viernes, 30 de junio de 2023

FOMENTAR LA IGNORANCIA NOS CONDENARÁ PARA SIEMPRE


Artículo publicado en El Día el 30 de junio de 2023

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 1 de julio de 2023

Artículo publicado en La Opinión de La Coruña el 1 de julio de 2023

Artículo publicado en Información de Alicante el 2 de julio de 2023



En algunos países bálticos, a la vista del fracaso educativo experimentado en los últimos años, quieren retornar a los libros del texto. Tal circunstancia me retrotrae mentalmente a una entrevista que leí en su momento con gran interés. Su protagonista era Gregorio Luri, Doctor en Filosofía y Premio Extraordinario de Licenciatura en Ciencias de la Educación quien, a lo largo de su dilatada trayectoria profesional, ha ejercido como maestro de Primaria, profesor de Bachillerato y docente universitario. Y eso que, según él mismo reconoce, no tenía al principio vocación de enseñante. Sin embargo, sabía bien que la única alternativa al campo ribero en el que le había tocado nacer consistía en estudiar Magisterio en Navarra, ya que esa y ninguna otra era la carrera que sus padres podían permitirse costearle, esos mismos padres que le transmitieron el amor por el trabajo bien hecho y que le aconsejaron “huir de las excusas, porque es lo que más infecta el alma”. 

Haciendo honor a la etimología, Luri es un enamorado del saber -que eso significa el término “filósofo”- y lo demuestra en todas y cada una de sus acertadas apreciaciones, entre ellas que el fracaso escolar es, básicamente, un fracaso lingüístico. O que la frustración alberga un gran poder educativo. O que los niños y las niñas tienen derecho a contar con unos progenitores imperfectos. O que los más desfavorecidos, además de herramientas intelectuales, necesitan respeto en vez de lástima. Es en ese contexto, en el de la desigualdad, en el que defiende que la diferencia entre el alumnado rico y el pobre es doble, no sólo económica sino también cultural. Porque, mientras el primero puede reforzar en sus domicilios lo que aprende en el colegio, el segundo se ve abocado a adquirir determinados saberes exclusivamente en las aulas. Y, como quiera que el aprendizaje fácil de cuestiones complejas es un imposible, considera que no siempre existe alternativa pedagógica a los codos, imprescindibles a pesar de su mala prensa. 

Conceptos tales como esfuerzo, mérito y capacidad han de recuperarse con urgencia, pero sin prostituir su verdadero significado y, sobre todo, sin ser arrojados como armas electoralistas por las formaciones políticas desde hace décadas. Si en la actualidad acceder a la información resulta cada vez más asequible, simultáneamente la capacidad para buscarla, identificarla y ordenarla -en una palabra, el criterio- es muy mejorable. Si a ello se suma la nefasta tendencia de igualar al estudiantado por lo bajo, sacralizando así una equidad falaz, el peligro de formar deficientemente a generaciones enteras no puede pasarse por alto. Personalmente, no acierto a comprender por qué la excelencia es un concepto que en nuestro país genera tantas reticencias. De hecho, entre las varias insensateces que se asocian a la denominada Escuela del Futuro, sobresale una que afirma que el conocimiento por sí mismo ya no se considerará valioso y que el empleo de la memoria caerá en desuso. Me pregunto entonces cómo, partiendo de la ignorancia, podrá alcanzarse ese mínimo grado de criterio aludido anteriormente. 

Según Luri, se educa por impregnación, siendo esta más eficaz cuanto la exhibición de nuestros principios y valores se realice espontáneamente. Y es el ojo, no el oído, el órgano llamado a esa misión. Dicho de otro modo, somos el ejemplo que damos a nuestros hijos e hijas. Lo cierto es que aquella escuela tradicional a la que acudí en mi infancia estaba concebida como un puente de confianza entre las familias (donde se nos quería sin condiciones) y la sociedad (donde se nos iba a valorar por lo que seríamos capaces de saber y hacer). Tal y como le ocurre a mi experto paisano, yo tampoco tengo claro que la escuela actual sepa cuál es su verdadera función, pero comparto su veredicto de que, si se pierde el sentido de la función, se pierde también el de la excelencia.

lunes, 26 de junio de 2023

CINCUENTA Y TODOS


GRACIAS, GRACIAS y MÁS GRACIAS a todas las personas que, con motivo de mi cumpleaños, me están trasladando desde ayer sus innumerables felicitaciones y muestras de afecto. 

