martes, 25 de febrero de 2014

SIEMPRE ABRAZOS





De todas las posibles manifestaciones del afecto, el abrazo es, sin duda, mi favorita. Y lo es porque se puede aplicar perfectamente a cualquier persona, con independencia del vínculo sentimental que te una a ella, madre, padre, miembro de la familia, cónyuge, hijo, amigo, amante, vecino o simple conocido. 


Atendiendo a su intensidad, su duración, su sinceridad y su calidez, de nuestro modo de abrazar se pueden extraer diversas conclusiones. Hay abrazos suaves o firmes, breves o extensos, profundos o superficiales, verdaderos o falsos, y suelen reflejar el grado de afecto de quien los brinda, su capacidad de entrega emocional y el lugar que el abrazado ocupa dentro de su corazón. 


No hay duda de que el contacto físico constituye una necesidad básica para el bienestar emocional del ser humano. En ocasiones, una mera caricia, un apretón de manos o un pellizco en la mejilla contienen un mensaje que, traducido en palabras, superaría a las del capítulo de una novela. Sin embargo, nuestra civilización –por cierto, no es la única- se ha visto influenciada negativamente por una herencia cultural poco partidaria de expresar las emociones abiertamente, asociando este comportamiento a la debilidad y a la vulnerabilidad. Además, nos aboca a la tendencia errónea de sexualizar y, por tanto, malinterpretar, cualquier gesto que tenga su origen en el tacto.


En mi opinión, es una verdadera lástima, sobre todo si tenemos en cuenta que nos hallamos ante una de las más eficaces medicinas para el cuerpo y para el alma desde la infancia a la ancianidad. Algunos experimentos llevados a cabo en el campo de la psicología confirman la teoría de que las personas que no mantienen ningún tipo de contacto físico caminan por la vida con mayor infelicidad y peor estado de ánimo. Curiosamente, la tradición ha dotado al género femenino de mayor permisividad desde el punto de vista social, resultando las mujeres más beneficiadas a la hora de expresar sus emociones.


Asimismo, si se observa una foto fija de la sociedad actual, es fácil apreciar que los supuestos avances tecnológicos nos alejan todavía más de las relaciones cuerpo a cuerpo para convertirnos en seres más fríos e individuales y, sinceramente, creo que no deberíamos incurrir en ese grave error. Por ello, abogo fervientemente para que, tanto hombres como mujeres, demostremos cada día nuestros sentimientos valiéndonos de los cinco sentidos, con palabras y con gestos, desde la mente y desde el corazón, sin dar nada por supuesto.


Porque el afecto nos ayuda a sobrevivir.   

jueves, 20 de febrero de 2014

LA TENTACIÓN DE COMPRAR LA VOLUNTAD DE LOS HIJOS


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 20 de febrero de 2014

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 22 de febrero de 2014






No hace demasiado tiempo saltaron a la palestra dos ejemplos muy mediáticos que ilustran una circunstancia más frecuente de lo que a simple vista pudiera parecer. Hablo de la solicitud de cambio de custodia de las hijas de Eugenia Martínez de Irujo y Francisco Rivera y de Rocío Carrasco y Antonio David Flores, respectivamente. Pero, sin necesidad de recurrir a casos que afectan a personajes famosos, yo misma he atendido profesionalmente a personas que de la noche a la mañana se han encontrado con que sus ex parejas han conseguido comprar la voluntad de sus hijos adolescentes hasta el punto de hacerles abandonar al miembro a quien judicialmente se había atribuido la guarda y custodia.

En otras palabras, la llegada a la adolescencia de los hijos de divorciados propicia en aquéllos su deseo de solicitar el cambio de custodia, amparándose por regla general en las malas relaciones establecidas con el progenitor custodio. Hasta la fecha, y como quiera que los jueces (muchas veces de forma injusta) la han concedido mayoritariamente a las madres, la pretensión de los jóvenes se ha centrado en irse a vivir con algunos padres, más proclives a satisfacer sus caprichos. A nadie se le escapa que el paso de la infancia a la juventud es una etapa muy conflictiva en lo tocante a la convivencia, habida cuenta que los chavales se resisten a determinadas normas e imposiciones. Adaptarse a unos horarios, limitarse a unos gastos, restringir el acceso a las redes sociales o prohibir determinadas conductas constituyen una fuente de conflictos en el seno familiar. Por ello, sería muy conveniente que, llegados a este punto, los adultos demostraran su condición de tales y evitaran estos métodos de manipulación que se traducen en victorias pírricas de dudosa conveniencia para el futuro de sus hijos.

