Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 25 de mayo de 2013
Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 27 de mayo de 2013
A veces sorprende (por no decir, conmueve) que
determinadas recomendaciones -véase la más reciente surgida del seno de la
Organización de las Naciones Unidas- lleguen a nuestras vidas tan a tiempo. Sin
duda, la de comer insectos es una opción alimenticia a valorar, máxime para los millones de habitantes de este
planeta de las desigualdades que se mueren de hambre mientras sus homónimos del
primer mundo se ponen a dieta de cara al verano, momento en el que la “Operación
Bikini” da el pistoletazo de salida con su habitual puntualidad británica.
Lástima que este 2013 el sol estival no saldrá para
millones de familias de nuestro país que se debaten entre el cero de sus
ingresos y la nada de sus planes de futuro. Es una suerte para ellos, virtuales
comedores de bichos alados, que lleven ya unos cuantos años acostumbrados a
tragar sapos y a echar culebras por la boca. Yo misma me he unido al carro de
la deglución anfibia desde que lo que queda de España se ha convertido en un
lodazal por obra y gracia de sus mediocres dirigentes y de los sacrosantos
mercados financieros. Y es que engullendo criaturas viscosas de ojos saltones
no tenemos rival.
Una de las mayores es el drama del bipartidismo auspiciado
por los dos partidos mayoritarios que, cómodamente instalados en la
alternancia, no están por la labor de repartir su botín con ninguna otra
formación política ajena a sus enjuagues y a sus tejemanejes. Animados por ese
fin, mantienen eternamente una ley electoral perversa que, amén de no
representar la voluntad popular, propicia la creación de unos pactos
postelectorales que a menudo se limitan a prostituir los verdaderos deseos de
los electores. Aritmética democrática, lo llaman. Ausencia de moral, lo llamo
yo.
La modificación del modelo de Estado tampoco entra en sus
planes y así, mientras la nación se desangra merced a diecisiete hemorragias autonómicas,
ellos continúan colocando a sus cargos – sean electos, sean digitales- en
cuantos Ayuntamientos, Diputaciones, Cabildos y empresas públicas sea menester.
Reducir el gigantismo de la Administraciones no pasa de ser un mero argumento
electoralista que, una vez alcanzado el Gobierno, condenan al olvido por
espacio de otros cuatro años.
La independencia del Poder Judicial también pinta de
verde rana y sus jugosas ancas empiezan por las consignas de la Fiscalía
General del Estado y terminan con la politizada elección de los magistrados de
los Altos Tribunales, desde el Supremo al Constitucional.
En cuanto a la Monarquía y sus vergonzosos escándalos
asociados, tampoco conviene mover ficha, por más que la ejemplaridad de la
institución se haya travestido asimismo de batracio de imposible digestión,
para mofa y befa del resto de sociedades desarrolladas.
Y tampoco el sector de los medios de comunicación se
queda atrás, siquiera porque cuando la pobreza entra por la puerta, la
imparcialidad salta por la ventana, al tiempo que la voz de su amo eleva el
tono cuatro escalas.
De manera que, visto lo visto, la ingesta de saltamontes,
arañas y gusanos va a ser un juego de niños
si, al menos, es cierto que su contenido en proteínas, vitaminas y
minerales resulta tan similar a los de la carne y el pescado. Con embadurnarlos
en mojo picón, listo. Después de todo, sus hermanos sapos ya se han encargado
de facilitarles el acceso a unos estómagos a prueba de bombas. Qué lástima que
la ONU no nos hay recomendado aún ningún brebaje para aliviar el agotamiento de
nuestras mentes y el sufrimiento de nuestros espíritus. Lo espero ansiosamente.