viernes, 18 de mayo de 2018

TODOS MERECEMOS UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 18 de mayo de 2018

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 19 de mayo de 2018








En su momento me llenó de sorpresa y admiración la lectura de una sentencia dictada por un juez de menores alemán en la que imponía a una joven de dieciséis años una pena inédita: comprar con su dinero un ejemplar del “Diario de Ana Frank”, leerlo y redactar un resumen que debería presentar ante su Señoría en el plazo de diez días. La adolescente en cuestión, que compartía con la famosa chica judía la misma edad que tenía cuando falleció en el campo de concentración de Bergen-Belsen, fue detenida por la policía mientras, ayudada de un bote de spray negro, pintaba enormes cruces gamadas en paredes y muros.

El magistrado, que confesó haber padecido noches de insomnio previas a su toma de decisión, confiaba en que la lectura del libro sirviera a la neonazi para conectar su perturbado universo con otra realidad que desconocía por completo: la de las consecuencias del nacionalsocialismo. En las sesiones del juicio, la peculiar artista callejera fue examinada sobre sus conocimientos históricos y, como era previsible, no supo responder a cuestiones tan básicas como qué fueron las SS, qué valores representaba la esvástica o de qué modo había influido la lacra del nazismo en el ámbito sociopolítico.

Por suerte, no es necesario desplazarse a Centroeuropa para encontrar juristas que defienden que el objeto de una condena no es meramente el castigo, sino la educación y la rehabilitación. Entre ellos destaca por su trascendencia mediática Emilio Calatayud, Juez de Menores de Granada que, debido a su mal comportamiento en la etapa juvenil, atravesó más de una vez las barreras de la legalidad. Quizá por ello, por saber mejor que nadie cómo redimir al delincuente, siempre haya sido partidario de aplicar la fórmula menos habitual pero, al mismo tiempo, la más efectiva: la que propugna que los delitos se pagan sirviendo a la sociedad. 

Con la puesta en práctica de esta teoría, unida a sus constantes invitaciones a escolares para visitar los Juzgados y presenciar in situ algunas vistas, ha logrado reducir considerablemente la delincuencia en la citada provincia andaluza. Sus ejemplarizantes resoluciones van desde obligar a un pirómano a repoblar bosques hasta exigir a un hacker que imparta clases a estudiantes de Informática, pasando por sancionar a chiquillos agresivos a atender a inmigrantes llegados en patera o a obligar a conductores borrachos a visitar a víctimas tetrapléjicas de accidentes de circulación.

Con los datos en la mano, afirma que solo un diez por ciento de los chavales que llegan a su despacho son carne de cañón, aunque admite que no siempre es fácil percibir esa línea fronteriza que les separa del restante noventa por ciento. Tras muchos años convirtiendo sus decisiones judiciales en auténticas lecciones de vida, tampoco duda en reconocer que ser un buen padre puede resultar sumamente complicado para quien no sepa ejercer la imprescindible autoridad, perfectamente compatible con el amor incondicional hacia esos hijos que, mientras no cumplan los dieciocho años, están bajo su exclusiva responsabilidad.

Inspirada según ella misma afirma por el propio Calatayud, la jueza Reyes Martel transita por una senda similar, imponiendo a algunos jóvenes condenados por violencia doméstica la pena de recorrer a pie los cuarenta y cinco kilómetros que conforman el denominado Camino de Santiago canario. Profundamente preocupada por la proliferación en nuestro archipiélago de los delitos de agresión verbal y física a progenitores (más de cuatrocientos casos el año pasado), les obliga a recorrer este original “camino de los valores" junto a sus padres, con el ánimo de restablecer las relaciones y restaurar los afectos dañados entre ellos. Incluso anima a que se sumen a la iniciativa familias desconocidas que, sencillamente, deseen prestarles su ayuda y compartir sus experiencias. 

Coincido plenamente con la visión de estos tres juzgadores y sus resoluciones me llenan de esperanza, porque demuestran que, con cabeza y con corazón, la reinserción social es posible. Porque, en definitiva, todos merecemos una segunda oportunidad.

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