viernes, 28 de junio de 2019

EL LIGÓN DE PLAYA INICIA LA TEMPORADA ALTA



Artículo publicado en El Día el 28 de junio de 2019

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 29 de junio de 2019





Coincidiendo con la ansiada llegada del verano, prolifera nuevamente en nuestro entorno una raza de especímenes que algunos ingenuos creían extinguida para siempre. Craso error. Todo cambia, pero los ligones de tres al cuarto permanecen. Inasequibles al desaliento y locos por ampliar sus zonas de influencia, aprovechan el deseado aumento de temperaturas para diseñar su estrategia de aproximación. También en nuestra bendita tierra guanche se presentan en sus dos versiones, dependiendo de si su despliegue de medios se produce a plena luz del día o con nocturnidad y alevosía. 

En el primer caso, el ámbito escogido para su improbable ceremonia de apareamiento suele ser la playa, curioso ecosistema donde la fauna humana despliega una colorida variedad de perfiles, que van desde la aguerrida mujer que porta la tortilla de papas y los filetes empanados en la inevitable nevera azul y blanca, al adolescente que, balón en ristre, emula a Cristiano Ronaldo molestando a los sufridos bañistas. O desde el vigoréxico que exhibe tableta de chocolate para amortizar su inversión en el gimnasio, al niño que se está calcinando en la orilla mientras cava los preceptivos hoyos ayudado por la pala y el rastrillo. 

Estos playboys de pacotilla suelen caracterizarse por tener la autoestima a la altura del Teide, con independencia de que las más de las veces el físico no les acompañe, lo que no es óbice para que pongan toda la carne (y nunca mejor dicho) de sus pretensiones amatorias en el asador. Su discutible gusto a la hora de elegir bañador les hace, para su desgracia, fácilmente identificables. Carentes de cualquier tipo de encanto (ya no digamos de conversación) se han dedicado con ahínco a cultivar su faceta más hortera, traducida en moreno de rayos UVA, gafas de marca sobre el cogote y amplio registro de posturas bochornosas combinadas con lúbricas miradas. 

Tras una batida inicial y una vez escogida su futura presa, recurren al tradicional “¿vienes mucho por aquí?” o al todavía más insalubre “¿tienes fuego?” para lograr su propósito, que no es otro que el tradicional intercambio de fluidos. En el noventa y nueve por ciento de los casos fracasan pero, lejos de arredrarse, comienzan a diseñar un plan B que desarrollarán, si el destino no lo remedia, al caer el sol, cuando la luna haya hecho acto de aparición, el traje de baño haya dado paso a los pantalones blancos y los anteojos al crucifijo de oro sobre el pecho velludo. Sólo les resta escoger cuidadosamente un hábitat alternativo, por regla general un pub o una discoteca. 

La autoestima del latin lover se mantiene inalterable a 3.718 metros sobre el nivel del mar y habitualmente es lo único (si acaso, el camarero de turno) que le hace compañía en la barra. Las posturitas sobre la arena han trocado en absurdos movimientos perpetrados al ritmo de algún Maluma o similar. Sin embargo, sus ojos conservan intacto ese tono libidinoso asociado a la ingesta del tercer cubata. Desgraciadamente, desde la aprobación de la Ley Antitabaco, la puerta de acceso a la mártir de su elección ya no puede ser “¿tienes fuego?”, de modo que el “¿vienes mucho por aquí?” se alza como única opción, habida cuenta que el etilismo neutraliza todo rapto de originalidad. 

Da lo mismo. En el noventa y nueve por ciento de los casos, el plan B también fracasa pero, todavía más lejos de arredrarse, el donjuán sueña con intentonas venideras y, ahora sí, triunfales, que le permitan lograr su propósito (a saber, el tradicional intercambio de fluidos ya citado). No obstante, habida cuenta que tendrá que esperar al menos otros siete días, ya está empezando a valorar seriamente otras alternativas. Tal vez centrarse en el amor propio le resulte lo más gratificante. Desde luego, le va a salir bastante mejor de precio y las futuras damnificadas agradecerán ese cambio de planes.





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