viernes, 30 de marzo de 2018

"ESCUELA DE LA COOPERACIÓN" FRENTE A "ESCUELA DE LA COMPETICIÓN"



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 30 de marzo de 2018

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 2 de abril de 2018

Artículo publicado en el Diario de Levante el 4 de abril de 2018




Siguen corriendo malos tiempos para la Educación en España. Las estadísticas continúan situándonos en el furgón de cola europeo por lo que se refiere a un ámbito tan prioritario. Las cifras que reflejan los niveles de fracaso escolar ponen de manifiesto año tras año la gravedad del problema al que nos enfrentamos. Yo, que tengo la inmensa fortuna de contar entre mis amistades más estrechas con varios docentes que, a menudo, me transmiten sus preocupaciones, estoy plenamente convencida de la importancia suprema de la formación intelectual como base de una sociedad de la que podamos sentirnos orgullosos.

Por otra parte, siempre he defendido a brazo partido la idea de que la familia educa y la escuela instruye e, igualmente, he manifestado mi completo desacuerdo con esa aspiración de algunos padres de que sean los profesores quienes les sustituyan en la transmisión de valores y modelos de conducta, que considero exclusivos del entorno doméstico. En compensación, jamás he puesto en entredicho los métodos pedagógicos y calificadores de los numerosos profesionales que han impartido clases a mis hijos, ni siquiera cuando no los compartía. Muy al contrario, he respetado al cien por cien su forma de enseñar cada asignatura y sus criterios de evaluación, en ocasiones altamente discutibles.

Por ello, habida cuenta que ya estamos inmersos en el tercer trimestre del curso y restan apenas un par de meses para encarar las evaluaciones finales, me gustaría por enésima vez exponer y analizar una costumbre extendida en determinados centros, y que no es otra que la pretensión de que padres y madres se involucren, como si de otra rutina familiar se tratase, en la realización de las tareas escolares. En otras palabras, que se conviertan en una especie de docentes complementarios a domicilio. Aclaro que no estoy hablando de una mera supervisión académica ni de una ayuda puntual, sino de una colaboración en toda regla.

En este punto, no puedo evitar retrotraerme a épocas pasadas en las que raro era el progenitor que se reunía con los tutores y, menos aún, que acompañara a su prole mientras ésta hacía los deberes. Por regla general, los adultos de entonces no tenían ni el tiempo necesario ni la formación suficiente como para abordar dicho cometido, por más que su máxima ilusión fuera que la generación que les iba a suceder aprendiera lo que ellos, víctimas de unas circunstancias personales poco propicias, no habían tenido la oportunidad.

Por lo tanto, si padres y docentes exigimos respeto mutuo en nuestras respectivas esferas de actuación -educar, los primeros; instruir, los segundos-, no parece muy lógica esa velada exigencia de implicación por parte de los colegios, ni tampoco la actitud de algunas familias que, seguramente con la mejor de las intenciones, se  empecinan en que sus hijos saquen unas notas excelentes en todo y, para la consecución de dicho fin, emplean buena parte de la semana, festivos incluidos, en estudiar en equipo los contenidos de los exámenes, hasta el punto de no saber si la nota final corresponde a unos o a otros y, lo que es peor, desconociendo las auténticas capacidades de cada niño.

Que conste que soy la primera en inculcar la importancia del esfuerzo y en exigir unos resultados acordes con las aptitudes del alumnado pero, en todo caso, sin llegar al extremo de perjudicar su autoestima. En este sentido, conviene no olvidar que las calificaciones de las pruebas suelen combinarse con la participación en clase y con los trabajos en grupo y que, por sí solas, no evalúan ni la facultad de relación, ni el grado de integración ni las diversas inteligencias. Será por eso que en algunos países que encabezan los rangos en materia educativa se suprimen las notas en la Escuela Elemental, porque creen que debe ser la "Escuela de la cooperación" y no la "Escuela de la competición". Para meditar.




viernes, 23 de marzo de 2018

RECORDAR ES VOLVER A VIVIR



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 23 de marzo de 2018

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 24 de marzo de 2018

Artículo publicado en el Diario de Levante el 28 de marzo de 2018





Vivimos tiempos en los que conviven sin dificultad determinados fenómenos aparentemente contradictorios. Así, mientras cientos de investigadores centran sus esfuerzos en remendar los hilos de la memoria, otros tantos recorren el camino a la inversa tratando de encontrar una vía que nos permita eliminar los malos recuerdos, una especie de borrador selectivo que anule tan solo aquellos que nos torturan insistentemente. Esta idea asociada a la ciencia ficción no es nueva y ha sido llevada a la literatura y al cine en numerosas ocasiones. Sin ir más lejos, las víctimas de un trastorno de estrés postraumático protagonizan a menudo historias de angustia y sufrimiento que pueblan bibliotecas y salas de proyección. Son individuos que reviven su trauma una y otra vez, ya sea a través de pesadillas, flashbacks o remembranzas intrusas que escapan a cualquier control racional. En un porcentaje muy notable acuden a las consultas de los especialistas que, a través de terapias o medicación, luchan por rescatarles del pozo de unas dramáticas experiencias que no olvidan, pero cuya carga negativa consiguen rebajar con el paso del tiempo. 

