viernes, 31 de julio de 2020

DESCONEXIÓN DIGITAL Y DESCONEXIÓN MENTAL


Artículo publicado en El Día el 31 de julio de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 1 de agosto de 2020

Artículo publicado en Diario de Levante el 2 de agosto de 2020




Desde la declaración del estado de alarma del pasado 14 de marzo, el asalto de la conexión digital en sus más diversas versiones ha sido un hecho. Quien más, quien menos, hemos tenido que conectarnos a ordenadores y tabletas una y mil veces, así como acceder a nuevas plataformas y a aplicaciones desconocidas dentro de la ingente oferta de las nuevas tecnologías. Eso sí, sin horarios ni límites, ya que en determinadas ocasiones la situación lo requería. Sin embargo, inmersos ya en la discutiblemente denominada “nueva normalidad”, llega el momento de reajustar el escenario y de esgrimir más que nunca el derecho a la desconexión digital, si al menos convenimos en que el estrés que genera la utilización de los dispositivos ha de ser la excepción y no la regla. 

El citado derecho a la desconexión digital -reconocido para respetar el periodo de descanso, los permisos y las vacaciones, amén de la intimidad personal y familiar- ampara a los trabajadores a la hora de no contestar llamadas, correos electrónicos o mensajes de móvil fuera de su horario laboral. Dicho de otro modo, las empresas pueden enviar tales comunicaciones cuando lo estimen oportuno, pero sus empleados no están obligados a responderlas hasta que se inicie su jornada de trabajo. Sin embargo, se está observando desde un principio el abismo existente entre ese planteamiento teórico legal y la práctica efectiva. La Ley Orgánica 3/2018, de 5 de diciembre, de Protección de Datos Personales y Garantía de los Derechos Digitales, incorpora en su artículo 88 el derecho a la desconexión digital en el ámbito laboral, reconociendo como tal la garantía, fuera del tiempo de trabajo legal o convencionalmente establecido, del respeto del tiempo de descanso, permisos y vacaciones, así como de la intimidad personal y familiar, e integrando el citado derecho en la normativa sobre empleo. 

En ese sentido, las políticas internas deberían recoger, de forma clara y previa audiencia de los implicados, sus horarios de trabajo y sus momentos de descanso, y concretar -preferiblemente en un acuerdo anterior- las situaciones excepcionales de emergencia en las que dichas comunicaciones se tornen imperativas. Obviamente, el presente asunto se halla íntimamente ligado a la figura del teletrabajo, tan de moda últimamente y que, de no abordarse correctamente, puede constituir una puerta abierta a todo tipo de abusos, siendo las mujeres las perjudicadas en mayor medida. Lo más aconsejable, pues, es que las empresas dispongan dentro de sus departamentos de Recursos Humanos de especialistas en prevención de riesgos laborales capaces de identificar los efectos negativos asociados a la hiperconectividad y preparados para formar al resto del personal en el uso adecuado de los dispositivos digitales. 

Por lo que respecta a los propios empleados, también resulta fundamental poner límites en el caso de apreciar excesos. A veces es necesario decir “no” y, al mismo tiempo, saber distinguir los diferentes grados de responsabilidad entre los miembros de una plantilla, habida cuenta que no es lo mismo ser un alto directivo que un mando intermedio o un becario. Establecer, pues, una línea clara que diferencie el tiempo laboral del tiempo personal se alza como esencial a la hora de potenciar el derecho a la conciliación de la vida familiar, precisamente para evitar ese riesgo cierto de que continúe creciendo la brecha de género. 

