jueves, 3 de abril de 2014

LA IMPERIOSA NECESIDAD DE UNA SEGUNDA TRANSICIÓN



Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 3 de abril de 2014

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 4 de abril de 2014




Entristecida aún por el fallecimiento de Adolfo Suárez y profundamente  conmovida por su demoledor epitafio (“La concordia fue posible”) me declaro, hoy más que nunca, ferviente partidaria de una reforma urgente de nuestra vigente Carta Magna, cuya elaboración se debe en gran medida al ejemplar primer Presidente de la democracia española. 

Desde hace tiempo existe un recurrente debate social sobre la conveniencia de modificar determinados contenidos de la Norma Suprema. Sin embargo, la maduración de esta opción es inversamente proporcional a los deseos de la actual clase política de ponerse manos a la obra. Por lo visto, la casta que nos gobierna se encuentra muy cómoda sobre el tablero de ajedrez que conforman los ciento sesenta y nueve artículos del texto normativo. La prueba es que tan sólo se han introducido dos exiguas modificaciones al mismo. La primera, la adaptación del originario artículo 13.2, por ser incompatible con el posterior Tratado de Maastricht. La segunda y última, bien reciente, la inclusión (a la velocidad del rayo) del principio de estabilidad presupuestaria en el artículo 135, sospechoso apaño de los dos partidos mayoritarios amparándose en la “gravedad de la situación económica”. Pero, más allá de estas actuaciones puntuales, nadie se ha atrevido a plantear seriamente una reforma constitucional de auténtico calado. A lo sumo, y con la boca pequeña, se habla del lío que supondría la hipotética venida al mundo de un hijo varón al seno de la pareja formada por Letizia Ortiz y Felipe de Borbón, circunstancia que difícilmente afectará al ánimo de los parados de larga duración. 

Lo que resulta innegable es que aquel respeto reverencial que suscitaba el vértice de nuestro ordenamiento jurídico ha pasado a mejor vida y la culpa de ese desprestigio hunde sus raíces en el pésimo comportamiento de unos representantes políticos que están encantados con este deplorable statu quo. La exigencia de cambios por parte de un cada vez más amplio sector de la sociedad despierta no pocos recelos y temores en importantes facciones tanto del PSOE como del PP, convencidos de ser los guardianes por excelencia de las esencias del pacto de la Transición. Por eso, se afanan en convencer a las masas de que con la revisión de aquellos acuerdos posfranquistas se pondría en riesgo el legado de toda una generación y reaparecería el miedo atávico a la confrontación de las dos Españas. 

Sin embargo, yo no estoy de acuerdo en absoluto con unos posicionamientos a caballo entre la cobardía y la mediocridad que nos condenan irremisiblemente a la eterna minoría de edad democrática. Por el contrario, creo que, treinta y cinco años después, los ciudadanos hemos cambiado la percepción de aquel sacrosanto consenso y hemos sido capaces de comprobar sus luces y sus sombras, sus indudables virtudes pero, también, sus graves defectos. Educados en ideas y valores diversos, empezamos a cuestionar algunos dogmas y abogamos por estimular un debate sereno y razonado sobre cómo deseamos articular nuestra futura convivencia. No debería considerarse ningún drama que varios aspectos constitucionales básicos fueran modificados y que algunas temidas Cajas de Pandora, como la alternativa a la Monarquía o la revisión del ruinoso modelo autonómico, se abrieran de una vez por todas. 

Con una población gravemente herida por la crisis, con una separación de poderes meramente teórica, con un sistema electoral que no respeta la verdadera voluntad popular, con una percepción bochornosa de la Justicia y con una serie de dirigentes -pertenezcan al partido que pertenezcan- cuya gestión y credibilidad rozan el esperpento (todo ello sobre un escenario de corrupción e impunidad), la nación española que Suárez recuperó de las cenizas vuelve a estar al borde del abismo. Que no lo olviden quienes llevan sus riendas mientras muestran cabizbajos sus condolencias en entierros y funerales.




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