viernes, 31 de enero de 2020

SOBRE LA NEGATIVA A LAS PRUEBAS DE PATERNIDAD


Artículo publicado en El Día el 31 de enero de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 1 de febrero de 2020




Por asombroso que pueda parecer, más de una estadística revela que en torno al 10% de los menores no son hijos biológicos de su supuesto padre. La comprobación de una realidad tan amarga gracias a los avances de la genética es, a día de hoy, un motivo de divorcio que en épocas pasadas, por falta de medios técnicos, no se contemplaba. En ese sentido, recibí hace algún tiempo una consulta acerca de un asunto relacionado con una negativa judicial a la realización de unas pruebas de paternidad. El interesado pretendía averiguar a instancias suyas -y aquí estriba la novedad- si era el padre biológico de un niño. Lo normal en estos casos es que los varones se nieguen a colaborar en el esclarecimiento de su condición, de modo que me resultó sorprendente enfrentarme al caso contrario. 

No es infrecuente toparse con individuos que, al negarse a reconocer legalmente a sus descendientes, aboquen a la mujer a acudir a la vía judicial. Por lo tanto, no está de más clarificar algunas ideas acerca de un tema tan espinoso. La descendencia de las mujeres es siempre clara e identificable, cuestión que no ocurre con la de los varones. Dicho de otro modo, la maternidad es un hecho, mientras que la paternidad es una mera presunción. El Derecho ha intentado, con mejor o peor fortuna, solventar cuantos extremos han ido surgiendo en torno a una delicada materia que afecta, al menos, a tres bandas: la madre, el padre y el vástago. En las demandas de paternidad es el propio demandante quien está obligado a acreditar una serie de indicios que doten de cierta eficacia probatoria a los hechos que van a constituir el centro de su pretensión. 

Complemento imprescindible a dichos indicios es la realización de las pertinentes pruebas biológicas que certifiquen la relación parental a demostrar. En concreto, la prueba de ADN posee una efectividad cercana al 99,9% y, en cuanto a su eficacia procesal, supera sin discusión al restante material probatorio esgrimido. Sin embargo, y aunque se dicte una orden judicial expresa, no existe medio coercitivo alguno que pueda obligar a un individuo a la realización de la citada prueba, que suele consistir en un frotis bucal o en un análisis capilar. Es indudable que esta clase de procesos sitúa a los afectados ante un conflicto de derechos y de bienes jurídicos protegidos que las leyes correspondientes tratan de armonizar. 

Por un lado, se alza el derecho filial a conocer la propia identidad y a obtener los apellidos y la herencia que le pertenecen. Esta acción puede ejercerse durante toda la vida, aunque durante la minoría de edad debe efectuarse a través de un representante legal o del Ministerio Fiscal. Por otro, se halla el derecho de la madre a clarificar la paternidad de su criatura. Y, por último, el derecho del supuesto padre a la integridad física, al honor, a la intimidad y a la privacidad. Conviene resaltar que, si la negativa de éste a la investigación es injustificada, los tribunales podrán equipararla a una confesión presunta. De hecho, el propio Tribunal Constitucional ya se ha manifestado al respecto, afirmando que "el derecho a la integridad física y a la intimidad personal no se infringe cuando alguien debe someterse a una prueba prevista en las leyes y acordada razonablemente por un juez". 

Tampoco hay que olvidar que la vigente Constitución Española equipara a todos los efectos la filiación de los hijos matrimoniales y extramatrimoniales. En conclusión, lo verdaderamente relevante en este sensible asunto es constatar que el TC no avala en ningún caso una declaración de paternidad basada única y exclusivamente en la negativa del demandado a someterse a las pruebas biológicas pertinentes. Para evitar reclamaciones carentes de base, también es requisito sine qua non la concurrencia de otros indicios fehacientes que corroboren la relación mantenida por la pareja y que dio origen al nacimiento del descendiente de ambos.

martes, 28 de enero de 2020

PREMIOS GOYA 2020






La cinta de Pedro Almodóvar “Dolor y gloria” ha resultado la gran vencedora de la 34 edición de los Premios Goya, obteniendo siete galardones, entre ellos tres de los cuatro más importantes: película, director, guion original y actor principal. 


LISTADO COMPLETO DE GANADORES


MEJOR PELÍCULA: “Dolor y gloria”

MEJOR DIRECCIÓN: Pedro Almodóvar por “Dolor y gloria”

MEJOR ACTOR PROTAGONISTA: Antonio Banderas por “Dolor y gloria”

MEJOR ACTRIZ PROTAGONISTA: Belén Cuesta por “La trinchera infinita”

MEJOR DIRECCIÓN NOVEL: Belén Funes por “La hija de un ladrón”

MEJOR GUION ORIGINAL: Pedro Almodóvar por “Dolor y gloria”

MEJOR GUION ADAPTADO: Benito Zambrano, Daniel Remón y Pablo Remón por “Intemperie”

MEJOR MÚSICA ORIGINAL: Alberto Iglesias por “Dolor y gloria”

MEJOR CANCIÓN ORIGINAL: Javier Ruibal por “Intemperie”

MEJOR ACTOR DE REPARTO: Eduard Fernández por “Mientras dure la guerra”

MEJOR ACTRIZ DE REPARTO: Julieta Serrano por “Dolor y gloria”

MEJOR ACTOR REVELACIÓN: Enric Auquer por “Quien a hierro mata”

MEJOR ACTRIZ REVELACIÓN: Benedicta Sánchez por “La trinchera infinita”

MEJOR DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN: Carla Pérez de Albéniz por “Mientras dure la guerra”

MEJOR DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Mauro Herce por “Lo que arde”