El prestigioso psiquiatra, investigador y profesor Luis Rojas Marcos afirma en su libro “Somos nuestra memoria” que los seres humanos nacemos con una especial capacidad de almacenar en nuestra mente aquello que consideramos relevante para, en el momento oportuno, rememorarlo. Por ello, nos resulta tremendamente difícil imaginar una vida despojada de recuerdos, en la que nada tenga significado, sin sentido del tiempo ni el espacio, sin recorrido de pasado ni conciencia de futuro. Manifiesta, desde su dilatada experiencia profesional, que la lección más fascinante que ha aprendido sobre esta materia ha sido comprender que la memoria no es un archivo perfecto ni un disco duro de ordenador.  Por el contrario, posee el don de renovar los datos que atesora, a fin de adaptarlos a los cambios que experimentamos en nuestra trayectoria vital. Así, con el transcurso del tiempo, sumamos y restamos detalles a las experiencias pasadas, de tal manera que reconstruimos nuestra historia con unas evocaciones modeladas y enmarcadas en el contexto de nuestras creencias y puntos de vista actuales.

Somos la suma de lo que hemos sufrido y de lo que hemos gozado. Y, por extraño que pueda parecer, un proceso de duelo bien llevado permite que el sufrimiento ocupe un espacio en el que los malos recuerdos no estorben. ¿Qué es la vida sino una mezcla de aciertos y de errores, de fracasos y de superación? Lo que nos hace verdaderamente personas es esa combinación singular de episodios dichosos y desoladores, y la hipotética posibilidad de manipularlos nos condenaría a ser una sociedad perturbada, una colectividad “contra natura”.    

A título particular, siempre me ha preocupado esta moderna tendencia de querer solucionarlo todo con pastillas. Tal vez lo peor sea lo que este consumo conlleva de síntoma, de retrato de una sociedad que no tolera el menor contratiempo, que siempre tiene prisa para superar los desengaños, que considera reprobable que alguien se encuentre mal y pida un respiro o ayuda. Parece que las personas ya no tienen recursos para solventar sus problemas diarios, o que el entorno no está preparado para explicarles y acompañarles en procesos que, en contra de sus deseos, no son inmediatos.

Por ello, también me resulta muy inquietante pensar que algún día sea factible tirar de goma de borrar para suprimir los recuerdos que nos causaron, nos causan y nos causarán dolor. Ese eventual olvido de los desamores, las muertes, los fracasos laborales o las amistades perdidas nos dejaría indefensos, inermes para poder combatir los embates venideros del destino y expuestos a cometer los mismos errores de antaño, diseñados como estamos para tropezar una y otra vez en la misma piedra. Sin memoria no somos. Dicho de otra manera, somos lo que recordamos de nosotros mismos. Por esa razón, yo no quiero olvidar mi pasado. Porque me ayuda a enfrentar mi presente. Porque recordar es volver a vivir.




viernes, 16 de marzo de 2018

FAMILIAS MODELO Y MODELOS DE FAMILIA



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 16 de marzo de 2018




La institución familiar ha experimentado profundas variaciones en los últimos tiempos, adaptándose a los novedosos escenarios de una época muy cambiante desde el punto de vista social. El arquetipo tradicional por excelencia (padre, madre, hijos, tíos, abuelos…) ha dado paso a otros modelos con características propias, entre ellos la monoparentalidad, las uniones de hecho, la homoparentalidad o las familias reconstituidas después de un divorcio.  

En este último caso, a un gran porcentaje de sus implicados les cuesta un sobreesfuerzo asumir unos cambios que exigen una notable capacidad para gestionar tales relaciones personales sobrevenidas. Pequeños y grandes habrán, pues, de convivir a diferentes edades, con distintos progenitores y siguiendo pautas educativas, en ocasiones, contradictorias. Por ello, aunque  después de un fracaso sentimental, son muchas las personas que deciden rehacer su vida, otras tantas -especialmente cuando existen hijos fruto de esa primera relación- se muestran reacias a dar el paso de volverse a casar o intentar otra convivencia.

No cabe duda de que la existencia de un enlace previo condiciona a sus protagonistas. El temor a repetir los errores del pasado se hace presente en los intentos posteriores, pero ello no obsta para que una predisposición positiva sirva para superar los inconvenientes iniciales. Lo cierto es que, cuando uno o los dos miembros aportan sus propios hijos al grupo, se plantea la dificultad añadida de no poder centrar la exclusividad afectiva en el cónyuge o asimilado. También tendrán que esforzarse en entablar una relación sana, sólida y afectuosa con sus descendientes, alejada de los celos y la competitividad.