En todo caso, y ya desde un punto de vista objetivo, para que prospere la modificación de la atribución de la guarda y custodia han de cumplirse ciertos requisitos, entre ellos la incapacidad acreditada del progenitor custodio o la demostración de que su conducta resulta perjudicial para el menor. Dentro de este apartado podemos incluir el padecimiento de enfermedades nerviosas o la necesidad de someterse a un tratamiento psiquiátrico. También puede esa falta de idoneidad sobrevenir por una concurrencia de circunstancias lesivas para los intereses y los derechos del niño. Pero fundamentalmente será necesario el cumplimiento de un tercer requisito: que la situación derivada no sea más perjudicial para el menor que la situación existente (Principio del “favor filii”). Dicho de otra manera, no se debe cambiar el escenario si hasta el momento ha dado buenos resultados.

Asimismo, es requisito procesal, siempre que se estime necesario, oír a los menores que tengan suficiente juicio, ya sea de oficio o a petición del Ministerio Fiscal, de las partes, de los miembros del Equipo Técnico Judicial o del propio menor. En este sentido, el párrafo último del art. 770.4 de la Ley de Enjuiciamiento Civil permite al Juez, de forma excepcional, recabar el auxilio de especialistas en la exploración de la madurez psicológica.

Por último, y abundando en el tema de referencia, ha de valorarse la racionalidad de las pretensiones del menor, en el sentido de que no obedezcan a un mero capricho pasajero sino que respondan a una voluntad autónoma, firme y decidida que, aun así, no vincula al juzgador, quien no puede acordar una modificación de tanta trascendencia en base al mero deseo del joven y sin que concurran otras circunstancias objetivas.

Desde estas líneas apelo a reconsiderar esa tentación tan rechazable de comprar la voluntad de los hijos con dinero y prebendas. La experiencia me dicta que, a medio y largo plazo, constituye un veneno mortal para las relaciones paterno filiales.



lunes, 17 de febrero de 2014

RELIQUIAS DEL PASADO




A lo peor son cosas de la edad pero, de un tiempo a esta parte, me sorprendo a mí misma echando la vista atrás en busca de ciertos paraísos que se fueron para nunca más volver. Los buenos modales forman parte de esos recuerdos nostálgicos que marcaron para bien a las anteriores generaciones (entre ellas, la mía). Su drástico deterioro certifica que han pasado a mejor vida como consecuencia de un individualismo galopante que ha hecho de la mala educación su santo y seña. Y vaya por delante que, en mi humilde opinión, la buena educación nada tiene que ver con la capacidad económica, como algunos erróneamente piensan. He conocido multitud de ejemplos de hombres y mujeres con escasos recursos económicos cuyo comportamiento exquisito daba cien mil vueltas al de otros individuos teóricamente más cultos y adinerados.

Actitudes tan habituales antaño, como dar las gracias, pedir las cosas por favor o tratar a los adultos de usted, son cada vez más infrecuentes y a quienes nos resistimos a prescindir de ellas se nos suele tachar de arcaicos. No hace tanto tiempo, resultaba impensable coincidir con un vecino en el portal y que éste, en el mejor de los casos y sin mirarte a la cara, respondiera a tu saludo con un rebuzno. O subir a un transporte público y no ceder el asiento a las personas mayores. Sin embargo, ahora son los niños y los adolescentes quienes ocupan los sitios libres mientras los ancianos se juegan el tipo a ritmo de frenazo. Lo de ayudar a cruzar a la anciana el paso de peatones lo dejo directamente para los libros de Historia. Contenta se puede ver la pobre si, para colmo, no besa el pavimento embestida por algún patinador incontrolado de los que frecuentan las aceras sorteando excrementos caninos. Y más le vale no protestar,  porque lo más suave que le espetará el energúmeno en cuestión oscilará entre “vieja” y “que te den”.

Otros personajes no menos asociales son los partidarios de poner la música a todo volumen, sea la de su vehículo, la de su habitación o la del local de copas que regentan. No seré yo la que les censure su discutible gusto eligiendo canciones pero deberían entender que, cuando uno vive en sociedad, ha de respetar un nivel adecuado de decibelios para que su prójimo no acabe en el especialista.  Por no hablar de esos nuevos esclavos tecnológicos, incapaces de poner el móvil en silencio cuando frecuentan lugares públicos de toda índole, llámense hospitales, bibliotecas, cines y hasta cementerios.

