martes, 29 de marzo de 2022

ENHORABUENA, ELSA



He recibido con intensa emoción la noticia de la concesión del Premio Canarias de Literatura 2022 a la escritora Elsa López, a quien aprecio y admiro profundamente. 

Esta imagen corresponde a la presentación en la emblemática Librería de Mujeres de su obra "Últimos poemas de amor", cuya dedicatoria continúa siendo a día de hoy una de las más hermosas que albergo en mi biblioteca. 

Mi enhorabuena de todo corazón por este merecidísimo reconocimiento.

viernes, 25 de marzo de 2022

LA BUENA ORTOGRAFÍA TAMBIÉN ENAMORA


Artículo publicado en El Día el 25 de marzo de 2022

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 26 de marzo de 2022



Acabo de leer en un curioso artículo que las nuevas modalidades de abordaje romántico (sic) hacen de la ortografía una de nuestras mejores cartas de presentación. La posibilidad de hacernos pasar por otra persona recurriendo a una foto falsa, a modificar nuestra edad (ambos aspectos, imposibles en un encuentro cara a cara) o a atribuirnos una profesión imaginaria, parece bastante habitual en las actuales tentativas de encontrar pareja. Sin embargo, en nuestro modo de escribir no cabe la falsificación. Según el texto al que me refería al principio, “los espantos ortográficos son como abrir la puerta de nuestra alcoba y enseñar una cama deshecha, mostrar unos dientes sin cepillar, ojos con legañas, arena en las alfombrillas del coche…”. Y es que, por fuerza, toda expresión que denote detallismo, afán y esmero resulta atractiva y atrayente. Y en este universo de corrección incluyo, cómo no, la utilización adecuada de los signos de puntuación y de los imperativos terminados en “d” (injustamente tachados de pedantes y, por desgracia, en claro riesgo de desaparición). 

Resumiendo, que seducir a través de la palabra, lejos de ser un recurso de poetas decimonónicos, se halla de plena actualidad. Por ello, urge devolver a la expresión escrita (aunque sin olvidarnos tampoco de la oral) la relevancia que encierra y la posición que merece. Ni que decir tiene que Internet y las omnipresentes redes sociales han hecho estragos en el conjunto de normas lingüísticas. El primer atropello llegó a través de los famosos SMS, donde la corrección escrita llevaba aparejado un coste superior del mensaje, por aquello de que abreviar era virtud, con lo que la penalización económica estaba servida. Desde aquel histórico momento se abrió la puerta a la “k” sustituta de “que”, exitoso preludio de posteriores dislates. Para colmo de males, los alfabetos de los móviles no reconocían algunas grafías. 

Y en este punto llegó Twitter con su innegable contribución a un estilo telegráfico y poco exigente de comunicación. De hecho, resulta cada vez más constatable que en la red social no se concede apenas importancia a la buena ortografía de las publicaciones, y que nadie dejará de leer un texto plagado de erratas o de patadas al diccionario siempre y cuando el contenido sea del agrado del respetable. Juegan también a favor de estas prácticas aspectos no menores, como la limitación de caracteres, el uso de emoticonos y la impaciencia propia de las nuevas generaciones, por no aludir a esta modalidad de nuevo cuño consistente en escribir tal y como se habla, obviando así el recomendable hábito de releer lo escrito antes de su envío. ¡Qué menos! 

Por supuesto, en este fenómeno tampoco cabe negar la responsabilidad asociada al deterioro progresivo de la Educación. Aún recuerdo con estupor cómo, en unas relativamente recientes oposiciones a docentes de Secundaria, el 10% de las plazas quedaron vacantes porque un número considerable de aspirantes fueron descartados a causa de sus faltas ortográficas. Pero centrándonos ya en el alumnado, todo parece indicar que la incidencia va en aumento. Esta vertiente tan fundamental del Lenguaje ha de comenzar a abordarse en la etapa infantil para, a continuación, tratarse en profundidad durante la Educación Primaria, fase vital en la que niños y niñas se inician en la expresión escrita. Y, aunque la producción de faltas no dependa de una única causa, sabida es la relación intrínseca que existe entre el ejercicio de la lectura (bastante abandonado ante la preeminencia de la producción audiovisual) y la corrección ortográfica. 