Les garantizo que sentirme tan querida y acompañada es para mí el mejor regalo de la vida. 

Abrazos de corazón.

viernes, 23 de junio de 2023

DE LA PALABRA DE HONOR AL HONOR DE LA PALABRA


Artículo publicado en El Día el 23 de junio de 2023

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 24 de junio de 2023


Qué tiempos aquellos en los que los negocios se cerraban con un apretón de manos, las promesas se cumplían y coincidían pensamientos, palabras y obras. Sin duda la virtud de la coherencia no pasa por su mejor momento. Encontrar personas que piensen, digan y hagan lo mismo resulta más difícil que ver llover hacia arriba. Y, por lo que respecta a la escena política, pasamos directamente al ámbito de los milagros. Apenas han transcurrido unas semanas desde la celebración de las elecciones autonómicas y municipales y ardo en deseos de comprobar si, a la postre, los representantes de las distintas formaciones van a cumplir sus promesas preelectorales, al menos quienes no han obtenido la mayoría suficiente de votos para gobernar con comodidad. Ojalá me equivoque, pero los repentinos y sorprendentes cambios de criterio van a ser moneda común a partir de ahora, máxime con las generales a la vuelta de la esquina. Y, si no, tiempo al tiempo. 

Parece evidente que el valor de la palabra dada cotiza claramente a la baja y se torna aplicable a la totalidad de órdenes de la vida, desde el más trascendental al más irrelevante. A menudo recuerdo con nostalgia sana aquellas películas del Oeste de las sobremesas de los sábados de mi infancia, en las que el compromiso verbal de los protagonistas bastaba y sobraba para formalizar un pacto. Claro que yo ya tenía en casa a mi particular Gary Cooper, un padre honesto hasta el extremo que jamás en su vida quebró un juramento. Por lo visto, se trata de usos del pasado que van desapareciendo al mismo tiempo que quienes los ponían en práctica sin fisuras. Yo misma, en el ámbito profesional, insisto muy a mi pesar sobre la importancia de trasladar al papel cuantos datos conciernan a una relación, bien contractual o de otra índole, amparándome en la famosa (y, por desgracia, certera) máxima de que “las palabras se las lleva el viento”. Porque en este mundo nuestro que gira alrededor del poder y el dinero, sólo los contratos por escrito evitan complicaciones ulteriores no deseables y únicamente los documentos consolidan los vínculos entre las partes de un negocio. 

Reconozcamos, pues, que la suspicacia y el recelo han ganado la batalla a la confianza y a la buena fe. En cualquier caso, tampoco se precisa recurrir a las esferas jurídicas, políticas o financieras para constatar esta realidad tan poco edificante. Lo que algunos maleducados consideran una trivialidad, como llegar tarde a las citas, también constituye una muestra habitual del poco o nulo valor que se le otorga a la palabra dada y representa una falta de respeto hacia los demás, que vienen a importar al impuntual aproximadamente el cero absoluto y que, como tarjeta de presentación del sujeto en cuestión, no tiene desperdicio. Luego tratará de justificarse acusando a la pobre víctima de su retraso de ser demasiado estricta. Relájate, le dirá, que la vida son dos días. Sin sonrojos. Con un par. 

El propio entorno doméstico también opera como testigo de esta costumbre tan rechazable -que no tan rechazada-, reproduciéndose idéntico fenómeno con el trato que dispensamos a infancia, adolescencia y juventud a nuestro cargo. Con frecuencia les generamos falsas expectativas o les ilusionamos con propuestas irrealizables, con lo que ello supone de correspondiente decepción posterior. Atendiendo a la lógica, y una vez acostumbrados a que quienes deben educarles incumplan lo acordado, pretender que después alcancen la edad adulta abonados a la sinceridad y al cumplimiento de los compromisos adquiridos no deja de ser una ingenuidad, cuando no una osadía. En definitiva, respetar la palabra dada es respetarnos a nosotros mismos, es revelar nuestro grado de integridad y seriedad y, más aún, es demostrar al prójimo que nos importa. Pero, por encima de todo, es el único patrimonio que nos queda cuando ya no nos queda nada.