Tampoco se quedan atrás la inmensa mayoría de los tertulianos que proliferan por las cadenas de radio y televisión y que no respetan en absoluto sus turnos de intervención, pisoteándose los discursos unos a otros a voz en grito.

Y qué decir de los atuendos y las poses de las colaboradoras de los programas de corazón, cuyos escotes y piernas entreabiertas son un auténtico dechado de ordinariez. No me quiero olvidar de otro sector de la población, habitualmente del género masculino, que se dedica a escupir a diestro y siniestro en la vía pública, idéntica habilidad que, en lo tocante al gargajo, exhiben sus admirados astros del balompié en el transcurso de los partidos del fin de semana.

Para concluir, una breve referencia a esos energúmenos que se dedican a destrozar el mobiliario urbano convencidos de que los bienes públicos no son de nadie. Por lo visto, debe ser una actividad muy divertida que, encima, les suele salir gratis.

En definitiva, los buenos modales se enseñan y se aprenden. Las familias no deben esperar a que la escuela, a partir de los tres años, asuma esa responsabilidad con sus hijos. Hay que educarles desde el principio en la idea de que todos esos detalles les ayudarán a convertirse en personas más aptas para vivir en sociedad, así que no perdamos el tiempo y pongámonos a la labor.

miércoles, 12 de febrero de 2014

MANIPULACIÓN POLÍTICA A DISCRECIÓN







Potenciar las instituciones de democracia directa es una opción más que deseable. Tratar de que los ciudadanos se impliquen en mayor medida en las decisiones que les afectan, amén de aumentar el nivel de calidad democrática, disminuiría esa enorme zanja que les separa de sus dirigentes. Porque cuando el pueblo se siente partícipe de las resoluciones adoptadas, cuando percibe que su opinión es tenida en cuenta, cuando se insta a su participación, disminuye esa desafección con respecto a su sistema de gobierno. 

Así ocurre en aquellos Estados en los que el referéndum es una fórmula cotidiana de participación popular. Sin embargo, en otros países -España entre ellos- se pretende consolidar la democracia por el mero hecho de convocar a los votantes a las urnas cada cuatro años, a través de un sistema electoral que provoca cada vez mayor desidia y falta de interés. En todo caso, cualquier mecanismo destinado a mejorar la salud del sistema constitucional debe usarse correctamente porque, de lo contrario, termina por desvirtuarse. Y es trascendental concretar quién hace las consultas, cómo y para qué, porque las reglas de la democracia se deben cumplir y respetar. Constituye, pues, un craso error convocarlas por quienes no son competentes, o de forma contraria al ordenamiento jurídico, o sin un motivo legítimo. Sirva de ejemplo el proceso soberanista catalán, a través del cual sus impulsores, saltándose la legalidad a la torera, están decididos a llevar a Cataluña a un callejón sin salida.

La triste realidad es que, abierta la veda, es ahora el Presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, quien, en un golpe maestro, ha pedido autorización al Ejecutivo de Mariano Rajoy para llevar a cabo una consulta ciudadana en relación a las prospecciones petrolíferas previstas por la empresa Repsol en aguas cercanas a Lanzarote y Fuerteventura. He aquí la pregunta del Ejecutivo isleño: “¿Está usted de acuerdo con las prospecciones de petróleo autorizadas a la multinacional Repsol frente a las costas de nuestras islas?” 

Indudablemente, nada resultaría más democrático, bienintencionado y loable que consultar a ese pueblo llano, si no fuera por el pequeño detalle de que, para dicha consulta, sería imprescindible que éste tuviera alguna capacidad de decisión. Pero, duela o no duela, a día de hoy no tiene ningún sentido preguntar a los habitantes de las respectivas Comunidades Autónomas sobre cuestiones que no se incluyen en su ámbito de decisión. Y Paulino Rivero lo sabe muy bien.

De hecho, son muchas las resoluciones del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional que establecen que la competencia para autorizar prospecciones o explotaciones petrolíferas submarinas corresponde en exclusiva al Estado español, no a las CC.AA. El TC estableció precisamente dicho criterio al desestimar un recurso interpuesto por el propio Gobierno de Canarias contra un artículo que avalaba la competencia estatal de autorizar actividades de investigación o explotación petrolífera en el subsuelo marino. Distinto es que se luche por cambiar ese statu quo pero, de momento, ahí está, bendecido por las leyes, guste o no.