Para concluir, como persona enamorada de la Comunicación, defiendo sin fisuras la trascendencia de escribir correctamente, habida cuenta que un acto considerado a día de hoy tan insignificante como poner un acento donde no se debe, omitirlo o cambiar una letra puede provocar que el mensaje que queremos transmitir resulte confuso, erróneo o falto de coherencia. Y frente a esta deriva, pierde la sociedad en su conjunto.

viernes, 18 de marzo de 2022

FELIZ Y ENSALZADOR DÍA DEL PADRE


Artículo publicado en El Día el 18 de marzo de 2022

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 19 de marzo de 2022




Un año más nos disponemos a celebrar el Día del Padre, uno de los más reconocidos a nivel mundial al margen del enclave geográfico y de la cultura que lo albergue. En los países de raigambre católica, como España, la fecha elegida es el 19 de marzo, festividad de San José, quien asumió y ejerció con entrega incondicional la paternidad de Jesús de Nazaret. Sin embargo, el origen de esta entrañable costumbre resulta bastante desconocido y halla su explicación en la muestra de gratitud de una hija, Sonora Jackson Smart, hacia su progenitor, un veterano de la Guerra Civil estadounidense cuya esposa falleció durante el parto de su sexta criatura. A consecuencia de aquella circunstancia trágica el hombre se encargó del cuidado y educación de su prole en una granja de Washington, con todo el cariño del mundo y sin ningún tipo de ayuda. Por ello, a Sonora se le ocurrió promover esta jornada de reconocimiento mientras escuchaba en la iglesia un sermón precisamente el Día de la Madre y su idea fue ganando aceptación, hasta que el presidente Lyndon B. Johnson la materializó en 1966, extendiéndose con velocidad por otros continentes, si bien por medio de distintas tradiciones y en fechas diferentes. 

Consiste en un homenaje a los padres y a la labor que ejercen en la crianza y enseñanza de sus hijos e hijas y su principal finalidad estriba en recordarles cuánto se les quiere y qué importante es su presencia dentro de las familias. Y, aunque cada colectividad lo celebra a su estilo, en nuestro país resultan muy comunes las reuniones en torno a la mesa y el posterior reparto de regalos, ya sea realizados o adquiridos por los más pequeños de la casa. Constituye asimismo una ocasión propicia para comentar algunos extremos susceptibles de mejora, dado que todavía se torna preciso modificar determinados patrones ya obsoletos que aún reducen la misión paterna a proveer económicamente o dar un apellido a los descendientes, mientras que el grueso de los aspectos vinculados a la crianza continúan recayendo sobre las progenitoras. Por lo tanto, a quienes hayan crecido sobre el trasfondo de estas creencias les convendría dejar de reproducirlas, al menos si aspiran a formar parte activa en la evolución de sus vástagos. 

Y es que en el seno familiar no proceden actividades exclusivas para madres o padres, más allá de las biológicas derivadas del parto y la lactancia. En ese sentido, cuando se da por bueno el argumento de que los varones “ayudan” en las tareas domésticas, en vez de considerar que se corresponsabilizan de su realización, se frena el desarrollo social y se priva a niñas y niños de unos adecuados modelos de colaboración equitativa, fundamentalmente durante su infancia. Nosotras no estamos más dotadas para perder noches, cambiar pañales, arreglar la casa, cocinar, planchar o lavar. Lo sé de buena tinta porque, además de una madre fuera de serie, tuve también un padre excepcional, capaz, generoso y dispuesto, cuya memoria me acompaña permanentemente. Será esa la razón por la que siempre he defendido con convicción la importancia trascendental de esta figura. 

A estas alturas casi nadie cuestiona que la enseñanza de herramientas para el desarrollo vital es responsabilidad de dos, y que su tarea conjunta y complementaria supone generar vínculos que demuestren la disponibilidad plena como cuidadores, a cargo de la seguridad, el cuidado y el amor de aquellos a quienes han dado la vida. A mi juicio, la definición real de familia trasciende a lo que expresan los sucesivos diccionarios a lo largo de la Historia y, en consecuencia, nunca es tarde para ejercer una paternidad activa, afectiva y comprometida. No nacemos aprendidos, pero tener voluntad, mostrar interés y desterrar el temor a equivocarnos integran la mejor fórmula. Seamos un equipo y demostremos que la unión hace la fuerza. Feliz día, padres. Y mil gracias.

martes, 15 de marzo de 2022

DE PRESENTACIÓN EN PRESENTACIÓN



Me siento inmensamente agradecida al decano del Ilustre Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife y a las compañeras de la Comisión de Igualdad del ICATF por su cálida acogida y apoyo incondicional en la presentación el pasado jueves del proyecto “MUJERES DE JUSTICIA” en nuestra casa común. Cuando el compromiso es compartido, el objetivo de la igualdad real se halla sin duda cada vez más cerca. 