viernes, 16 de junio de 2023

LA CONVENIENCIA DE HUIR DE LA TITULITIS


Artículo publicado en El Día el 16 de junio de 2023

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 17 de junio de 2023

Artículo publicado en La Opinión de La Coruña el 18 de junio de 2023

Artículo publicado en La Opinión de Málaga el 26 de junio de 2023




Con la llegada en 2010 del tan famoso como controvertido Plan Bolonia, las Universidades de nuestro país contaron con un plazo de tres años para adaptarse al nuevo escenario académico, en el que los estudios quedaron divididos en Grados de cuatro años, Másteres y Doctorados. Simultáneamente, la brutal crisis económica llenó las aulas universitarias de jóvenes que, al terminar su carrera, no encontraban trabajo y decidían ampliar su formación mientras aguardaban la llegada de tiempos mejores. Y así el fenómeno provocó un fuerte aumento en las matriculaciones de unos títulos que, en demasiadas ocasiones, fueron creados sin tener en cuenta ni su continuidad con los citados Grados ni la subsiguiente inserción profesional, aunque en el imaginario popular suponían la llave que abriría las puertas al ansiado puesto de trabajo. 

Sin embargo, la cruda realidad continúa siendo otra bien distinta. Miles de graduados y graduadas inician cada año uno de los incontables másteres que se ofertan en nuestro país, por más que los actuales empleadores ya no se dejen impresionar por la susodicha línea adicional en los currículos. En todo caso, la oferta es amplísima: presenciales, semipresenciales, no presenciales, públicos, privados, oficiales y no oficiales. Por desgracia, junto a los más respetables (cuesten o no un ojo de la cara) se mezclan los que sólo sirven para engordar CVs y, como bochornosa modalidad, los que te “regalan” por amiguismo si eres cargo público o persona influyente. Caso aparte constituyen los denominados másteres habilitantes, obligatorios para poder realizar posteriormente el doctorado o trabajar en una profesión regulada (abogacía, psicología, arquitectura, ingeniería…) y que, aunque no garantizan un empleo, es obvio que se traducen en un gran negocio para las Universidades. 

Por contra, los que no son obligatorios conforman un cajón de sastre en el que caben desde los mejores (duración de más de 500 horas, calidad contrastada, alto nivel) hasta los peores (puro camuflaje y mero relleno). En definitiva, acreditaciones y certificados que, para no ser tachado de falto de cualificación o carente de motivación, a veces se alzan como simple humo que enmascara la incompetencia de su poseedor, con lo que ello supone de flagrante injusticia respecto a un numeroso estudiantado cuyo talento, valía y dedicación está fuera de toda duda. Persiste la sensación de que estas enseñanzas complementarias van a alimentar las más variadas expectativas después de décadas de formación. Sin embargo, algunas son bastante difíciles de adquirirse, como un correcto aprendizaje de idiomas sin necesidad de residir en el extranjero, una educación financiera acorde con los tiempos y, por duro que resulte, la aceptación de que no existe tanta demanda como oferta de graduados, doctores y expertos que cada fin de curso salen a la arena de la vida. Hoy en día, la falta de experiencia equivale tristemente a precariedad y a bajos salarios. Es la pescadilla que se muerde la cola. 

Aun así, más lamentable si cabe resulta el testimonio de quienes consideran que un diploma dentro de un marco les otorga, además, cierta superioridad social e, incluso, moral. Lástima que tan reluciente impreso no vaya acompañado de la honestidad y la humildad de las que, a todas luces, carecen. Considero intolerable esta escandalosa práctica de distorsionar los datos académicos por parte de representantes de formaciones partidistas, en el convencimiento de que, con total seguridad, la incauta ciudadanía terminaría por no darse cuenta. Confío en que a partir de ahora haya por fin un antes y un después, y que triunfe la evidencia de que no es lo mismo disponer de un título que acreditar una valía. Permitir que la incompetencia y la mentira se abran camino, mientras el talento y la transparencia se quedan a las puertas por falta de medios y oportunidades, constituye un enorme fracaso social. Urge, pues, reconsiderar las vías para acceder al mercado laboral y, de paso, al ejercicio del noble arte de la política.

martes, 13 de junio de 2023

"GOOD MORNING, CANARIAS"



Atendiendo a la amable invitación de la periodista Fátima Bravo, comparto a continuación el enlace de audio con mi participación en el programa de Atlántico Radio "Good Morning, Canarias". 

