viernes, 2 de septiembre de 2016

ARGUMENTOS A FAVOR DEL UNIFORME ESCOLAR



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 2 de septiembre de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 2 de septiembre de 2016







A punto de iniciarse el curso escolar, ciertos temas de índole social continúan siendo objeto de debate pese al transcurso de los años. Todavía recuerdo cómo hace algún tiempo la entonces Consejera de Educación de Cataluña se colocó en el punto de mira de la oposición gubernamental de su Comunidad Autónoma tras lanzar una propuesta para implantar el uso del uniforme escolar en los colegios públicos catalanes, sumándose a una medida idéntica puesta ya en marcha con éxito en otras regiones españolas. La reacción de sus adversarios políticos no pudo ser más furibunda. Tanto que aquella noticia adornó los titulares de todos los informativos de radio y televisión del país, amén de las páginas de los periódicos de mayor tirada nacional. 

Tan viscerales parlamentarios echaron el resto a la hora de derrochar sus energías en un asunto así de menor, aunque mejor hubieran hecho en ocuparse de los incontables problemas verdaderamente graves que afectaban (siguen afectando) a aquellos ciudadanos cuyo voto imploraron (siguen implorando) para continuar ocupando sus escaños y calentando sus poltronas. Los argumentos esgrimidos por los detractores de la prenda en cuestión no han variado demasiado con el paso de las décadas, por lo menos desde que yo fui usuaria de la misma en mi época estudiantil. Para colmo, resulta de lo más paradójico que una porción muy sustancial de tan airados manifestantes ni siquiera tenga hijos en edad escolar. Me atrevo a asegurarles que, en tal caso, su visión al respecto tal vez fuera otra bien distinta. 

El caso es que al infeliz atuendo lo tildaron de servir de escaparate a la versión más reaccionaria y conservadora de nuestra sociedad. Es más, según ellos, en él se materializaba la voluntad de emular a las escuelas privadas y concertadas, tanto en sus valores como en sus formas externas (por lo visto, altamente rechazables). Sus inflamados enemigos, en un alarde de videncia, vislumbraban tras semejante iniciativa la vuelta a unos modelos educativos caducos, represores y confesionales. Debe ser que quienes disfrutamos de sus evidentes ventajas somos demasiado prácticos o andamos escasos de tiempo libre o, sencillamente, no acostumbramos a ideologizarlo todo, porque nos resulta agotador pasarnos la vida ondeando banderas y paseando pancartas. 

Con independencia del profundo respeto que guardo a todo padre que opta por enviar a sus hijos a clase con ropa de calle, he de decir por propia experiencia que el uso del uniforme reúne una serie de incontestables ventajas. La primera es que, a la larga, favorece el ahorro familiar. Compadezco a quienes tengan que adquirir un fondo de armario que cubra las expectativas de cualquier adolescente, sea o no esclavo de las marcas, de lunes a viernes. La segunda, estrechamente ligada a la anterior, es que evita las interminables discusiones mañaneras acerca de la elección de la ropa, que se traducen en retrasos asegurados y que lanzan al sufrido adulto en brazos de los tranquilizantes. 

Aún más defendible me parece el efecto implícito de no discriminar a los alumnos en atención a su capacidad económica, que de esta manera no se pone de manifiesto. Por no hablar del penoso espectáculo que perpetran determinadas criaturas mostrando escotes y tangas de camino a las aulas. Ahora va a resultar que exigir un mínimo de respeto en el vestir se va a considerar un ataque frontal a la libertad de expresión y al derecho a la propia imagen de los estudiantes. 

Pienso que el fin último de la educación, sea pública, privada o concertada, estriba en transmitir a los menores una serie de valores y de conocimientos que les conviertan en futuros individuos con criterio (lleven uniforme o no lo lleven). En ese sentido, ojalá algunos políticos se abstuvieran de manipular ideológicamente temas como este, de libre elección personal, y se dedicaran a resolver otras problemáticas bastante más prioritarias.

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