“Ayer jueves celebramos el Día Internacional de la Mujer con la presentación del libro “Mujeres de justicia”. Un libro que nace “a consecuencia del deber real de nuestra sociedad de pagar tributo, homenajear y reconocer el trabajo incansable de tantas mujeres que, dentro del ámbito de la Justicia, han contribuido a configurar un sistema jurídico más justo para esa gran mayoría oprimida: las mujeres”. 

"El acto, presentado y moderado por nuestro decano José Manuel Niederleytner García-Lliberós, contó con la presencia de sus autoras, Asunción Bosch Gutiérrez y Myriam Z. Albéniz, y convocó a un numeroso público en el salón de actos del ICATF, además de muchos compañeros de la Junta de Gobierno”.



viernes, 11 de marzo de 2022

DE LA PRECARIEDAD LABORAL A LA INESTABILIDAD PERSONAL


Artículo publicado en El Día el 11 de marzo de 2022

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 12 de marzo de 2022




Me temo que mi proverbial optimismo comienza a tambalearse al tiempo que degenera la situación bélica en Ucrania y en los informativos sólo hallo argumentos para la tristeza porque, cada vez con mayor frecuencia, me descubro echando la vista atrás y recordando mis inicios como mujer independiente. Parece mentira que hayan transcurrido más de tres décadas. Y es que formar parte de aquella generación del “baby- boom” solía implicar tener unos padres trabajadores y honrados a carta cabal, cuyo mayor anhelo estribaba en que sus hijos e hijas estudiáramos todo lo que a ellos les había arrebatado la posguerra. Y así lo hicimos muchos, conscientes de su sacrificio y de la responsabilidad de aquel legado. Primero, en el colegio y después, si era viable -todavía recuerdo el día en que me concedieron una beca- en la Universidad. Pusimos el broche a nuestro currículum académico con idiomas y estudios complementarios, y nos lanzamos a la búsqueda del primer empleo a una edad razonable. Algunos hasta lo conseguimos con cierta rapidez -yo tenía veintitrés años-, lo que nos permitió disponer de unos ingresos con los que empezar a planificar un futuro que pasaba inevitablemente por abandonar el hogar, bien para fundar nuestra propia familia, bien para diseñar otro modelo de vida alternativo. 

Hacer planes no resultaba una quimera, como tampoco lo era tener hijos en vez de, como sucede hoy, casi nietos. El hecho es que, con nuestras luces y nuestras sombras -que de todo ha habido-, hemos conseguido superar el medio siglo con la sensación de haber disfrutado de experiencias vitales relevantes y, además, a su debido tiempo. Abundando en esta cuestión, me entristece profundamente la realidad que azota a la juventud española, una de las que más se lo piensa antes de abandonar la casa paterna, tal y como revelan las cifras de Eurostat. El ranking sitúa a nuestro país en el séptimo enclave de la Unión Europea que más tarda en independizarse. En general, nuestros jóvenes deciden dar el salto pasados los 29 años, tres por encima de la media del Viejo Continente, que se halla en los 26,4. Las estadísticas indican que ocho de cada diez asumen que, con suerte, van a tener que depender económicamente de su familia sin fecha de caducidad. Asimismo, el informe del Consejo la Juventud de España confirma en un reciente informe que independizarse puede conllevar un coste para este colectivo de hasta el 93% de su sueldo. 

Es la vida en precario, consistente en trabajar en lo que sea, al precio que sea y renunciando a la más mínima exigencia sobre sus condiciones profesionales. Mención especial merece la amarga alternativa de la emigración no deseada, contemplada por más de la mitad de los encuestados. Un perverso “déjà vu” de la España de los sesenta, aunque con la terrorífica particularidad de que, por aquel entonces, las víctimas eran mano de obra sin cualificar, pero amparadas al menos en una contratación previa, mientras que a día de hoy adoptan la forma de licenciados bilingües o trilingües que se lanzan sin red sobre tierras extrañas, con grandes posibilidades de iniciar su particular “via crucis” sirviendo mesas en un restaurante de comida rápida. 