En honor a la verdad, es bastante habitual que los inicios de estos procesos sean difíciles y que, en ocasiones, un obstáculo que no se haya podido eludir desemboque en el punto final para la segunda oportunidad amorosa. Por lo tanto, resulta fundamental echar mano del tacto y  la inteligencia para que ese doble compromiso triunfe. No hay que olvidar que la ruptura de una pareja conlleva, por regla general, un período traumático para los más pequeños, que a menudo conservan la esperanza de la reconciliación de sus progenitores y no se resignan a la entrada en escena de un tercero al  que consideran el rival a batir.

Por esa razón, algunos expertos en la materia aconsejan que los menores no sean incluidos en el nuevo organigrama afectivo ni demasiado pronto ni excesivamente tarde. Se habla del segundo año a partir de la crisis como fecha más recomendable, con el fin de no superponer ambas tareas, la de superar el duelo y la de formar una nueva familia. Asimismo, la reacción de los jóvenes varía en función de su edad. El tramo más complicado oscila entre los diez y los dieciséis años. Tanto antes como después, los procesos resultan más sencillos. Los menores de cinco años tienden a auto inculparse, mientras que cuando rondan los doce temen ser menos queridos o, incluso, olvidados y, si ya son adolescentes, reaccionan o bien madurando prematuramente o bien mostrando un rechazo absoluto. Así pues, lo más conveniente es darles el tiempo suficiente para que acepten a esa figura recién llegada a su entorno. Forzarles a una aceptación prematura sería contraproducente.

En definitiva, nos enfrentamos a unas expectativas a medio plazo que únicamente se harán efectivas paso a paso, transitando por el lento pero seguro camino de la comprensión y el respeto mutuo. A este respecto, comparto la visión de las familias actuales como puzzles compuestos por piezas maravillosas, cada una con sus sentimientos y emociones, sus necesidades y aspiraciones que, de pronto, se vincularán con diferente intensidad a otras piezas ya existentes. La clave consiste en pensar de forma altruista y generosa, ayudando a armonizar esas fichas que, de entrada, quizá no encajan. Solo así será posible evitar el riesgo de una nueva fractura familiar. Una apuesta que, sobre todo si hay niños, vale la pena realizar.


lunes, 12 de marzo de 2018

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "EL ÉXITO: ¿DIVINA CUESTIÓN?"








El próximo día 22 de marzo a las 18.30h tendré el  honor de presentar el libro  “EL ÉXITO: ¿DIVINA CUESTIÓN?" en el Salón de Actos de la preciosa Casa Elder, sede de la Mutua de Accidentes de Canarias. 

Su autora, mi querida y admirada Lidia Monzón, entre otras acreditaciones, es Mentora para el Desarrollo de Competencias en Comunicación, Liderazgo y Valores.

Conferenciante.

Practicioner en PNL (Programación Neurolingüística).

Master en Inteligencia Emocional para los Negocios.

Diplomada Universitaria en Graduado Social por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

Experta en Alta Dirección Universitaria.

Certificada como Mujer Líder de América Latina.

Medalla de Oro del Foro Europa a la trayectoria profesional 2017.

Presidenta de la Asociación Española de Mentores.

Miembro del lobby femenino CHARTER 100 Gran Canaria.

Directora de la Red de Empresarias de la Federación de Pequeña y Mediana Empresa (FEDEPYME).


En el prólogo, el escritor Félix Torán indica que este trabajo de Lidia Monzón está orientado al más noble de los propósitos: el despertar de la consciencia.

En él lleva todavía más lejos la labor que viene realizando desde hace años, abordando aspectos de carácter tangible y ligados a la experiencia material, pero sin descuidar los que van más allá, hacia un plano superior, espiritual, eterno y no manifestado.

Sus consejos conducirán a cada lector hacia una transformación interior positiva, que desembocará en cambios beneficiosos en su vida.

Este texto le ayudará a darse cuenta de que se equivocan quienes piensan que no merecen el éxito o que no pueden lograrlo, y le guiará por el camino correcto. De hecho, constatará que ya ha tenido muchos más éxitos de los que pensaba, y ese ya es un gran comienzo.

Asimismo, a todos aquellos que tengan la convicción de que pueden triunfar en la vida, les servirá de poderosa herramienta para llegar aún más lejos.

La obra aborda temas muy importantes que se pueden llevar a la práctica en el crecimiento personal, como el funcionamiento del cerebro respecto al éxito, la importancia de la meditación, la visualización, el miedo al error y la proactividad.

También enseña cómo deshacerse de las creencias limitantes y las resistencias interiores, que nos frenan desde dentro.

Desde este rincón curso la siguiente invitación para acompañarnos a ambas en esta interesante cita que, a buen seguro, no dejará indiferente a nadie.