viernes, 26 de enero de 2018

LA ALARMANTE SOBREEXPOSICIÓN DE LOS HIJOS EN LAS REDES SOCIALES


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 26 de enero de 2018

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 27 de enero de 2018




Cualquier persona que frecuente en mayor o menor medida las redes sociales observará (protagonizará, incluso) un fenómeno que se produce con una, en mi humilde opinión, improcedente frecuencia. Se trata de la práctica recurrente de colgar en ellas numerosas fotografías de bebés, niños y jóvenes (a menudo, los propios hijos). No pongo en duda los sentimientos de amor y orgullo que impulsan a dichas publicaciones, pero lo cierto es que los adultos que no calibran suficientemente las consecuencias asociadas a estos actos son legión. 

La tentación de compartir los testimonios gráficos de los cumpleaños, las competiciones deportivas, las fiestas escolares o los viajes vacacionales les persigue sin descanso y no todos son capaces de resistirse a ella. Sin embargo, al menos en Italia, más de uno se lo pensará dos veces si no quiere ser castigado judicialmente y abonar una considerable multa.

En dicho país una mujer acaba de ser condenada a retirar de Facebook todas las noticias, datos, imágenes y videos en los que aparece su hijo de 16 años, quien la denunció ante los tribunales por exponer a diario en la citada red social aspectos íntimos de su vida personal. El hartazgo y el malestar del joven habían llegado a tal extremo que durante la vista solicitó al juez su traslado a los Estados Unidos para proseguir allí los estudios, con el fin de poner tierra de por medio y evitar así esa alarmante sobreexposición de su persona. 

El fallo, que sienta precedente, también pone fin a una mediática disputa cuyo origen se remontaba a un previo enfrentamiento legal entre sus padres. En esta era digital donde cualquier detalle de una vida puede ser compartido, se origina cada vez más la coyuntura de que un padre o una madre inmersos en un proceso de separación o divorcio acudan a la justicia para solicitar la eliminación de las imágenes de sus hijos en aras a una tutela más adecuada. En este concreto caso, su Señoría ha fallado a favor del adolescente al avalar sus razonamientos, centrados en que, debido al uso constante y sistemático de las redes sociales por parte de su progenitora, todos sus amigos y compañeros saben lo que está haciendo día sí, día también. De hecho, ha quedado plenamente probado que la protesta del chico no podía tacharse de simple capricho y que recurrió a los tribunales al sentirse abrumado y superado por las circunstancias.

En España, la atribución de colgar fotografías o grabaciones de los niños en Internet se asocia a la patria potestad inherente a sus padres y rara vez se ha cuestionado ese derecho sobre los vástagos. No obstante, según la Ley de Protección de Datos, los propios afectados, una vez cumplan catorce años, pueden decidir sobre el uso de su imagen, por considerarse que ya poseen suficiente madurez para decidir sobre puntos tan determinantes de su personalidad. Y la propia imagen, desde luego, lo es. 

Asimismo, conviene tener muy presente que los menores gozan de una tutela reforzada por la Convención de los Derechos del Niño, aprobada en Nueva York en 1989, y que nuestro Código Civil impone a los padres el deber de cuidarlos y educarlos, lo que incluye una apta utilización de su perfil público. Si no se atienen a su cometido, la Justicia puede intervenir para proteger a los pequeños ante posibles riesgos, entre ellos el de una excesiva exposición en Internet. Concretamente en 2014, el Tribunal Supremo definió a las RR.SS. como lugares abiertos al público potencialmente perjudiciales para los niños, que podrían ser etiquetados o buscados por individuos malintencionados. 

De nuevo es preciso apelar al sentido común y llevar a cabo un ejercicio de empatía, poniéndonos en el lugar de unos seres en construcción que se ven impotentes ante algunas decisiones de sus padres, aunque detrás de ellas se esconda un amor infinito.



martes, 23 de enero de 2018

APOSTANDO POR LA "CULTURA DE LA PAZ"




El pasado domingo 21 de enero se celebró el Día Internacional de la Mediación.

Como miembro fundador de MEDIASCAN-MEDIADORES DE CANARIAS, aspiro desde hace años a dar a conocer de primera mano esta posibilidad de alcanzar soluciones negociadas con la ayuda de un mediador, sin tener que acudir inevitablemente a la vía judicial.

Se trata de un procedimiento garantista, eficiente y susceptible de realizarse en poco tiempo de forma positiva, distinguiéndose además por su vocación de perdurabilidad, habida cuenta que los pactos alcanzados entre las partes se mantienen a lo largo del tiempo.