Si de verdad aspiramos a conformar una sociedad honesta que piense en recurrir al teletrabajo más allá de la crisis sanitaria y del aislamiento social, urge llevar a cabo un ejercicio de introspección que permita identificar las barreras que impiden establecer un modelo de organización en el que la desconexión digital ocupe un lugar preeminente. De ahí, el derecho a no recibir llamadas ni correos fuera del horario acordado, a no fijar videoconferencias ni reuniones virtuales y a no exigir la entrega de informes, incluso aunque el trabajador no manifieste ningún inconveniente al respecto. Los empleadores deben garantizar siempre ese derecho porque, además del trabajo, están en juego la salud y la felicidad.

https://www.eldia.es/opinion/2020/07/31/desconexion-digital-desconexion-mental/1098152.html




martes, 28 de julio de 2020

"CARTA INTERNACIONAL DEL CAMINAR"






Por su interés social, comparto a continuación la "CARTA INTERNACIONAL DEL CAMINAR", iniciativa de la plataforma CIUDADES QUE CAMINAN a la que es posible  adherirse a través de su página web ciudadesquecaminan.org

"Por la creación de comunidades sanas, eficientes y sostenibles donde la gente elija el caminar nosotros, ratificando la carta, reconocemos los beneficios de andar como un indicador clave de sociedades con salud, eficiencia, inclusión social y sostenibilidad. Además, reconocemos los derechos universales de las personas en poder caminar de forma segura y a disfrutar de una alta calidad de espacios públicos en cualquier sitio y en cualquier momento. Nos hemos comprometido con el trabajo de reducción de barreras físicas, sociales e institucionales que limitan la actividad de caminar. Trabajaremos con otros grupos para ayudar a crear una cultura donde la gente elija caminar, como medio de desplazamiento, mediante nuestro compromiso con esta carta y con sus principios estratégicos". 

1.Incrementar la movilidad integral

2.Diseñar y gestionar espacios y lugares para las personas 

3.Mejorar la integración de las redes peatonales

4.Planeamiento especial y usos del suelo en apoyo a la     comunicación a pie

5.Reducir el peligro de atropellos

6.Mejorar la sensación y seguridad personal

7.Aumentar el apoyo de las instituciones

8.Desarrollar una cultura del caminar

viernes, 24 de julio de 2020

DE MALVIVIR A SOBREVIVIR PARA REVIVIR Y PERVIVIR



Artículo publicado en El Día el 24 de julio de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 25 de julio de 2020




Durante estos pasados meses de confinamiento tuve la oportunidad de volver a visionar algunas películas que, por una u otra razón, me movieron a reflexión en el momento de su estreno y una de ellas fue “Sully”, dirigida por el maestro Clint Eastwood y protagonizada por el oscarizado actor Tom Hanks. En ella se recrea una historia real que tuvo lugar el día 15 de enero de 2009, cuando el piloto con treinta años de experiencia profesional Chesley Sullenberger (conocido como “Capitán Sully”), junto a su copiloto Jeff Skiles, amerizó un Airbus 320 sobre las heladas aguas del neoyorkino río Hudson, salvando así la vida de los ciento cincuenta y cinco pasajeros que viajaban a bordo de la aeronave. 

Aquella impactante noticia saltó de inmediato a los medios de comunicación del mundo entero y ambos hombres estuvieron en el foco de una intensa investigación durante el año y medio posterior al suceso, conminados a demostrar que habían adoptado la decisión correcta en un transcurso de apenas doscientos segundos. El estreno del largometraje sirvió también para recordar el testimonio de uno de aquellos supervivientes, llamado Ric Elias. Él estaba sentado en la primera fila y era el único viajero que podía hablar con los asistentes de vuelo. Cuando escuchó el estruendo generado por la explosión, les miró de inmediato y ellos le indicaron que no se preocupara, que probablemente habían golpeado a algunas aves. Pero, casi de inmediato, comprobó que el aparato viraba el rumbo, se alineaba con el río y quedaba sumido en el silencio sepulcral de los motores. 

El terror en los ojos de la azafata y las palabras “prepárense para el impacto” retransmitidas a través de los altavoces le bastaron y le sobraron para convencerse de que era el final. Sin embargo, contra todo pronóstico, el destino le tenía deparados otros planes y así lo entendió Elias. Como primera medida, decidió compartir su vivencia en una breve conferencia inicial a la que desde entonces han seguido otras muchas, donde relata los pensamientos que se le pasaron por la cabeza cuando fue consciente de que estaba a punto de perder la vida. 

