viernes, 20 de julio de 2012

FIESTAS POPULARES: UNA DEGENERACIÓN QUE NO CESA

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 20 de julio de 2012



En cuanto el séptimo mes asoma en el calendario me enfrento invariablemente a la misma pregunta, formulada por amigos y vecinos: ¿este año tampoco vas a los Sanfermines? Y de mi boca brota idéntica respuesta: no, las fiestas que yo conocí pasaron a mejor vida hace décadas para nunca más volver.

Sólo yo sé hasta qué punto me llena de tristeza reconocer que la Pamplona que me vio nacer, elegida recientemente la mejor ciudad para vivir de toda España, sufre una lamentable mutación entre los días 6 y 14 de julio, nueve jornadas en las que los excesos derivados de sus fiestas patronales la convierten en un enclave cuyos habitantes aparecen a los ojos del mundo entero como unos beodos crónicos.

Sería muy injusto por mi parte afirmar que no existen salvedades a estos comportamientos tan degradantes, o que no sea posible disfrutar también de actividades lúdicas, culturales y religiosas alejadas del etilismo y del desmadre mayoritarios. Pero, por desgracia, no son más que eso, meras excepciones alejadas a años luz de la regla general y limitadas a un sector de la población que o está integrado por niños pequeños o ronda casi la tercera edad.

El bueno de San Fermín -como pasa con tantos y tantos santos y vírgenes que ejercen su patronazgo en la inmensa mayoría de nuestros pueblos y ciudades-  no es más que una burda excusa para justificar ese descontrol que se inicia con el lanzamiento del chupinazo y concluye con el “Pobre de mí”. Atraídos por el incívico reclamo de un “todo vale” ganado a pulso, las hordas de visitantes toman las calles pamplonesas dispuestas a divertirse al máximo y a olvidar sus problemas cotidianos a lo largo de una semana ininterrumpida. Hasta ahí, perfecto, si no fuera porque, de un tiempo a esta parte, parece imposible que las masas lo pasen bien si no pierden el control de sus actos, naturalmente con la inestimable colaboración del alcohol y del resto de drogas que proliferan en el mercado. Como consecuencia de esta realidad -tan triste como recurrente- los sujetos se animalizan y pierden toda capacidad de  pensar en nada que trascienda a su egoísta concepto de la diversión, en el que, obviamente, la solidaridad no encuentra hueco. Es inútil apelar al respeto por el descanso de los niños, o por el bienestar de los ancianos, o por las necesidades de los enfermos. Ahora no, ahora lo que toca es destrozar el mobiliario urbano, esparcir la basura, orinar por las esquinas y aparearse por los rincones, aunque sea a plena luz del día. Y mucho ojo con afear las conductas ajenas porque, en el mejor de los casos, te acusan de rancio y, en el peor, te mandan a Urgencias con un botellazo en la frente.

Capital navarra al margen, comportamientos similares se reproducen en el extenso abanico de nuestras romerías y fiestas populares, desde los Carnavales a las Fallas, desde la Feria de Abril al Pilar. En este sentido, basta con recalar en cualquier medio de comunicación para atragantarse con noticias como la referida a los incidentes que acaban de tener lugar en el tinerfeño Puerto de la Cruz en su multitudinaria Embarcación de la Virgen del Carmen: agresiones a varios de sus portadores, venta de alcohol a niños, comas etílicos o sexo explícito en la calle, ante la estupefacción de los agentes de la autoridad.

Es imprescindible y urgente decir alto y claro que estas conductas son rechazables desde todos los puntos de vista y que deben ser denunciadas y, en la medida de lo posible, evitadas en futuros festejos. No es de recibo que el resto de la ciudadanía tenga que exponerse a situaciones de riesgo, haya de sufrir ofensas hacia sus creencias y sentimientos más íntimos o esté obligada a presenciar escenas denigrantes que nada tienen que ver con un ocio digno.   


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