martes, 18 de junio de 2013

CUERPOS Y ALMAS






Vivimos tiempos de confusión.

El aumento de la esperanza de vida, unido a los avances de la estética y a los cambios de modelos culturales, ha dado lugar a una sociedad de nuevo cuño formada por una raza que comienza a ser conocida con el nombre de AMORTALES.

Los amortales son seres que se caracterizan por mantener un tipo de actividades y de patrones de consumo prácticamente idénticos desde la adolescencia hasta el fin de su vida. Resulta chocante comprobar que modelos de ocio como, por ejemplo, el botellón, cuentan entre sus adeptos con individuos que han cumplido con creces los treinta años y que todavía permanecen en el domicilio paterno.

Asimismo, no es menos frecuente observar a más de un cuarentón en sus ratos libres viviendo su segunda adolescencia pegado a la videoconsola.

Los cincuenta años de ahora equivalen a los treinta de hace décadas y las madres de último minuto aumentan exponencialmente, trayendo al mundo a unos hijos que muy bien podrían ser sus nietos.

En torno a la sesentena, y coincidiendo con la etapa de la jubilación laboral, son innumerables las personas que invaden los gimnasios y que reivindican una frecuente actividad sexual.

La ancianidad no se inicia a los setenta, ni siquiera a los ochenta. Si acaso, a los noventa y, a veces, ni entonces.

Esta realidad actual nos abre los ojos a un reciente catálogo humano que incluye desde las preadolescentes que, sobre sus tacones, exhiben el erotismo de una adulta hasta las madres de jovencitas que, contra natura, imitan a sus hijas, sin olvidar a los nuevos “adultescentes” que integran esa tierra de nadie que se extiende entre los veinte y los cuarenta largos.  

Es indudable que todas las edades parecen trastocadas con respecto a anteriores generaciones. La infancia está desapareciendo y la inmensa mayoría de los adultos, ayudados por la cirugía, no está por la labor de abandonar su País de Nunca Jamás.

Cabe preguntarse si, proscrita ya aquella regla de urbanidad que nos obligaba a comportarnos en función de los años que teníamos en cada momento, esta era tecnológica en la que estamos inmersos ayudará al género humano a conciliar su cuerpo con su alma.     






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