Condensó su contenido en tres puntos. El primero de ellos, la constatación de que absolutamente todo puede cambiar en un instante y que, por ende, hay que disfrutar de cada minuto de nuestra existencia, habida cuenta que puede ser el último. Reparó en los seres a los que quería decir que amaba y no lo hizo, en sus errores pendientes de reparación y en experiencias anheladas aún no materializadas. Le vino a la mente una colección de excelentes botellas que aguardaban en su bodega la llegada de una ocasión de oro y tuvo claro que no se debe aplazar nada para más adelante. A continuación, se lamentó de la enorme cantidad de tiempo que había perdido en asuntos sin importancia con gente que, por el contrario, sí le importaba y convino que, entre tener razón y ser feliz, optaría por lo segundo. Ya por último, durante aquel terrorífico descenso y con el reloj mental en plena cuenta atrás, descubrió que morir no da miedo. Es como si, desde que nacemos, nos estuviéramos preparando para esa circunstancia. Sin embargo, lo que sí provoca es una profunda tristeza. Y, como colofón, concentró sus fuerzas en el deseo de ver crecer a sus hijos. Sólo aspiraba a poder ser un buen padre y lo convirtió en su meta prioritaria. 

Apenas a un mes vista del accidente, asistió entre lágrimas a una actuación escolar de su hija, consciente del milagro que había supuesto esquivar a la muerte en aquella fría jornada de invierno pero, sobre todo, agradecido por el regalo de aprender a vivir de otra manera, sabedor de que nadie está en este mundo para siempre y decidido a ofrecer (y a ofrecerse) la mejor versión de sí mismo. Reviviendo para pervivir.

https://www.eldia.es/opinion/2020/07/24/malvivir-sobrevivir-revivir-pervivir/1096498.html

martes, 21 de julio de 2020

"LA SORRIBA"





En su reciente obra “La sorriba”, la magnífica escritora tinerfeña Cecilia Domínguez Luis (La Orotava, 1948), Premio Canarias de Literatura 2015, nos brinda un relato emocional y emocionante sobre un grupo de mujeres que luchan por sobrevivir en tiempos de escasez y de penuria, y que son capaces de mirar al futuro sin pestañear aunque su procesión vaya por dentro. Todas ellas, instruidas o analfabetas, jóvenes o de mediana edad, con o sin hijos, terminarán por conocerse y ayudarse para poder abrirse paso en un mundo de hombres. 

En unos tiempos no tan lejanos en los que los canarios emigraban a las Américas y desde allí enviaban dinero a sus esposas e hijos hasta que, en no pocos casos, al cabo de los meses dejaban de llegar las noticias y la ayuda, estas heroínas se enfrentaron solas a un universo hostil e ingrato. Sin embargo, a pesar de tantas adversidades, lograron salir adelante gracias a un enorme arrojo, una honda dignidad y una imprescindible sororidad. 

Ahora, la pluma comprometida de Cecilia Domínguez les brinda el homenaje que se merecen, demostrando así que su paso por esta vida no ha sido en vano y que su huella es inspiración para las generaciones posteriores. 



viernes, 17 de julio de 2020

UNA LARGA TRAVESÍA POR EL DESIERTO DE LA MOFA



Artículo publicado en El Día el 17 de julio de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 18 de julio de 2020




El nombre de pila es la primera seña de identidad del ser humano, la que le identifica y le dota de entidad. Se trata de una realidad que se remonta al principio de los tiempos y constituye un identificador simbólico de la personalidad. Por ello, cuando conocemos a una persona, de entrada solemos preguntarle cómo se llama, al margen de cualquier otra consideración. El apellido, sin embargo, se hereda y ha estado ausente en numerosas culturas hasta la Edad Contemporánea. Antes de proceder a la inscripción de un recién nacido, sus padres suelen atravesar un proceso de selección y, finalmente, de elección (al que, por cierto, tienen derecho) más o menos dilatado. No obstante, ese innegable ejercicio de su libertad está sujeto a algunos límites legales, con el fin de evitar que una decisión en ocasiones arbitraria o poco reflexiva, pueda afectar negativamente sobre el futuro de la criatura. 

