viernes, 23 de junio de 2023

DE LA PALABRA DE HONOR AL HONOR DE LA PALABRA


Artículo publicado en El Día el 23 de junio de 2023

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 24 de junio de 2023


Qué tiempos aquellos en los que los negocios se cerraban con un apretón de manos, las promesas se cumplían y coincidían pensamientos, palabras y obras. Sin duda la virtud de la coherencia no pasa por su mejor momento. Encontrar personas que piensen, digan y hagan lo mismo resulta más difícil que ver llover hacia arriba. Y, por lo que respecta a la escena política, pasamos directamente al ámbito de los milagros. Apenas han transcurrido unas semanas desde la celebración de las elecciones autonómicas y municipales y ardo en deseos de comprobar si, a la postre, los representantes de las distintas formaciones van a cumplir sus promesas preelectorales, al menos quienes no han obtenido la mayoría suficiente de votos para gobernar con comodidad. Ojalá me equivoque, pero los repentinos y sorprendentes cambios de criterio van a ser moneda común a partir de ahora, máxime con las generales a la vuelta de la esquina. Y, si no, tiempo al tiempo. 

Parece evidente que el valor de la palabra dada cotiza claramente a la baja y se torna aplicable a la totalidad de órdenes de la vida, desde el más trascendental al más irrelevante. A menudo recuerdo con nostalgia sana aquellas películas del Oeste de las sobremesas de los sábados de mi infancia, en las que el compromiso verbal de los protagonistas bastaba y sobraba para formalizar un pacto. Claro que yo ya tenía en casa a mi particular Gary Cooper, un padre honesto hasta el extremo que jamás en su vida quebró un juramento. Por lo visto, se trata de usos del pasado que van desapareciendo al mismo tiempo que quienes los ponían en práctica sin fisuras. Yo misma, en el ámbito profesional, insisto muy a mi pesar sobre la importancia de trasladar al papel cuantos datos conciernan a una relación, bien contractual o de otra índole, amparándome en la famosa (y, por desgracia, certera) máxima de que “las palabras se las lleva el viento”. Porque en este mundo nuestro que gira alrededor del poder y el dinero, sólo los contratos por escrito evitan complicaciones ulteriores no deseables y únicamente los documentos consolidan los vínculos entre las partes de un negocio. 

Reconozcamos, pues, que la suspicacia y el recelo han ganado la batalla a la confianza y a la buena fe. En cualquier caso, tampoco se precisa recurrir a las esferas jurídicas, políticas o financieras para constatar esta realidad tan poco edificante. Lo que algunos maleducados consideran una trivialidad, como llegar tarde a las citas, también constituye una muestra habitual del poco o nulo valor que se le otorga a la palabra dada y representa una falta de respeto hacia los demás, que vienen a importar al impuntual aproximadamente el cero absoluto y que, como tarjeta de presentación del sujeto en cuestión, no tiene desperdicio. Luego tratará de justificarse acusando a la pobre víctima de su retraso de ser demasiado estricta. Relájate, le dirá, que la vida son dos días. Sin sonrojos. Con un par. 

El propio entorno doméstico también opera como testigo de esta costumbre tan rechazable -que no tan rechazada-, reproduciéndose idéntico fenómeno con el trato que dispensamos a infancia, adolescencia y juventud a nuestro cargo. Con frecuencia les generamos falsas expectativas o les ilusionamos con propuestas irrealizables, con lo que ello supone de correspondiente decepción posterior. Atendiendo a la lógica, y una vez acostumbrados a que quienes deben educarles incumplan lo acordado, pretender que después alcancen la edad adulta abonados a la sinceridad y al cumplimiento de los compromisos adquiridos no deja de ser una ingenuidad, cuando no una osadía. En definitiva, respetar la palabra dada es respetarnos a nosotros mismos, es revelar nuestro grado de integridad y seriedad y, más aún, es demostrar al prójimo que nos importa. Pero, por encima de todo, es el único patrimonio que nos queda cuando ya no nos queda nada.

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