Dada mi experiencia como mediadora, he tenido la oportunidad de manifestar mi punto de vista sobre los problemas que se suscitan durante las reuniones familiares y, a renglón seguido, aportar una serie de pautas y herramientas para su resolución. 

Agradezco a los responsables de la cadena el trato dispensado y confío en seguir transmitiendo a través de los micrófonos de las diversas emisoras canarias y peninsulares el mensaje de convivencia social que defiendo desde hace tantos años, tanto a nivel personal como profesional. 

A partir del minuto 85









viernes, 9 de junio de 2023

LA INGENUIDAD INFANTIL COMO VEHÍCULO DE ENRIQUECIMIENTO TELEVISIVO

Artículo publicado en El Día el 9 de junio de 2023

Artículo publicado en La Opinión de La Coruña el 9 de junio de 2023

Artículo publicado en La Opinión de Málaga el 9 de junio de 2023

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 10 de junio de 2023

Artículo publicado en Diario de Mallorca el 12 de junio de 2023



Si bien, por regla general, el español es un pueblo solidario que se conmueve sinceramente ante la desgracia ajena, máxime si sus protagonistas son menores, y que protesta con ardor al visionar reportajes en los que estos trabajan duramente en países del Tercer Mundo cargando sacos o doblando la espalda en yacimientos mineros, acto seguido y mando a distancia en mano recala en otra cadena de televisión para disfrutar (es un decir) de la actuación de alguna preadolescente que, maquillada como una puerta y con un atuendo impropio de su edad, interpreta un tema en inglés salpicado de alusiones cuya traducción al román paladino no resulta apta para personas de su generación. Otra paradoja más, de las muchas que nos toca digerir en los tiempos que corren. 

Habrá quien pensará que exagero y que las dos situaciones expuestas anteriormente no son equiparables. Sin embargo, a mí me parece que ambas suponen formas de explotación infantil con varios puntos en común, por más que ningún partido político, sindicato, asociación de defensa de la infancia u organización no gubernamental se manifieste ni mueva ficha al respecto. Ni que decir tiene que estoy absolutamente en contra de los concursos que, aprovechando las cualidades artísticas de sus participantes de corta edad, funcionan como impresionante vehículo de enriquecimiento de las televisiones privadas. Tras esa apariencia de edulcorada ingenuidad, se esconde un espectacular negocio millonario y un arma muy eficaz para alzarse con la victoria en la enconada guerra de las audiencias. 

Pero, como quiera que la capacidad de autoengaño del ser humano es infinita, los promotores de estos shows suelen defenderse diciendo que, a pesar de la cifra que figura en su carnet de identidad, los concursantes en cuestión están ahí por voluntad propia y saben perfectamente lo que quieren. Y es justamente ahí donde, en mi opinión, radica la principal falacia porque, por la misma regla de tres, también podrían decidir dejar de acudir al colegio o no tomar una medicación que les hubiera prescrito su pediatra, por citar tan sólo un par de ejemplos. Por más talento artístico que muestren o por fuerte que sea la personalidad que posean, la totalidad de niñas y niños está llamada a vivir una infancia normal. Esa es la razón por la que desde la Psicología se alerta insistentemente sobre el doble peligro de arruinar esta etapa fundamental en la formación de la personalidad y de alcanzar la madurez sin una sólida base previa, lo más alejada posible de una idea errónea acerca del éxito. 

Chicas y chicos necesitan acumular experiencias positivas y obtener un alto grado de estímulos de calidad, pero siempre adecuados a su nivel de desarrollo interno y externo. En este caso concreto de quienes cantan y bailan emulando a sus ídolos, tanto sus padres y madres como las agencias de representación, producción, dirección de casting y responsables de los programas parece que se olvidan de sus derechos o, como mínimo, que los aparcan temporalmente, sometiéndoles a un trabajo tan duro y competitivo como el de los adultos. Ni siquiera la propia Administración demuestra el mínimo celo exigible a la hora de revisar sus condiciones laborales. De hecho, la situación legal de este colectivo no está regulada adecuadamente. 

