" EL 5 DE ENERO DE 2011




El mes de diciembre acaba de exhalar su último aliento, no sin antes ceder el testigo al eterno sucesor. Enero se inicia sin piedad y la famosa cuesta a la que da nombre será este año, por desgracia, más alpina que pirenaica. Los adultos que todavía conservamos el puesto de trabajo retornaremos a una denostada aunque bendita rutina y los niños volverán a llenar las aulas para enfrentarse a un descafeinado segundo trimestre. Imbuidos de un postrero espíritu navideño y amparados en las mejores intenciones, aprovecharemos el cambio de calendario para formular el enésimo listado de propósitos. Ahora queda lo más difícil: cumplirlos.


Idénticos objetivos se repiten año tras año, avalando lo recurrente de nuestras aspiraciones, auténticas odas a la falta de originalidad: adelgazar y dejar de fumar. Ocasionalmente, en un alarde de rupturismo digno de elogio, aparece alguna rara avis decidida a invertir su tiempo y su dinero, no en culturismo, sino en cultura. ¡Qué mejor excusa que la reciente concesión del Nobel de Literatura a un escritor de habla hispana para, poniendo una pica en Flandes, trazarse como meta la lectura de, por lo menos, dos libros en los próximos doce meses! Ahí queda eso. Y si, para perder peso, se recomienda adoptar una serie de medidas fruto del más puro sentido común (básicamente, comer menos y hacer más ejercicio), no parece descabellado que, para poner en forma el cerebro, se deba cumplir también un protocolo cuya primera medida consista en prescindir de la televisión o en reducir su consumo, incompatible a todas luces con una  adecuada higiene mental.


Llegados a este punto, he de confesar que nunca  he dedicado demasiada atención a la pequeña pantalla. Informativos aparte, me cuesta lo indecible hallar una emisión que merezca la pena, a pesar de que en la actualidad las cadenas que pugnan por atraer la atención de millones de telespectadores se cuentan por docenas. Pero, por si no gozaba de suficientes argumentos para repudiar a la caja tonta, durante estas jornadas de ocio he constatado un preocupante incremento de espacios dedicados a la televenta y a los gabinetes de videncia. Los sociólogos aseguran que se trata de un síntoma estrechamente ligado a los periodos de recesión económica, como si la lectura del tarot o los milagrosos efectos de la baba de caracol fueran antídotos perfectos contra la crisis.


El caso es que, a deshoras y con la inestimable colaboración de mi mando a distancia, he podido explorar mundos desconocidos habitados por plantillas que te hacen crecer cinco centímetros, audífonos que te permiten distinguir el sonido de un alfiler cuando choca contra el suelo, fajas vibradoras que, con apenas cinco minutos diarios de uso, te ayudan a reducir dos tallas y ungüentos pegajosos susceptibles de esclerosarte las varices a domicilio. He visitado universos inquietantes frecuentados por seres de dudoso género, vestuario alternativo y peinado irreproducible que, poseídos por el rentable don de la adivinación, acarician bolas de cristal entornando los ojos mientras vislumbran, si no el futuro del incauto de turno, sí los ingresos que les está reportando su conmovedora ingenuidad. Desde luego, ante tamaña perspectiva, lanzarse en brazos de la literatura se erige como la alternativa ideal, aunque sea con una humilde novela al semestre. Por algo se empieza.

TRIBUTO DE DESPEDIDA A LA NAVIDAD



24 de diciembre. Cierro los ojos y puedo sentir un intenso frío en mi rostro. Soy una niña sacando vaho por la boca mientras escribe su nombre en los escaparates, la nariz pegada a los cristales. Está nevando y, pese a mis airadas protestas,  mi madre me ha puesto botas, gorro, bufanda y guantes. Donde yo nací, el suelo está hoy resbaladizo y la gente recorre las gélidas calles apresuradamente, las manos llenas de paquetes,  los corazones llenos de sentimientos, las mentes llenas de recuerdos. Cierro los ojos y, a mi paso, puedo ver el fulgor de las luces del imponente árbol de Navidad que se yergue, orgulloso y colorido, en medio de la Plaza del Castillo. A sus pies, un precioso Belén de figuras clásicas representa el Nacimiento de Jesús. Cierro los ojos y puedo escuchar los sones de los villancicos de mi infancia, las zambombas, las panderetas, los gritos de un castañero ansioso por hacer su agosto a final de año.  Cierro los ojos y puedo oler, presidiendo la mesa, el maravilloso aroma del cardo cocinado por mi tía con primor, de la bandeja de turrón, del vino rosado. No falta nadie. Somos felices. Es Nochebuena.






24 de diciembre. Abro los ojos y, a mi paso, palmeras y flores de Pascua jalonan  la Rambla. Donde yo vivo, la atmósfera es cálida y el cielo azul, una bóveda perfecta. Año tras año, la Navidad con sol me sigue pareciendo un milagro. Lejos quedan ya mi niñez y mi ciudad. Mis padres partieron en sendas primaveras, ella una noche, él una tarde, pero antes me regalaron la compañía permanente de su espíritu. Deseo de todo corazón que mis hijos, sus nietos, continúen reviviendo estas fiestas ahora y siempre. La gente seguirá recorriendo las calles. La iluminación navideña decorará de nuevo avenidas y callejuelas. Y en mi tierra de adopción arroparán al Recién Nacido con una manta esperancera. Y se oirán los mismos villancicos, las zambombas, las panderetas. Y las truchas no estarán rellenas de jamón sino de batata, poniendo el broche ideal a la velada. Y no faltará nadie, ni los presentes ni los ausentes, que nos acompañarán en la memoria de una noche más allá del tiempo y del espacio. Somos felices. Es Nochebuena.