Supone la apuesta por la unión frente a la confrontación (con miras a evitar la judicialización de las disputas) y abre un nuevo horizonte a la Justicia, ya que promueve socialmente la denominada Cultura de la Paz.

Su espectro de aplicación es prácticamente ilimitado, extendiéndose entre otros a los ámbitos civil, mercantil, laboral, comunitario, penal, educativo y, por supuesto, familiar.

Características como la rapidez, la economía y el menor coste emocional convierten a la Mediación en una opción sumamente recomendable para la resolución de los conflictos más diversos.

Por ello, urge conocerla, entenderla y abordarla a través de equipos multidisciplinares (juristas, psicólogos, pedagogos, trabajadores sociales, educadores…).


Ojalá este objetivo tan anhelado por numerosos profesionales -entre quienes me incluyo- se haga realidad de un modo generalizado, en aras de una justicia más cercana, humana y eficiente.

viernes, 19 de enero de 2018

EL DERECHO DE LOS MENORES A SER VACUNADOS




Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 19 de enero de 2018

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 31 de enero de 2018




La Junta de Andalucía ha retirado a una pareja de forma temporal la custodia de su hijo de un año, después de que los médicos de un hospital gaditano le diagnosticasen palidez cutánea, anemia, deshidratación, malnutrición y carencia de masa muscular. Desde su nacimiento, sus padres le mantenían ajeno a todo control pediátrico y jamás le habían vacunado. 

Hasta la fecha el bebé ha venido siguiendo el sistema denominado “crianza por apego”, que consiste en el contacto físico permanente con los progenitores, el amamantamiento a demanda, la oposición a la escuela infantil hasta los tres años y el traslado piel con piel sin uso de carritos, entre otras especificidades. El Gobierno Autonómico andaluz asegura que se trata de un caso de negligencia muy grave vinculado con la alimentación y los cuidados sanitarios del menor, que se ha visto colocado en una situación de peligro extremo.

A tenor de esta desoladora noticia, considero que es preciso aclarar que quienes deciden no vacunar a sus hijos provocan la colisión de varios principios universales. Uno de ellos es el derecho de todo progenitor a elegir lo que considera mejor para sus vástagos. Otro es el del propio niño a obtener para sí mismo los mayores avances sanitarios aceptados por la comunidad médica (aun cuando sus padres no los acepten). Y un tercero, extraordinariamente relevante, es el del resto de adultos y menores que cumplen escrupulosamente con los programas de vacunación a no ser contagiados por sus incumplidores. Nos hallamos, pues, ante un debate público muy serio y, por desgracia, todavía no resuelto desde el punto de vista legal y ético.

En contra de lo que muchos ciudadanos piensan, la vacunación en España no es obligatoria. Su ausencia ni siquiera supone un obstáculo para impedir la escolarización infantil. En nuestro país sólo es forzosa “en el caso de un brote infeccioso no controlado en un colectivo de personas no vacunadas por una infección que es prevenible mediante vacunación”. Pero lo cierto es que los grupos contrarios a su aplicación son cada vez más numerosos y su repercusión, merced a las influyentes redes sociales, cada vez más notoria.

Las vacunas constituyen uno de los mayores descubrimientos en la Historia de la Medicina y son el elemento más importante de prevención del que disponen los facultativos. Gracias a su eficacia han desaparecido enfermedades muy frecuentes hasta hace pocos años pero, paradójicamente, a medida que erradican patologías antaño mortales, crece el número de  personas contrarias a ellas. Inexplicablemente, nuestra avanzada (entre comillas) sociedad parece ahora más pendiente que nunca de sus posibles efectos adversos, por leves o raros que sean. 

Olvidan aquel pasado no tan lejano de desprotección frente a males como la viruela, la poliomielitis, el sarampión o la misma gripe. Quizás una información clara y precisa sobre su seguridad sería clave para que sus detractores comprendieran su trascendencia y se evitaran casos tan lamentables como el que nos ocupa.

En el caso de España, uno de los principales puntos que mueven a confusión es la inexistencia de una programación unificada, puesto que cada Comunidad Autónoma decide qué vacunas incluir en el calendario oficial y cómo se deben administrar. Sea como fuere, las vacunas son un derecho de los hijos y una obligación de los padres, que deben proporcionarles las herramientas existentes para evitar que enfermen. Es cierto que no son perfectas, pero casi. Tan cierto como que los avances científicos en materia sanitaria van dirigidos a mejorar las condiciones de vida de los seres humanos. 