Se solicitan unos requisitos para la contratación y se otorgan los correspondientes permisos, pero rara vez se vigila el cumplimiento de unos horarios demasiado agotadores (vestuario, peluquería, maquillaje, ensayos, tiempo de espera en los camerinos) que sobrepasan con creces su breve aparición en pantalla, para discutible deleite de millones de televidentes. Aun cuando esa hipotética ansia de triunfo de hijas e hijos esconda a menudo los sueños incumplidos de quienes les trajeron a este mundo, resulta preferible esperar a que crezcan y, hasta entonces, respetar su anonimato y matricularles en un conservatorio o en una escuela de danza. Más que nada por su bien.

viernes, 2 de junio de 2023

MOSTRAR LA FIRME VOLUNTAD DE VIVIR SIN MIEDO



Artículo publicado en El Día el 2 de junio de 2023

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 3 de junio de 2023




Una buena amiga que ejerce la docencia en un colegio del sur de Tenerife me envió hace algún tiempo un video que, además de servirme para reflexionar, me ha inspirado varios escritos. En él, una profesora daba cuenta de un ejercicio que había encargado a sus alumnos y que consistía en comentar el contenido de un folio que les había repartido previamente. La hoja, de un blanco inmaculado, presentaba únicamente un punto negro en el centro y el trabajo consistía en que cada uno de los chicos y chicas escribieran qué es lo que veían. Pues bien, absolutamente todos se centraron en describir la mancha oscura. Ni uno solo hizo referencia alguna a la parte clara, que ocupaba más del noventa por ciento del espacio. Cuando hubo terminado la revisión, la maestra trasladó a al alumnado su sorpresa ante el hecho de que nadie hubiera aludido a la blancura frente a la negrura, y se sirvió de esa circunstancia para realizar un paralelismo con la vida misma. Y es que, probablemente, con ella nos sucede lo mismo. El punto oscuro, que se traduce en problemas de salud, ausencia de empleo, falta de dinero o relaciones personales complicadas, ensombrece nuestras mentes. Sin embargo, la zona clara, por lo general más amplia, a menudo nos pasa desapercibida. 

Quizás este fue el espíritu que infundió hace ya medio siglo a los compositores James Rado, Gerome Ragni y Galt MacDermot su tema “A’int Got No- I Got Life”, incluido en la banda sonora del musical “Hair” y cuya versión más emotiva corre a cargo de Nina Simone. En ella, la inolvidable cantante enumera una serie de bienes de los que carece. No tiene casa, ni zapatos, ni riqueza, ni clase. Tampoco falda, ni cama, ni perfume. Le falta cultura, un hombre, una madre. No dispone de un dios ni de un símbolo. Ni siquiera cuenta con un amigo. Entonces se pregunta por qué, de todos modos, está viva. Que es aquello que posee y que nadie le puede quitar. Y comienza a dar detalles sobre su cerebro, su cabeza, sus ojos, sus oídos, su nariz, su boca y su sonrisa. Se refiere a sus brazos, sus manos, sus pies y sus piernas. Alude a sus pechos, su sexo, su sangre, su corazón, su alma y su libertad. Y, por último, grita que tiene la vida y, más aún, que la va a mantener. 

Tal vez fuera ese también el ánimo que impulsó a la directora francesa Blandine Lenoir a incorporar esta extraordinaria canción como trasfondo de una de las escenas más conmovedoras de su película “50 primaveras”, en la que la actriz gala Agnés Jaoui da vida de forma convincente y en tono de humor a Aurore, una mujer separada que acaba de quedarse en paro y que, casi de forma simultánea, recibe la noticia de que su hija mayor le va a convertir en abuela. Con medio siglo ya cumplido y arrastrando una existencia estancada, se reencuentra por casualidad con un antiguo amor de juventud, lo que le origina un intenso terremoto a todos los niveles. Aun así, le cuesta admitir de entrada que podría estar ante la ocasión perfecta para iniciar una nueva etapa vital que le salve de tantas inseguridades y sinsabores acumulados. 

Por supuesto no contaré el final, pero sí me abonaré a la teoría de que siempre se puede comenzar desde cero teniendo como faro el lado bueno de las cosas. Por esa razón, insisto en repetir que me encantan los puntos de inflexión. Porque me recuerdan que hay decisiones que, por mucho ruido y caos que perciba en el ambiente, tan sólo dependen de mí. Y porque cada jornada, por mal que se presente, seguro que me brinda algún motivo para celebrar el privilegio de estar viva y mostrar mi firme voluntad de vivir sin miedo.