viernes, 22 de marzo de 2019

VIVIR DESPACIO PARA NO MORIR DEPRISA



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 22 de marzo de 2019

Artículo publicado en El Día el 22 de marzo de 2019

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 23 de marzo de 2019





Frases como “sólo se vive una vez, pero una vez es suficiente si lo hacemos bien”, “no existe el pasado ni el futuro, sino sólo el presente” o “la vida es eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes” deberían ser mojones dorados de nuestra trayectoria vital. La impaciencia y la prisa son las principales enemigas de nuestro día a día. Más que vivir, participamos en una demencial carrera de obstáculos, pendientes del cronómetro hasta sus últimas milésimas y ataviados con un numerado dorsal invisible sobre el atuendo cotidiano. Prácticamente desconectados de la naturaleza al aire libre, nos pasamos las jornadas corriendo de un lado a otro, esclavos del reloj y con la lengua fuera. Y esa velocidad que, lamentablemente, domina nuestras acciones, no nos favorece en ningún aspecto. Más bien, nos embrutece y nos impide disfrutar de los entornos social y físico.

Consciente de esta realidad tan extendida, soy desde su origen una gran defensora del denominado “Movimiento Lento”. Sus partidarios opinan que la actual coyuntura económica ha propiciado una notable inestabilidad climática y ha aumentado la inseguridad alimentaria, además de haber apostado por la producción masiva de ropa. Por ello, buscan alternativas en todos estos campos, como la  apuesta por las manufacturas y por su distribución a través de pequeños comercios a un precio justo, preferiblemente al margen de la esclavitud de las modas, o como la defensa de los mercados locales de productos frescos a cargo de los propios agricultores. Desde luego, pocas experiencias merecen más la pena que saborear unos buenos alimentos en ausencia de la televisión y con un interlocutor agradable al otro lado de la mesa.

También resultan muy terapéuticas determinadas aficiones tan relajantes como pasear, leer, escribir, pintar o cantar, por citar tan sólo algunas. Es imposible no ambicionar una existencia más desacelerada y, por ende, más plena, controlando con un mayor sosiego el propio periplo vital. No niego que, cuando las circunstancias apremian, haya que meter la quinta marcha. Pero, en mi humilde opinión, debería ser la excepción a la regla general. Nos hemos resignado de entrada a sepultar un presente tangible con las perspectivas de un futuro intangible y así nos va. Me sorprende la mala prensa de la lentitud, injustamente asociada a valores negativos como la torpeza, el aburrimiento o la falta de interés. 

Creo firmemente que no es así. De hecho, un nivel bajo de actividad no equivale necesariamente a  la vacuidad o la cortedad de miras. Con los años he aprendido que la paciencia tiene premio y que obrar con un ritmo pausado permite gozar más intensamente de las acciones y de los pensamientos, además de albergar el refugio de las más brillantes ideas y proyectos. El mero encadenamiento de escenarios impersonales y carentes de emoción bajo el permanente yugo de un minutero no parece la opción más deseable para nadie. Por el contrario, aspirar a un equilibrio lógico entre las obligaciones y las devociones no debería considerarse un milagro inalcanzable. Retomar el contacto con la naturaleza, recuperar el placer por la conversación o, sencillamente, permanecer unos minutos al día en soledad, con la única compañía del silencio, es la mejor medicina para seguir adelante y recuperar a esos desconocidos para nosotros mismos en los que el estrés nos ha convertido. 

Compadezco a quienes se empeñan en estar en permanente estado de actividad frenética, porque nunca hallan el hueco para disfrutar de su entorno y de sus gentes, incluidas las más allegadas. Admito que tal vez sea más complicado cumplir estos objetivos de lunes a viernes pero, al menos, centremos nuestros afanes en los fines de semana. Prescindamos de alarmas, respetemos los ritmos del sueño y rebajemos el grado de actividad. Puesto que es imposible llegar siempre a todo, seleccionemos con cabeza y con corazón. Dediquemos tiempo a los otros. O, simplemente, no hagamos nada. Limitémonos a vivir despacio para no morir deprisa, y no al revés.


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