Por lo tanto, si la competencia no es autonómica y si la decisión no depende de las islas, ¿de qué sirve consultar a sus gentes? La explicación no deja lugar a dudas: se trata de una maniobra urdida por el líder de Coalición Canaria y sus colaboradores más estrechos para desgastar políticamente a sus enemigos (los de fuera y, cómo no, los de dentro de su propia formación política), utilizando para ello a la ciudadanía como arma arrojadiza, con el único objetivo de asegurarse la reelección para un tercer mandato presidencial. Mucho me temo que, pase lo que pase, tiene el éxito asegurado.

Punto final.

viernes, 7 de febrero de 2014

TODO LO BUENO SE HACE ESPERAR


Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 7 de febrero de 2014

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 10 de febrero de 2014





La primera vez que oí hablar del Palmetum de Santa Cruz de Tenerife era un precioso día de julio de 1997, durante el transcurso de una jornada familiar de ocio en el Parque Marítimo César Manrique. Junto a las piscinas del complejo  diseñado por el inolvidable artista lanzaroteño se alzaba una montaña de residuos cuyo destino era convertirse, con el paso de los años, en un jardín botánico desde el que poder disfrutar de las hermosas vistas de la capital santacrucera. Recuerdo con claridad que me pareció una iniciativa muy interesante, entre otras cosas porque la palmera es uno de mis árboles predilectos, tan diferente a las verdes hayas que pueblan los frondosos bosques de mi añorada tierra navarra. Pensé en la metáfora que encerraba aquel proyecto llamado a transformar en vergel un vertedero para que sobre sus escombros nacieran flores y plantas y para que el hedor diera paso a la fragancia. Desde mi hamaca podía vislumbrar en la lejanía pequeños arbustos que apenas sobresalían del terreno, esquejes minúsculos que, con paciencia y dedicación, ganarían en altura y fortaleza para cumplir su misión medioambiental. Y aunque el comentario general era que habría que aguardar una eternidad para ver el resultado final, aquel desaliento ajeno no hizo mella en mi ánimo, convencida de que todo lo bueno  se hace esperar.


Por aquel entonces mi hijo mayor tenía dos años y yo le vigilaba con atención mientras chapoteaba sonriente con sus manguitos. Qué grato me resultaba cogerle en brazos mientras le señalaba la isla de Gran Canaria en la inmensidad de aquel océano que se abría ante mis ojos. Apenas me llegaba a la  cadera pero sabía bien que en un futuro no tan lejano tendría que elevar la mirada para charlar con él. 


Han transcurrido diecisiete años desde aquella tarde, más de tres lustros de cambios en nuestras vidas, de nacimientos y defunciones, de alegrías y tristezas, de luces y sombras. Y por fin  acaba de inaugurarse el Palmetum, doce hectáreas de extensión que acogen la mayor colección  de palmeras de la Unión Europea. El antiguo Lazareto es ahora un pulmón de color esperanza desde el que se divisan el sur y el norte, de Candelaria a Anaga, con la ciudad a sus pies. Así que aprovechamos el lunes festivo para sumarnos a una visita guiada que nos desveló algunos de los secretos que encierra ese montículo. Numerosos visitantes, canarios y extranjeros, nos afanamos en leer las placas informativas, en cruzar los puentes de piedra y madera, en estrenar los bancos dispuestos para el descanso,  en transitar los caminos que jalonan el recinto , en rendir nuestras miradas al azul del Atlántico. El sol lucía en el cielo y el calor apretaba, en contraposición a la nevada que aquella misma mañana caía sobre la península. 


A lo largo del paseo pude constatar hasta qué punto habían crecido los esquejes minúsculos de antaño y con cuánto orgullo exhibían su contundente presencia. Casi tan contundente como la apariencia actual de aquel niño que, convertido en hombre, podría ahora coger a su madre en brazos sin dificultad. Le miré mientras colocaba la mano con cariño sobre el hombro de su hermano menor, apenas unos pasos por delante de su padre. Y no pude por menos que esbozar una sonrisa ante mi incapacidad de precisar la primera vez que tuve que elevar la mirada para charlar con él. Sólo sé que de eso hace mucho. Como también sé que la vida sigue inexorablemente su curso y que, en ocasiones, permite que nuestras expectativas se cumplan y que nuestros sueños se hagan realidad. Porque la paciencia tiene premio. Como cuando un vertedero se convierte en vergel. Como cuando los niños se convierten en hombres. 




