Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 13 de mayo de 2016
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 23 de mayo de 2016
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 23 de mayo de 2016
Con la ansiada llegada del buen tiempo proliferará nuevamente en nuestro ecosistema ciudadano una raza de especímenes que, tras el largo y crudo invierno, algunos ingenuos creían extinguida para siempre. Error. Nada más lejos de la realidad. Como decía el filósofo, todo cambia pero los playboys de pacotilla permanecen. Inasequibles al desaliento y locos por ampliar sus zonas de influencia, aprovechan el deseado aumento de temperaturas para diseñar su estrategia de aproximación.
En nuestra bendita tierra guanche se presentan en dos versiones, dependiendo de si su despliegue de medios se produce a plena luz del día o con nocturnidad y alevosía. En el primer caso, el ámbito escogido para su improbable ceremonia de apareamiento suele ser la playa, ecosistema donde la fauna humana despliega una espeluznante variedad de especies que van desde la doña que porta la tortilla de papas y los filetes empanados en la inevitable nevera azul y blanca, al adolescente que, balón en ristre, emula a Cristiano Ronaldo molestando a los sufridos bañistas. O desde el vigoréxico que exhibe tableta de chocolate para amortizar su inversión en el gimnasio al niño que se está calcinando en la orilla mientras cava hoyos letales ayudado por la pala y el rastrillo.
Estos ligones de tres al cuarto suelen caracterizarse por tener la autoestima a la altura del Teide, con independencia de que la mayoría de las veces el físico no les acompañe, lo que no es óbice para que pongan toda la carne (y nunca mejor dicho) de sus pretensiones amatorias en el asador. Su discutible gusto a la hora de elegir bañador les hace, para su desgracia, fácilmente identificables. Carentes de cualquier tipo de encanto (ya no digamos de conversación) se han dedicado con ahínco a cultivar su faceta más hortera, traducida en moreno de rayos UVA, gafas de marca sobre el cogote y amplio registro de posturas bochornosas combinadas con lúbricas miradas.
Tras una batida inicial y una vez escogida su futura presa, recurren al tradicional “¿vienes mucho por aquí?” o al todavía más insalubre “¿tienes fuego?” para lograr su propósito, que no es otro que el tradicional intercambio de fluidos.
En el noventa y nueve por ciento de los casos fracasan pero, lejos de arredrarse, comienzan a diseñar un plan B que desarrollarán, si el destino no lo remedia, al caer el sol, cuando la luna haya hecho acto de aparición, el traje de baño haya dado paso a los pantalones blancos y los anteojos al crucifijo de oro sobre el pecho velludo. Sólo les resta escoger cuidadosamente un hábitat alternativo, habitualmente un pub o una discoteca.
La autoestima del latin lover permanece inalterable, a 3.718 metros sobre el nivel del mar, y es la única -junto al camarero de turno- que le hace compañía en la barra. Las posturitas sobre la arena han trocado en absurdos movimientos perpetrados al ritmo de algún Pitbull o similar. Sin embargo, sus ojos conservan intacto ese tono libidinoso asociado a la ingesta del tercer cubata. Desgraciadamente, desde la aprobación de la Ley Antitabaco, la puerta de acceso a la mártir de su elección ya no puede ser “¿tienes fuego?”, de modo que el “¿vienes mucho por aquí?” resta como única opción, habida cuenta que el alcohol le neutraliza todo rapto de originalidad.
Da lo mismo. En el noventa y nueve por ciento de los casos, el plan B también fracasa pero, aún más lejos de arredrarse, el donjuán sueña con intentonas venideras -esta vez, triunfales- que le permitan lograr su propósito -el tradicional intercambio de fluidos ya citado-. No obstante, como tendrá que esperar al menos otros siete días, está empezando a valorar seriamente otras alternativas. Centrarse en el amor propio tal vez le resulte lo más gratificante y, sobre todo, lo más económico.
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