Me recuerdan a esos diminutos roedores domésticos que, dentro de una rueda diabólica (sin trabajo no hay salario, sin salario no hay vivienda, sin vivienda no hay independencia y sin independencia no hay pareja ni hijos), giran y giran hasta el límite de sus fuerzas. A mí ya no pueden robarme el pasado, pero a ellos se les está arrebatando el porvenir sin tener la culpa de nada. Razón para la queja no les falta y desde estas líneas me uno a su indignación y a su exigencia de cambios estructurales prioritarios y en profundidad porque, hasta el momento, los actuales modelos no sirven y tan sólo generan precariedad laboral e inestabilidad personal.

martes, 8 de marzo de 2022

viernes, 4 de marzo de 2022

UNA "DICCIONARIA" DE OBLIGADA LECTURA


Artículo publicado en El Día el 4 de marzo de 2022

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 5 de marzo de 2022



Reconozco que soy poco amiga de los avances informáticos, aunque simultáneamente admito que estoy cometiendo un grave error instalándome en la nostalgia de un pasado de cartas manuscritas y romances de carne y hueso. Internet me produce cierta prevención y, por qué no decirlo, bastante desasosiego, fruto sin duda de una vena provinciana de la que ni puedo ni quiero desprenderme. Debe ser por eso que, incauta de mí, he venido renegando de cualesquiera redes sociales a las que me invitaban a pertenecer, persuadida de que con esa actitud evitaba males mayores. Previamente necesitaría preparar mis neuronas y ahormar mi tendencia a la introspección para dar el salto definitivo a la modernidad tecnológica, pero mucho me temo que ahí sigo. Mi máxima cota alcanzada se reduce a un humilde blog, un reciente perfil de Facebook donde comparto mis colaboraciones en los medios de comunicación y una dirección de correo electrónico que, asuntos profesionales al margen, sirve también de vertedero a multitud de archivos prescindibles. 

Con frecuencia, y en función del remitente, los borro sin abrir, respaldada por la convicción de que su contenido no va a ser de mi agrado. Los que más me incomodan son aquellos que pretenden hacerme un gran favor, bien avisándome de la fecha del fin del mundo, bien ilustrándome sobre los últimos avances en materia de estafas. Pero a veces, como una flor solitaria en medio del páramo, descubro algún e-mail que obra el milagro de despertar mi curiosidad. En su momento recibí uno con el llamativo título “El machismo en la Lengua Española” y, amante como soy de las letras puras, decidí perdonarle la vida. Al abrirlo, desfiló por la pantalla de mi ordenador un ejército de palabras que, utilizadas en su género masculino, rebosaban corrección y dignidad pero que, al feminizarlas, mutaban sus significados para desembocar en un club de alterne. 

Procedan a vestir de mujer a perro, aventurero, callejero y hombrezuelo e inmediatamente comprenderán de qué estoy hablando. Podríamos seguir con la versión femenina de hombre público (como sinónimo de personaje prominente), o de hombre de la vida (en equivalencia a varón que posee gran experiencia), en contraposición a mujer pública y a mujer de la vida que, como habrán adivinado sin dificultad, se añaden al masificado burdel de las líneas precedentes. Por ello, he agradecido profundamente la reciente publicación de una Diccionaria cuyos textos son obra de Ana Martín Coello, periodista y humanista tinerfeña. A lo largo de sus páginas pone el foco de un modo divertido pero, al mismo tiempo, cargado de denuncia, sobre la diferencia que existe en el significado de las palabras dependiendo de su género. Se presenta como “un novedoso artefacto literario que desvela que una zorra es la hembra del zorro y que coñazo y cojonudo (partes del cuerpo equivalentes) deberían ser sinónimos. ¿Por qué un coñazo es una cosa aburrida y algo cojonudo es buenísimo? ¿Por qué zorra, cerda, lagarta y un sinfín de términos similares significan «puta» y en masculino solo aluden al animal en cuestión?”. 

Ciertamente, el lenguaje que utilizamos a diario refleja la connotación peyorativa de no pocas palabras cuando adoptan el femenino y este libro da fe de ello a través de numerosos ejemplos comunes por todos conocidos, pero en los que nunca hemos reparado con calma. Recurriendo al humor, la ironía y el desparpajo, la publicación no constituye un discurso espeso ni resentido aunque, desde luego, lanza un nítido mensaje sobre el que urge reflexionar y que nos interpela acerca de una situación que, por desgracia, mantiene su vigencia a través de los siglos. A tan necesaria obra dedico, pues, esta merecida reseña para inaugurar un nuevo mes de marzo en el que todavía resulta ineludible continuar reivindicando la igualdad, la justicia y la eliminación de la violencia de género. Iniciativas como la que nos ocupa contribuyen sin duda a ello.