domingo, 30 de octubre de 2011

SEMBLANZA DE EL HIERRO


El volcán duerme de nuevo. Retorna, quién sabe por cuánto tiempo, a su sueño atlántico. Tal vez una semana. Puede que un mes. Quizás un año. El futuro dirá. Su reciente y breve despertar ha colocado en el mapa del mundo a la fascinante isla canaria de El Hierro, una tierra que reúne la doble condición de ser la más pequeña y también la más joven de las siete Afortunadas, y la ha hecho visible para millones de habitantes del planeta.

La mancha verde que, surgida de las entrañas del océano, ha rodeado sus costas y provocado el desalojo de la población, ha situado en el punto de mira de la atención mediática a este paraíso de paz y tranquilidad que históricamente ha sido la isla del Meridiano, discreta y silenciosa, coloreada por el verdor de los pinos y la negritud de las lavas.

En mis tres lustros de estancia en Tenerife he tenido la inmensa fortuna de visitar el resto del archipiélago en su totalidad – La Gomera, La Palma, Gran Canaria, Fuerteventura, Lanzarote e, incluso La Graciosa- , pudiendo así disfrutar del carácter de sus gentes, contemplar sus paisajes inigualables, admirar sus sorprendentes singularidades,  degustar su exquisita gastronomía y apreciar sus tradiciones ancestrales.

Precisamente ahora, cuando el pueblo herreño atraviesa momentos de incertidumbre y se enfrenta a serios problemas como consecuencia de estos acontecimientos tan inesperados, rescato de mi memoria un viaje maravilloso que adoptó la forma de regalo de San Valentín. Mi amor no pudo elegir mejor destino para aquella celebración que un refugio a medio camino entre el sabinar y el faro de Orchilla. Jamás nuestros ojos han vuelto a ver unas puestas de sol semejantes.

Para mí, El Hierro es la belleza en estado puro, un marco perfecto para el romanticismo, el intenso sonido del silencio. Ruego al destino para que ni nada ni nadie lo cambie jamás. 

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