MEJOR MONTAJE: Teresa Font por “Dolor y gloria”

MEJOR DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Juan Pedro de Gaspar por “Mientras dure la guerra”

MEJOR DISEÑO DE VESTUARIO: Sonia Grande por “Mientras dure la guerra”

MEJOR MAQUILLAJE Y PELUQUERÍA: Ana López-Puigcerver, Belén López-Puigcerver y Nacho Díaz por “Mientras dure la guerra”

MEJOR SONIDO: Iñaki Díez, Alazne Ameztoy, Xanti Salvador y Nacho Royo-Villanova por “La trinchera infinita”

MEJORES EFECTOS ESPECIALES: Mario Campoy e Iñaki Madariaga por “El hoyo”

MEJOR PELÍCULA DE ANIMACIÓN: Sygnatia, S.L., The Glow Animation Studio y Hampa Studio por “Buñuel en el laberinto de las tortugas”

MEJOR PELÍCULA DOCUMENTAL: Kokoro Films, S.L., por “Ara Malikian, una vida entre las cuerdas”

MEJOR PELÍCULA IBEROAMERICANA: “La odisea de los giles” (Argentina-España)

MEJOR PELÍCULA EUROPEA: “Los miserables” (Francia)

MEJOR CORTOMETRAJE DE FICCIÓN: Irene Moray por “Suc de Síndria”

MEJOR CORTOMETRAJE DOCUMENTAL: Silvia Venegas Venegas por “Nuestra vida como niños refugiados en Europa”

MEJOR CORTOMETRAJE DE ANIMACIÓN: José Luís Quirós y Paco Sáez por “Madrid 2120”




viernes, 24 de enero de 2020

MORIR DE FRÍO



Artículo publicado en El Día el 24 de enero de 2020

Artículo publicado en Diario de Levante el 29 de enero de 2020





Hace apenas un par de inviernos una mujer de ochenta y un años murió tras un incendio en su domicilio de la localidad catalana de Reus. Por lo visto, una vela que había encendido para iluminarse prendió el colchón de la habitación en la que dormía. En el momento del suceso la víctima estaba sola en casa, aunque compartía techo con una nieta. A ambas les habían cortado la luz en septiembre por falta de pago y, pese a que les correspondía una ayuda social en concepto de electricidad, no habían llegado a tramitarla. Los encargados de la investigación se decantaron por la teoría del infortunado accidente, desconociéndose en aquel momento si la anciana se durmió sin apagar la llama o si, tal vez de regreso de una visita al lavabo en mitad de la noche, se cayó con tan mala suerte de provocar el percance. 

Durante la misma semana, mientras tomaba un café a primera hora, presencié la entrevista que un reportero estaba realizando a otra señora mayor, titular de una pensión no contributiva que, mientras se envolvía en una gruesa manta de lana, relataba al joven periodista las penurias de su realidad diaria, en ese caso agravadas por la ola de frío que estaban padeciendo en tierras peninsulares. Sus exiguos ingresos de apenas seiscientos euros no le alcanzan para hacer frente al suministro eléctrico, de modo que, cuando pulsaba los interruptores, no se producía respuesta alguna. No tenía luz. Tampoco calefacción, lo que le había ocasionado un principio de pulmonía que se estaba supervisando por su médico de cabecera. 

Sentada en un sillón junto a una mesa camilla, rodeada de fotos familiares colgadas de las paredes, con el cabello blanco y unas ansias extraordinarias de vomitar su desdicha, respondió con firmeza a las preguntas de su interlocutor. Y, tras despedirla desde el estudio, no sin antes brindarle un apoyo tan sincero como estéril, los responsables del programa televisivo en cuestión dieron paso a la cobertura de una cumbre de dirigentes políticos donde, espectacular banquete mediante, se preveía abordar, entre otros asuntos, el de la sangrante pobreza energética, que se describe teóricamente como “aquella situación en la que los ingresos son nulos o escasos para pagar la energía suficiente para la satisfacción de las necesidades domésticas”. Otra de sus acepciones, por cierto, alude a “cuando se destinan por obligación una parte excesiva de los ingresos a pagar la factura energética de la vivienda”. 

Obviamente, no nos hallamos ante un fenómeno exclusivo de nuestro país, como tampoco lo son sus consecuencias respecto a la exclusión social y el deterioro de las condiciones de vida de millones (repito, millones) de personas. En toda Europa se ha instaurado igualmente esta tragedia, cada vez más creciente y menos silenciosa, de no poder encender ni un solo aparato eléctrico por miedo a lo que después refleje la factura, suponiendo que todavía las compañías del sector no hayan procedido a cortarle al usuario el suministro por falta de pago. De poco o nada han servido aquellos llamamientos del Comité Económico y Social Europeo para “proteger a los ciudadanos frente a la pobreza energética e impedir su exclusión social”, así como para “tomar medidas para garantizar a cualquier persona en Europa un acceso fiable a la energía a precios razonables, porque la energía es un bien común esencial, debido a su papel indispensable en todas las actividades cotidianas, que permite a cada ciudadano tener una vida digna, mientras que carecer de él provoca dramas”. 

Cuando estas líneas vean la luz, nuestro planeta continuará sufriendo una de las peores olas de frío en décadas. Miles de hombres, mujeres y niños se expondrán a soportar temperaturas inhumanas. Algunos se quedarán por el camino. Otros, en medio de un helador océano. Otros, abandonados en los campos de refugiados. Otros muchos, olvidados en nuestras propias ciudades. Y todos, se convertirán en víctimas inocentes de una pobreza, además de energética, ética. Una pobreza de dimensiones insoportables. ¿Hasta cuándo?