sábado, 21 de septiembre de 2013

NIÑOS DE PRIMERA, NIÑOS DE SEGUNDA


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 21 de septiembre de 2013

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 23 de septiembre de 2013


Me impacta la influencia que el destino ejerce sobre nuestras vidas desde el mismo momento en el que venimos a este mundo. Así, cuando salgo a la calle, leo la prensa o veo los telediarios me asombra constatar las desigualdades que conlleva el hecho de haber nacido en uno u otro país, dentro de un determinado seno familiar o bajo una concreta tesitura personal. Esta especie de siniestra lotería resulta aún más hiriente cuando los poseedores de los boletos son pequeños seres inocentes cuyo futuro queda marcado para siempre en función del número que les haya tocado en suerte o por desgracia. A veces, basta con cruzar de avenida para ser testigos de abismales diferencias entre chiquillos. Mientras unos carecen de opciones para acceder a tres comidas diarias o de recursos para adquirir los libros y el material escolar, otros alardean del último teléfono móvil que ha salido al mercado, al tiempo que tiran el bocadillo al contenedor porque no les gusta lo que hay dentro.

Las razones por las que fueron alumbrados son tan diversas como las que determinaron la negativa a otras gestaciones, tan distintas como los rostros de quienes les engendraron, bien a propósito, bien por accidente. En el caso de las mujeres, el mosaico lo forman desde las que no poseen instinto maternal a las que no conciben pasar por este mundo sin vivir la experiencia de la maternidad, o las que se quedan embarazadas a la primera, o las que llevan años de intentos frustrados, o las que deciden interrumpir su embarazo, o las que son víctimas del imperdonable robo de sus criaturas, o las que conforman una familia numerosa, entre otras. En cuanto a los hombres, están los incapaces de asumir su paternidad, o los que no saben ejercerla como es debido, o los que quieren a ese bebé cuyo destino se arroga en exclusiva su progenitora, o los que sólo admiten hijos biológicos, o los que están dispuestos a entregar todo su amor a niños que viven en la otra punta del planeta… Sería imposible referir uno a uno tantos y tantos modelos.

Me centraré en las circunstancias de Artiom, que lleva sus apenas dos años de existencia confinado en un orfanato de Vladivostok  y que el próximo 2 de octubre tiene que ver ratificada su adopción por parte de una pareja madrileña que ya le sintió como suyo desde antes de que sus miradas se cruzaran. Tristemente, a día de hoy les separa algo más que una distancia de 14.000 kilómetros. Les separa la polémica decisión de las autoridades rusas de paralizar desde el mes de agosto los juicios de adopción en países que, como España, admiten el matrimonio homosexual.  Unas 500 familias españolas, según estimaciones del Ministerio de Sanidad y Servicios Sociales, se han visto afectadas por una medida que sólo se retirará cuando ambos países firmen un convenio bilateral que están negociando desde 2009.

Mientras tanto, los futuros padres viven con angustia un conflicto administrativo que puede truncar sus ilusiones y los bebés continúan siendo carne de hospicio, tan vulnerables como esos chiquillos sirios aún expuestos a morir gaseados hasta que los mandatarios de turno de este planeta deshumanizado, entre conferencias y cumbres, banquetes y recepciones, se dignen a mover ficha. Cunas montadas, ropas colgadas en los armarios, peluches adornando las estanterías, silletas a la espera de dueño y, lo más importante, la posibilidad de que el primer derecho de todo niño -tener una infancia feliz- pueda hacerse efectivo, están en el aire por culpa de unas directrices políticas que, lejos de beneficiar a los ciudadanos, les arruinan el porvenir. Para llorar.




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