martes, 27 de septiembre de 2011

EL SERVICIO A LA COMUNIDAD COMO VÍA DE REINSERCIÓN DE MENORES


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 27 de septiembre de 2011





Me ha llenado de sorpresa y, simultáneamente, de admiración, la lectura de una sentencia dictada por un juez de menores alemán mediante la que impone a una joven de dieciséis años una pena inédita: obligarla a comprar con su dinero un ejemplar del “Diario de Ana Frank”, leerlo y redactar un resumen que deberá presentar ante su Señoría en el plazo de diez días. La adolescente en cuestión, que comparte con la famosa chica judía la misma edad que ésta tenía cuando falleció, después de enormes sufrimientos, en el campo de concentración de Bergen-Belsen, fue detenida por la policía mientras, ayudada de un bote de spray negro, pintaba enormes cruces gamadas en muros y paredes.


El magistrado, que confiesa haber padecido noches de insomnio previas a la toma de su decisión, confía en que la lectura del libro sirva a la neonazi para conectar su perturbado universo con otra realidad que desconoce por completo, la de las consecuencias del nacionalsocialismo. En las sesiones del juicio, la peculiar artista callejera fue examinada sobre sus conocimientos históricos y, como era previsible, no supo responder a cuestiones tan básicas como qué fueron las SS, qué valores representa la esvástica o de qué modo ha influido la lacra del nazismo en los ámbitos social y político.


En todo caso, no es necesario desplazarse a Centroeuropa para encontrar especialistas en Derecho de Menores que defienden que el objeto de su condena no es meramente el castigo sino la educación y la rehabilitación implícitas. Entre todos ellos, destaca por su trascendencia mediática Emilio Calatayud, Juez de Menores de Granada que, debido a su mal comportamiento en la etapa juvenil, atravesó más de una vez las barreras de la legalidad. Quizá por ello, por saber mejor que nadie cómo redimir al delincuente, sea partidario de aplicar la fórmula menos habitual pero, al mismo tiempo, la más efectiva, que propugna que los delitos se pagan sirviendo a la sociedad.


Con la puesta en práctica de esta teoría, unida a las constantes invitaciones a escolares para visitar los Juzgados y presenciar in situ algunas vistas, este peculiar magistrado ha logrado reducir considerablemente la delincuencia de dicha provincia andaluza. Sus ejemplarizantes resoluciones van desde obligar a un pirómano a repoblar bosques hasta exigir a un hacker que imparta clases a estudiantes de informática, pasando por sancionar a un chiquillo agresivo a atender a inmigrantes llegados en patera u obligar a conductores borrachos a visitar a víctimas tetrapléjicas de accidentes de circulación.


Calatayud, con los datos en la mano, afirma que sólo un diez por ciento de los chavales que llegan a su despacho son carne de cañón, aunque admite que no siempre es fácil percibir la línea fronteriza que les separa del restante noventa por ciento. Dicho lo cual, y tras muchos años convirtiendo sus decisiones judiciales en auténticas lecciones de vida, tampoco duda en reconocer que ser un buen padre puede resultar sumamente complicado para todo el que no sepa ejercer la autoridad necesaria, exigencia perfectamente compatible con el amor incondicional hacia esos hijos que, mientras no cumplan los dieciocho años, están bajo la exclusiva responsabilidad paterna.


Tampoco hay que olvidar que existen casos que suscitan una gran alarma social, como los crímenes horrendos de Sandra Palo o Marta del Castillo, pero no es menos cierto que, en situaciones no tan extremas, el milagro de la redención a veces se produce. Al menos, es lo que atestiguan algunos expertos en la materia, sean alemanes, españoles o de cualquier otro país. Aunque sean demasiadas las historias tristes y muy pocas las que acaban en final feliz, creo firmemente que vale la pena luchar por éstas últimas. Porque mejorar la sociedad es tarea de todos.

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