martes, 19 de julio de 2011

"USTED NO SABE CON QUIÉN ESTÁ HABLANDO"



Pocas frases definen más y mejor (o sea, peor) al individuo que pronuncia ésta que da título a mi entrada de blog. Quien recurre a ella suele estar revestido de una prepotencia basada en su convencimiento de sentirse un ser superior, normalmente gracias a un puesto de privilegio que ocupa de manera temporal. La citada expresión se hizo muy popular en esta España de nuestros pecados hace más de tres décadas, cuando determinados incautos (generalmente, en el estricto cumplimiento de sus tareas profesionales) pretendían que el correspondiente jerifalte de turno cumpliera como todo hijo de vecino con la ley y las buenas costumbres. Desde el guardia urbano que multaba el coche de algún subsecretario ministerial al profesor que suspendía al hijo del Gobernador Civil, pasando por el camarero que rogaba al borracho de rigor que, a poder ser, en su establecimiento se abstuviera de cantar la Jota de la Dolores a voz en grito -ignorante de que estaba ante un concejal de Urbanismo-, la historia se repite una y otra vez.

Los especímenes que creen pertenecer a una raza superior proliferan como las setas en otoño y no pocos de ellos integran la casta política patria. Nunca pierden del todo sus deplorables maneras de proceder. Muy al contrario, estos supuestos altos cargos se resisten a adornar sus bocazas con la frasecita de marras, sobre todo si, cuando  se encuentran en la fase etílica de los cantos regionales, la autoridad competente, amén de sobria, les está llamando a capítulo en su afán de recordarles su condición de simples mortales. Por cierto, que a las Fuerzas de Seguridad estas actitudes chulescas de quienes nos imparten clases de democracia y progresismo pero, apenas tocan poder, se arrogan una serie derechos más propios de la Edad Media, les cabrea hasta el extremo.

La explicación de cuanto acabo de relatar viene impuesta por una noticia en la que se involucra a un conocido mandatario y senador canario en un turbio asunto que tuvo lugar la pasada semana en Madrid y cuyas circunstancias están siendo todavía investigadas. Sin perjuicio de poner por delante su presunción de inocencia, lo que a mí me indigna -si finalmente se demuestra la veracidad de los testimonios aportados- no es el hecho de que terminara la velada en un club de alterne con su hijo, ambos pasados de copas. Tal opción simplemente me da la medida de su escaso gusto y del nulo respeto que progenitor y vástago guardan por su esposa y madre, respectivamente. Lo realmente lamentable es que un señor que ostenta un cargo representativo se conduzca con esa falta de educación y esa bravuconería más propias del saloon de una película del Oeste, por la sencilla razón de que se considera por encima del bien y del mal.

Y todavía encajo peor las imperdonables declaraciones de uno de sus compañeros de partido cuando, con ánimo de defenderle, afirma, entre otras lindezas, que “se trata de un suceso acaecido en el ámbito privado, no se le está juzgando por quedarse con dinero público ni con delitos relacionados con su actividad política. No creo que irse una noche de putas tenga trascendencia política” y, también, que “a este paso habrá que introducir en la ley que para presentarse a las elecciones no se puede beber ni emborracharse, hay que ser fiel a la pareja toda la vida o que para conducir siempre hay que tener en la cartera el carné de conducir". Literal. Según su sólida opinión de ex presidente y ex alcalde, con este tipo de actitudes "casi nadie querría meterse en política".

¿Cómo hacer entender a mentes tan obtusas que no es un problema de puritanismo sino de dignidad personal, que tipos tan impresentables no pueden representarse ni a sí mismos, que resultar elegido en las urnas no conlleva una patente de corso? En aras de una higiene democrática mínima, su dimisión es obligatoria. Y, más, después de haber leido el atestado de la Guardia Civil.

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