En esta concreta cuestión, la responsabilidad y el sentido común deben primar sobremanera, ya que decantarse por una mala opción puede condicionar al bebé de por vida. De lo contrario, será el juez, en beneficio del menor, el encargado de poner la cordura ante una excéntrica decisión de los adultos. Algunas prohibiciones de antaño se han flexibilizado notablemente pero, en última instancia, será el criterio de la autoridad judicial el determinante a la hora de autorizar o no los nombres de pila objeto de conflicto. Esta materia se regula en los artículos 54 de la Ley del Registro Civil y 192 de su Reglamento. En dichas normas se indica, por ejemplo, que no podrá consignarse más de un nombre compuesto ni más de dos simples, y que quedan prohibidos los que, objetivamente, perjudiquen a su portador. 

Bien es cierto que, como dice el refrán, sobre gustos no hay nada escrito (recuérdese la polémica suscitada hace algún tiempo con aquel mediático niño al que llamaron Lobo), pero debería imponerse un mínimo de cabeza en orden a evitar consecuencias tan duraderas como poco deseadas. En nuestro ordenamiento jurídico tampoco se admiten los diminutivos ni las variantes familiares y coloquiales que no hayan alcanzado sustantividad, los que hagan confusa la identificación y los que induzcan, en su conjunto, a error en cuanto al sexo. Asimismo, no puede imponerse al nacido el mismo nombre que ostente uno de sus hermanos (a no ser que hubiera fallecido) ni su traducción usual a otra lengua. Lo que sí se permite es sustituir un nombre por su equivalente en cualquiera de las lenguas oficiales del Estado español, así como los de personajes históricos, mitológicos, legendarios, artísticos, geográficos o de fantasía, para cuya interpretación debe tenerse en cuenta la realidad social, cultural y política del país. 

Quedan igualmente prohibidos, por extravagantes, los nombres que, por sí mismos o en combinación con los apellidos, resulten contrarios al decoro de la persona. Aunque contemplados individualmente no resultan chocantes o inconvenientes, juntos constituyen motivo de burla y escarnio para su portador. Me abstendré de transcribir cualquier ejemplo que, con toda seguridad, los lectores tendrán en mente. Dejando a un lado los argumentos de corte legal, cabe también destacar la inconveniencia (por no llamarla crueldad) de someter a una persona desde la infancia a bregar con nombres ridículos de personajes literarios o televisivos de moda, o de allegados familiares o sentimentales (el hermano muerto, la antigua novia) cuya elevada carga emocional no se entiende positiva. 

En ese sentido, si los progenitores han demostrado carecer de un criterio apto a la hora de escoger un factor tan determinante en la existencia de sus vástagos, existe la posibilidad legal de que los propios afectados lo modifiquen por sí mismos. Así, desde que cumplan dieciocho años, pueden instar el procedimiento establecido legalmente sin precisar del permiso parental. Lástima que, para esas alturas del partido, muchos de ellos ya hayan recorrido una larga travesía por el desierto de la mofa.


martes, 14 de julio de 2020

PASIÓN POR LA RADIO






Después de cuatro meses de distanciamiento forzoso a causa de la pandemia de coronavirus, el pasado viernes retorné por fin a mis añorados estudios de RTVC para saludar a mi maestro en las ondas, Eugenio González, y desearle un feliz cambio de etapa profesional. 

A partir de mañana tendré el honor de acompañar a la periodista Mercedes Martín en el programa "Buenos días, Canarias" para seguir profundizando sobre diversos temas de actualidad. 

