Hace
prácticamente cinco años que escribí por primera vez sobre el preocupante
fenómeno de los abuelos esclavos. Un lustro después, el problema, lejos de
menguar, aumenta con nuevas medidas como la que, calificándola de ¿moderna?, va a poner en práctica el
actual gobierno conservador británico.
Según el
ministro de Economía, George Osborne, los abuelos que trabajan en el Reino
Unido podrán compartir los días de permiso de maternidad y paternidad para
cuidar de sus nietos. El periodo de 50 semanas de baja que los padres y madres
pueden repartirse durante el primer año de vida de su bebé no se extenderá,
pero podrá compartirse con las generaciones anteriores. A través de esta vía,
permitirán mantener en el mercado laboral a personas que, de otro modo, lo
abandonarían casi seguro y de forma permanente. Por lo tanto, se mantendrá a
miles de personas en sus puestos de trabajo, lo que (afirman) es bueno para la economía.
No dudo
que estos miembros de la familia juegan un papel esencial en el cuidado de sus
nietos y ayudan a moderar los gastos que supone tener un hijo. Sin embargo, me
pregunto hasta qué punto es beneficioso para ellos mismos y también si han podido
asumir dicha opción desde la libertad u obligados por las circunstancias y por
el amor a sus vástagos. No sé cómo será el escenario en Gran Bretaña, pero en
España lo veo con nitidez, y así lo expuse en su momento:
“En
numerosas ciudades españolas se ha detectado en los últimos años un
considerable aumento de los denominados "abuelos esclavos". De todos
los miembros que integran la unidad familiar contemplada en sentido amplio,
ellos son quienes padecen con una mayor intensidad las consecuencias del nuevo
modelo de sociedad en que vivimos. Desde la incorporación de la mujer al mercado
laboral, el rol de los abuelos ha variado sustancialmente y no pocos se han
transformado en cuidadores habituales de sus nietos, hasta el extremo de
convertirse en auténticos padres sustitutos.
Este
fenómeno se manifiesta de modo preocupante, siempre que no se recurra a ellos
de forma ocasional y voluntaria sino permanente y obligatoria. En otras
palabras, esa colaboración resulta imprescindible para que la economía de sus
hijos no quiebre y, en consecuencia, su disponibilidad debe ser completa y,
sobre todo, gratuita. No cabe duda de que el contacto entre ambas generaciones
es sumamente positivo desde el punto de vista emocional, pero sería deseable
que no degenerara en una especie de pseudoempleo, con el consiguiente estrés
adicional asociado a su obligatoriedad.
No es
infrecuente encontrar hoy en día a personas de entre sesenta y cinco y setenta
y cinco años completamente desbordadas por esta nueva ocupación. Obsesionadas
por no defraudar las expectativas de sus propios vástagos, tal exceso de
responsabilidad les supone un lastre que puede llegar a provocarles trastornos
en la salud. Es una patología que los psicólogos ya han bautizado como
"síndrome del abuelo esclavo". Una jornada tipo suele iniciarse a muy
temprana hora llevando a los menores al colegio y/o a la guardería. A veces les
recogen al mediodía y, después de darles la comida que previamente han
cocinado, les devuelven nuevamente a los centros escolares hasta que finalizan
las clases. Después, vigilan sus juegos en calles y plazas y no es raro verles
fracasar en el intento de alcanzar a los pequeños cuando se arrancan en veloz
carrera. A última hora de la tarde, recalan en su domicilio para hacer la tarea
y allí acuden al rescate unos padres habitualmente cansados, que limitan su
diario contacto paternofilial a la hora del baño y de la cena y, así, hasta el
ansiado fin de semana.
Reflexionar
sobre esta compleja realidad debe constituir el punto de partida para la
búsqueda de un equilibrio que beneficie a las tres generaciones, aunque la
máxima responsabilidad de que esta relación a tres bandas funcione
correctamente recae sobre la segunda. El cuidado de los niños de forma
organizada y saludable puede ser una motivación para quienes afrontan las
últimas etapas de la vida, pero siempre y cuando no descuiden sus propias
necesidades. Con una jubilación más que merecida tras décadas de trabajo, están
en su perfecto derecho a gozar de tiempo libre, frecuentar amistades, practicar
deportes o, sencillamente, no hacer nada. Es injusto que a esas edades siga
recayendo sobre sus espaldas la misión de una nueva crianza infantil que no les
corresponde ni por obligación ni por devoción”.
Personalmente, es una opción que sigue sin convencerme pese al tiempo transcurrido, aunque entiendo que más de uno y de una se acojan a ella, incluso a su pesar.
Personalmente, es una opción que sigue sin convencerme pese al tiempo transcurrido, aunque entiendo que más de uno y de una se acojan a ella, incluso a su pesar.
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