  

martes, 4 de febrero de 2014

LA VIOLENCIA NUNCA DEBERÍA SER UNA OPCIÓN






Escucho en la radio a primera hora de esta mañana que un juez responsabiliza a la directora y a dos educadoras de un centro infantil de La Rioja por una serie de delitos contra la integridad moral de los niños. El Magistrado considera en su Auto que hubo "insultos, pequeños golpes y encierros de menores", que fueron más allá de lo que se entiende por medidas correctoras.


Tras el escalofrío inicial, me ha venido a la cabeza un texto que escribí en su momento sobre la extendida costumbre del “azote a tiempo”, del que soy feroz detractora y, dadas las circunstancias, creo que es un buen momento para rescatar aquellas reflexiones que sigo defendiendo con el mismo ahínco de entonces. Generé la controversia el 25 de marzo de 2011 y no me he movido un ápice de lugar.



UNA VOZ EN CONTRA DE LOS “AZOTES A TIEMPO”

Más de una vez he presenciado a padres o madres pegar a sus hijos. No estoy hablando de una paliza en sentido estricto sino del tradicional aunque, en mi opinión, antipedagógico “azote a tiempo”. Nunca he sido partidaria de justificar la violencia, con independencia de su grado. Considero que hiere de muerte a la racionalidad que se le presupone al ser humano y que le debe distinguir de los demás animales. Distinto es que, en función de las circunstancias que la originen, pueda sentir una mayor o menor comprensión con quienes la ejercen, pero siempre rechazando de plano que sea contemplada como una opción educativa. Es una alternativa que deploro y a la que no otorgo efectividad alguna ni a medio ni a largo plazo. Sin embargo, multitud de personas opinan que  una torta, una nalgada o un zarandeo son de gran utilidad y persisten en acudir a ellos en la esfera familiar.


Convendría tener en cuenta que lo que para algunos es un límite aceptable de violencia, otros pueden considerarlo excesivo,  habida cuenta que es más que probable que su intensidad aumente a medida que otras acciones previas carezcan de efectividad. No niego que la mayoría de los padres, cuando una situación les supera, recurran muy a su pesar al cachete, perdida por completo la paciencia y sin saber cómo actuar. Pero si a nadie le gusta que le aticen, menos todavía a los chiquillos que, ante la manifiesta pérdida de papeles de su cuidador, se sienten profundamente humillados y dolidos. Estas reacciones tan disculpadas socialmente no son más que la constatación de un irresponsable impulso humano susceptible de ser controlado. Se trata de un recurso rechazable y constituye un modelo pésimo para la corrección del comportamiento y la resolución de conflictos, además de resultar doloroso para ambas partes tanto física como emocionalmente.


No existe mejor camino hacia una educación eficaz que el de los buenos ejemplos. En las etapas iniciales del desarrollo como de verdad se aprende no es escuchando lo que se debe hacer sino viendo cómo lo hace el responsable de quien se depende. Por lo tanto el azote, por suave que sea, transmite el mensaje erróneo de que los más fuertes imponen sus criterios y que, en consecuencia, perder el control está justificado en ocasiones. Educar a un hijo no tiene plazo de caducidad. No concluye cuando cumple los tres años, ni los seis ni  los catorce. Pero inexorablemente llega el día en el que ya no puede ser controlado a base de levantarle la mano. Debemos entonces reconocer con absoluta sinceridad que los más pequeños son los destinatarios de este tipo de medidas por la sencilla razón de que están en inferioridad de condiciones. La prueba evidente es que a nadie en su sano juicio se le ocurriría hacer lo mismo con un vecino molesto, un conductor agresivo o un jefe despótico, en previsión de que éstos le partan la cara. No hay que olvidar nunca que los menores merecen el mismo trato que dispensamos a quienes ya no lo son. Ser sus padres no equivale a ser sus dueños ni otorga carta blanca para descargar sobre ellos unas tensiones del día a día que ni siquiera han provocado.


Todo aquel que sufre reacciones violentas por parte de sus progenitores interioriza la idea perversa de que tales conductas pueden ser aceptables si se ejercen contra alguien más débil o si se emplean aduciendo una causa justa, luego no es descartable que él mismo las reproduzca en su madurez. Tampoco es infrecuente que el adulto, para justificarse tristemente ante sí mismo, pronuncie la famosa coletilla “es por su bien”. Yo me conformaría con que, si no se puede evitar la pérdida de control, al menos se reconozca el error y no se trate de adornar en vano.