viernes, 11 de noviembre de 2016

NUESTRA VIDA PUEDE CAMBIAR EN UN INSTANTE



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 11 de noviembre de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 23 de noviembre de 2016





El pasado viernes llegó a las carteleras españolas la película “Sully”, dirigida por el maestro Clint Eastwood y protagonizada por el oscarizado actor Tom Hanks. En ella se recrea una historia real que tuvo lugar el día 15 de enero de 2009, cuando el piloto con treinta años de experiencia profesional Chesley Sullenberger (conocido como “Capitán Sully”), junto a su copiloto Jeff Skiles, amerizó un Airbus 320 sobre las heladas aguas del neoyorkino río Hudson, salvando así la vida de los ciento cincuenta y cinco pasajeros que viajaban a bordo de la aeronave. 

La impactante noticia saltó de inmediato a todos los medios de comunicación del mundo y ambos hombres estuvieron en el foco de una intensa investigación durante el año y medio posterior al suceso, conminados a demostrar que habían adoptado la decisión correcta en el transcurso de apenas doscientos segundos. 

El estreno de este largometraje ha servido también para recordar de nuevo el testimonio de uno de los supervivientes de aquel aterrizaje forzoso, llamado Ric Elias. Él estaba sentado en la primera fila y era el único viajero que podía hablar con los asistentes de vuelo. Cuando escuchó el estruendo generado por la explosión, les miró de inmediato y ellos le indicaron que no se preocupara, que probablemente habían golpeado a algunas aves. Pero, casi de inmediato, comprobó que el aparato viraba el rumbo, se alineaba con el río y quedaba sumido en el silencio sepulcral de los motores. 

El terror en los ojos de la azafata y las palabras retransmitidas a través de los altavoces “prepararse para el impacto” bastaron y sobraron para saber que era su final. Sin embargo, contra todo pronóstico, el destino le tenía deparados otros planes y así lo entendió Elias. Por eso, compartió su trance en una breve conferencia inicial a la que han seguido otras muchas, donde relata los pensamientos que se le pasaron por la cabeza cuando fue consciente de que estaba a punto de perder la vida. A estas alturas, millones de personas ya han visto el video de aquella intervención. 

Condensó su contenido en tres puntos. El primero de ellos, la constatación de que todo puede cambiar en un instante y que, por ende, hay que disfrutar de cada minuto de nuestra existencia, puesto que puede ser el último. Reparó en los seres a los que quería decir que amaba y no lo hizo, en sus errores pendientes de reparación, en experiencias anheladas pero aún no materializadas… Le vino a la mente aquella colección de excelentes botellas que aguardaban en su bodega la llegada de una gran ocasión y fue entonces cuando tuvo claro que no se debe aplazar nada para más adelante. 

A continuación, se lamentó de la enorme cantidad de tiempo que, por culpa de su ego, había perdido en asuntos sin importancia pero con gente que sí importaba y decidió que, entre tener razón y ser feliz, optaría por lo segundo. A partir de entonces, nunca más ha vuelto a discutir con su pareja. Ya por último, durante aquel terrorífico descenso y con el reloj mental en plena cuenta atrás, descubrió que morir no da miedo (es como si, desde que nacemos, nos estuviéramos preparando para esa circunstancia), pero que sí provoca una enorme y profunda tristeza. 

Y concentró sus fuerzas en el deseo de ver crecer a sus hijos. Sólo aspiraba a poder ser un buen padre y eso se convirtió en su meta prioritaria. Un mes después asistía entre lágrimas a una actuación escolar de su hija, consciente del milagro que supuso esquivar a la muerte en aquella fría jornada de invierno pero, sobre todo, agradecido por el regalo de aprender a vivir de otra manera, sabedor de que no estará en este mundo para siempre y decidido a ofrecer (y a ofrecerse) la mejor versión de sí mismo.



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