Mil gracias por la confianza.

viernes, 10 de julio de 2020

AMOR AL CUADRADO


Artículo publicado en El Día el 10 de julio de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 11 de julio de 2020

Artículo publicado en Diario de Levante el 11 de julio de 2020





He conocido durante estos meses algunos dolorosos testimonios de alejamiento temporal entre abuelos y nietos por motivos sanitarios, a causa de la pandemia de coronavirus. Por ello, sabedora de la enorme trascendencia de este vacío sentimental y recurriendo a un cierto paralelismo, me gustaría incidir también sobre la salvaguarda de las relaciones afectivas entre las distintas generaciones de una misma familia a raíz de un divorcio. Para los menores, probablemente tan solo sus padres estén por encima de sus abuelos en la jerarquía del afecto, pues los mayores son auténticos libros vivientes que les transmiten conocimientos y les inculcan valores. Esta última función resulta particularmente relevante en estos tiempos ya que, al haber vivido una época con menor índice de fracasos conyugales, se encuentran en condiciones de ayudar tanto a sus hijos como a sus nietos a comprender algunos principios ya olvidados y, sin embargo, esenciales para disfrutar de una buena convivencia. 

En circunstancias normales, su función debería ser la de correa de transmisión de la memoria y de la experiencia como complementos educativos. El problema se genera cuando llegan las rupturas de las parejas, pues los pequeños suelen perder en la práctica a alguno de sus abuelos. Para los divorciados, la ruptura suele conllevar la consecuencia de cortar o, en el mejor de los casos, reducir, la relación con sus suegros o análogos, como medida adicional para enterrar cualquier vínculo con el pasado. Por lo tanto, no es infrecuente que se obstaculice a las familias de los ex cónyuges la relación con los niños, ampliándose de este modo la lista de víctimas del desamor. Históricamente las relaciones entre los abuelos y los nietos después de un divorcio apenas merecían una mención residual que las englobaba a las de otros parientes y allegados, y en la que no se destacaba la trascendencia de esta insustituible relación intergeneracional. 

Hasta la aprobación de la Ley 42/2003 no gozó de un tratamiento diferenciado. Dicha norma jurídica pretendía la consecución de un doble objetivo: por un lado, "singularizar desde un aspecto sustantivo, de forma más explícita y reforzada, el régimen de relaciones entre abuelos y nietos, tanto en el caso de ruptura familiar como en el caso de simple dejación de obligaciones por parte de los progenitores" y, por otro, "atribuir a los abuelos una función relevante en el caso de abandono de los padres de las obligaciones derivadas de la patria potestad". Sin embargo, algunas voces continúan afirmando que, si bien el mantenimiento de la relación entre abuelos y nietos es natural, la pura lógica legal se opone a que persistan vínculos derivados de un matrimonio o relación equiparable declarados disueltos, de tal manera que, mientras unos juristas están a favor de reconocer este derecho pensando en el bien de los niños, otros lo consideran una intromisión en los asuntos familiares y una dificultad añadida a la hora de cerrar las heridas abiertas provocadas por la separación. 

A mi juicio, se impone una reflexión seria y adulta sobre una problemática que incide tan directamente en el desarrollo psíquico y afectivo de niños y adolescentes. Como punto de partida, sería preciso realizar un esfuerzo por parte de los separados para que, en la medida de lo posible, acercasen posturas enfrentadas y se centrasen en beneficiar sentimentalmente a todas las partes afectadas por la situación sobrevenida. Si sustraer vías de cariño a los propios vástagos es hacerles un flaco favor, no lo es menos infligir un profundo sufrimiento a quienes, asimismo, han contribuido a su crianza desde la cuna. Siempre debería ser un buen momento para tender puentes y, por lo tanto, quienes en su momento fueron pareja han de estar a la altura de las circunstancias para beneficiar sentimentalmente a esos seres tan queridos que son, de una parte, sus padres y de otra, sus hijos. Amor por partida doble. O, si lo prefieren, amor al cuadrado.


