miércoles, 29 de diciembre de 2010

SOBREVIVIENDO A LA MEDIOCRIDAD EDUCATIVA

ARTÍCULO PUBLICADO EN "LA OPINIÓN DE TENERIFE" EL 18 DE OCTUBRE DE 2010





Por suerte o por desgracia, ya tengo edad suficiente para establecer una comparativa entre mi época escolar en la década de los setenta y  la de mis hijos, que actualmente realizan sus estudios de Primaria y  ESO. Con apenas cinco años acudí al colegio por primera vez y a lo largo de trece cursos fui destinataria de un modelo educativo que, además de incidir en la importancia del conocimiento, aspiraba como objetivo principal a inculcar una serie de valores imprescindibles para la formación de la persona, como el esfuerzo, la responsabilidad y el respeto. No se puede negar que, en ocasiones, el sistema hacía aguas –la perfección no existe- pero, en términos generales, opino que quienes formamos parte de aquellas generaciones pre-LOGSE no deberíamos quejarnos en exceso.

Recuerdo con claridad que nuestros temarios eran más extensos que los actuales. Nos obligaban a leer libros completos en vez de la exigua selección de textos de hoy en día, ideada con la absurda pretensión de no agotar a los alumnos con tan, al parecer, ardua tarea. No existía este afán por el localismo reduccionista y la cultura general que adquirimos era justamente eso, general, e incomparablemente más amplia que la actual. Ahora, testigo de primera mano de la evolución de mis propios hijos, me llena de perplejidad comprobar cómo las cabezas pensantes de los sucesivos Ministerios de Educación del último cuarto de siglo se empeñan en inventar la pólvora cuando, salvo casos excepcionales, la lógica se impone: si estudias, apruebas y si no estudias, suspendes.

En mi época ni se progresaba adecuadamente ni se necesitaba mejorar. Los profesores se limitaban a valorar del 1 al 10, con lo que facilitaban tanto a alumnos como a padres la comprensión del mensaje recibido. De este modo, se ponían de manifiesto las mejores capacidades o las mayores habilidades para enfrentar determinadas materias y, con datos objetivos, era posible decidirse por un futuro científico, humanístico, laboral o de otra índole. De más está decir que las malas notas no eran motivo suficiente para acudir a la consulta de un psicoterapeuta infantil. La temida bronca casera se revelaba como la más eficaz de las terapias. Los adultos apenas frecuentaban los colegios y no existía la costumbre actual de las reuniones de principio de curso, ni las entregas de notas en mano, ni las horas de tutoría obligatoria. En compensación, los maestros se alzaban como referentes cuya autoridad nadie discutía, a veces –todo hay que decirlo- injustamente.

Sin embargo, a día de hoy, el docente es uno de los colectivos profesionales con mayor incremento de bajas por enfermedad laboral y un considerable número de quienes lo integran han perdido la ilusión por el desempeño de una profesión eminentemente vocacional, sintiéndose inermes para enfrentarse, por un lado, al incremento de las faltas de respeto de niños y adolescentes y, por otro, a reclamaciones paternas a menudo extemporáneas y carentes de fundamento.

Es muy decepcionante comprobar cómo los cerebros que dirigen las actuales políticas educativas han decidido que las jóvenes generaciones se igualen por lo bajo, de tal manera que quien se esfuerza, posee talento y ganas de aprender se ve sin apenas alicientes cuando comprueba que su compañero de pupitre, gracias a los progresistas criterios de calificación de los centros escolares: (actitud del alumno:25%; observación en el aula:25%; exposiciones orales y escritas:25%; examen de evaluación continua:25%), obtiene unos réditos muy similares a los suyos con una mínima dedicación al estudio. Aspirar a la excelencia se contempla, en el mejor de los casos, como una utopía y, en el peor, como la pretensión de cuatro pedantes pasados de moda. El lamentable puesto que, en un ámbito tan trascendental, ocupa nuestro país en relación al resto de los estados europeos, debería movernos a una profunda reflexión y, acto seguido, a tomar medidas con urgencia. La formación educativa y cultural de quienes nos van a suceder está en juego.

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