Lo que no parece de recibo es apuntarse a estas corrientes alternativas que adoptan posicionamientos de riesgo y que ponen en claro peligro a terceros inocentes. Ojalá esta criatura a la que, finalmente, tuvieron que llevar a Urgencias, se recupere satisfactoriamente y su caso sirva para recordarnos que vivir en sociedad implica cumplir ciertas normas y recomendaciones, con independencia de que nos gusten o no.

martes, 16 de enero de 2018

UN CANTO A LA JUSTICIA Y A LA DIGNIDAD




La cinta “Tres anuncios a las afueras” es una de las sorpresas más agradables del presente año cinematográfico. Se trata de una obra de modesto presupuesto -para lo que es habitual en la industria norteamericana- y refleja esa América profunda de comportamientos rudos, pueblos entre montañas, sheriff con estrella sobre la camisa, sombreros vaqueros y locales de carretera donde suena música “country”.

En teoría, se podría pensar que es difícil identificarse con ese ambiente y esa sociedad tan lejanos y característicos. Pero, más allá de la estética y los estereotipos, existe una condición humana que nos iguala en cualquier parte del planeta. Lo cierto es que Martin McDonagh, director y guionista de “Escondidos en Brujas” y “Siete psicópatas”, ha conseguido filmar una entretenida, divertida y reflexiva película con la que está cosechando numerosos aplausos y reconocimientos.  

Una madre cuya hija ha sido asesinada considera que la Policía Local encargada de la investigación no se toma en serio el caso y decide pasar a la acción alertando sobre la pasividad de las autoridades. Para ello, coloca tres carteles a la entrada del pueblo con unos mensajes muy controvertidos sobre el jefe de la citada Policía. Tanto los funcionarios aludidos como los propios habitantes de la localidad se vuelven en contra de la progenitora, pero ella continúa adelante, denunciando en los medios de comunicación la corrupción y el racismo de los agentes del orden.

Entre los principales méritos del largometraje se cuentan unas magníficas interpretaciones de sus actores, unos diálogos y unos pasajes del guion muy mordaces y, sobre todo, la evolución de los personajes, que transitan entre el bien y el mal con sorprendente facilidad. Los villanos terminan realizando acciones heroicas y las víctimas pretenden convertirse en verdugos pero, en ambos casos, sin perder un ápice de credibilidad. La tranquilidad y la parsimonia de ese pequeño enclave de Missouri coexisten en armónica compenetración con la violencia sin poner en riesgo el concepto de vecindad. El resultado se traduce en casi dos horas de buen cine que arranca del espectador una sonrisa para, posteriormente, obligarle tragar saliva. Una combinación, sin duda, muy meritoria. 

El film reúne una serie de elementos que evocan otros títulos como “Fargo” o la más reciente “Comanchería”, compartiendo la misma visión de unas comunidades rurales donde todo el mundo se conoce y lleva a flor de piel los sentimientos más extremos. Individuos tan capaces de darte un abrazo como un puñetazo, de ayudarte como de tenderte una trampa. Auténtico filón para que un agudo cineasta ironice, critique y recapacite sobre la clase de seres que somos los humanos, desde la madre vengativa al agente autoritario, desde el jefe comprensivo al enano colaborador. Una fauna sumamente heterogénea, pero no tan diferente como pudiera creerse en un principio. 

A la espera de conocer el anuncio de las nominaciones a los Oscar, “Tres anuncios a las afueras” ya ha recibido el premio al mejor guion en la Mostra de Venecia y el galardón del público a la mejor película en los Festivales de San Sebastián y Toronto. Sus seis candidaturas a los Globos de Oro se han convertido en cuatro triunfos en las categorías de película de drama, guion, actriz principal y actor de reparto. Asimismo, el “American Film Institute” la ha escogido entre las diez mejores cintas del año. Por tanto, cuando tanto la crítica como el público coinciden en sus valoraciones, es obvio que nos hallamos ante un trabajo que debe ser visionado.


Punto y aparte merece la extraordinaria actriz Frances McDormand, interpretando de un modo sobresaliente a esa madre atormentada, golpeada con reiteración por la vida y que, aun así, se esfuerza por dar la impresión de atesorar una fortaleza y una determinación sorprendentes y admirables.  Ganadora de la estatuilla dorada de Hollywood por la ya mencionada “Fargo”, posee un largo currículum compuesto de actuaciones imprescindibles como las de “Arde Mississippi”, “Casi famosos”, “Quemar después de leer” o “Agenda oculta”. Le acompañan en el reparto unos también acertados Woody Harrelson, Sam Rockwell y Peter Dinklage.