viernes, 3 de julio de 2020

DEDICADO A LOS ESTUDIANTES QUE SE ENFRENTAN A LA EBAU 2020



Artículo publicado en El Día el 3 de julio de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 4 de julio de 2020

Artículo publicado en Diario de Levante el 4 de julio de 2020





Decía el filósofo y sociólogo Jaime Balmes que “la educación es al hombre lo que el molde al barro: le da forma”. Ante la graduación académica de una hija o hijo que ha superado con éxito los estudios de Bachillerato queda, en efecto, la sensación de que esa estructura del joven que pronto se convertirá en adulto va tomando ya su forma definitiva. Los valores, las vivencias, los conocimientos, las experiencias y la formación atesorados a través del tiempo serán los cimientos sobre los que construya su personalidad y su futuro. Personalmente, creo que una persona con sueños e inquietudes no deja jamás de aprender. Sin embargo, por muchos años que dure dicho aprendizaje, ninguna época es comparable a la que transcurre desde la niñez hasta la juventud, en la que los recién graduados han sido auténticas esponjas de cultura y ciencia, se han rodeado de amigos y compañeros y han compartido horas de juegos y estudios para convertirse en lo que hoy son: el punto de partida de lo que serán mañana. 

En estas fechas de frustradas entregas de orlas por culpa de la pandemia de coronavirus, se cierra un ciclo en el que los padres miramos hacia atrás con añoranza, en la duda de si habremos acertado con las decisiones tomadas, pero también con el orgullo de comprobar que la difícil tarea de educar va dando sus frutos. Experimentamos un torbellino de emociones muy dispares, desde la nostalgia por el pequeño que fue al orgullo por el joven que es y a la esperanza por la mujer o el hombre que será. Es entonces cuando quienes les hemos dado la vida deseamos con todas nuestras fuerzas tener la certeza de haberles transmitido multitud de enseñanzas útiles para transitar por este mundo tan complicado y para ser felices a lo largo de una existencia, en ocasiones, tan volátil. 

Algunas de ellas nada tienen que ver con teoremas matemáticos ni reglas gramaticales, pero son igualmente valiosas, si no más, para que se conduzcan por la vida con garantías. Y es en este punto donde quiero realizar una defensa ferviente de la sensibilidad, en su acepción de capacidad natural del ser humano para emocionarse ante la belleza y los valores estéticos, y ante sentimientos como el amor, la ternura y la compasión. Se trata de una cualidad imprescindible para disfrutar de las artes (apreciar un buen libro, valorar una película meritoria, emocionarse con una composición musical, conmoverse frente a un cuadro, deslumbrarse ante una pieza de baile…) o, simplemente, de una puesta de sol, del canto de un pájaro o del aroma de una flor. 

Ahora toca mirar hacia adelante. En palabras del político británico Harold MacMillan “hay que usar el pasado como trampolín y no como sofá”, de tal manera que el período escolar que concluye estos días con la celebración de las pruebas de EBAU impulse a esta joven generación hacia un porvenir lleno de retos. Ojalá integren un grupo de mujeres y hombres con grandes sueños que se hagan realidad. Con los pies en el suelo, pero también osados. Capaces de razonar pero, al mismo tiempo, críticos. Enhorabuena a todos y cada uno de ellos. Su graduación es el final y, simultáneamente, el principio. Les quedan por delante miles de hojas en blanco sobre las que escribir su historia personal e intransferible. Ojalá quienes después las lean se asombren de sus logros y admiren su honestidad, máxime en estos tiempos convulsos en los que se echan en falta más referentes sociales de decencia, excelencia y generosidad. Confío en que dentro de algún tiempo, cuando vuelvan la vista atrás, el destino les haya permitido vivir la vida que querían y ser capaces de reconocer en las enseñanzas de sus padres y sus profesores esos cimientos sobre los que desde ahora van a construir su propia obra maestra.