Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 9 de octubre de 2015
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 14 de octubre de 2015
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 14 de octubre de 2015
La parlamentaria irunesa Arantza Quiroga, máxima mandataria del actual PP vasco, se ha descolgado esta semana con una iniciativa que a muchos ciudadanos, entre quienes me incluyo, nos ha llenado de estupor e indignación. Cuando apenas faltan un par de meses para una nueva convocatoria a las urnas, la presidenta de los populares de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya ha vuelto a poner en duda la postura que mantiene su formación política respecto a ETA y a las diferentes siglas con las que la banda terrorista se ha hecho hueco en las distintas instituciones del País Vasco y Navarra. Y lo ha hecho, al parecer guiándose por cálculos electorales, presentando una inexplicable moción en el Parlamento de Vitoria, con el ánimo de acordar una serie de principios básicos de convivencia que incluya a todos los grupos con representación en la Cámara, a los que a partir de ahora ya no se exigirá la condena sino la deslegitimación del terrorismo.
Ni que decir tiene que la salida de pata de banco de la bienintencionada lideresa ha tenido un recorrido horario inferior a un día y no es para menos. Aun así, Bildu ha rentabilizado a su favor tan escaso lapso de tiempo para apuntarse el tanto y manifestar que se trata de "un buen punto de partida, un texto sobre el que se puede trabajar para hablar de paz, convivencia, normalización política y libertad, y avanzar hacia nuevos escenarios". Por su parte, la mayoritaria Asociación de Víctimas del Terrorismo ha emitido un durísimo comunicado exigiendo la desautorización de la promotora de la medida quien, por supuesto evitando la autocrítica, ha procedido muy a su pesar a dar marcha atrás a su lamentable planteamiento, quejándose amargamente de que se han malinterpretado sus palabras.
Personalmente, creo que los conceptos condena y deslegitimación no significan lo mismo ni por lo más remoto, y sospecho que a los casi mil muertos que descansan en los camposantos de toda España, así como a sus familiares y amigos, les sucederá lo mismo que a mí. En mi opinión, rebajar las exigencias semánticas y ampararse detrás de ese eufemismo indefinido que es el rechazo a la violencia me parece, a estas alturas de la Historia, un auténtico escándalo. Para este viaje, no hacían falta alforjas. Si se trataba de pasar por el aro, mejor lo hubieran hecho hace décadas, con el consiguiente ahorro de sangre vertida y dolor infligido. Y, de paso, yo no tendría almacenadas en mi disco duro determinadas imágenes que algunas noches pueblan mis pesadillas.
Como las del jefe de la Policía Foral José Luis Prieto, asesinado cruelmente a la salida de misa, y con cuyo cadáver todavía caliente me topé cuando, con diecisiete años, iba al encuentro de mis amigas para dar una vuelta una tarde de sábado. O como las de dos guardias civiles cuyo vehículo saltó por los aires mientras yo dormía, con mi consiguiente sacudida sobre la cama, quedando esparcidos sus cuerpos entre las ramas de varios árboles que podían verse desde mi balcón, junto a los operarios que durante horas fueron depositando los restos mortales de ambos jóvenes en bolsas de plástico.
Por lo tanto, no es sólo la violencia en general la que se debe rechazar sin ambages. Son cada uno de los crímenes atroces que se han ido encadenando a lo largo de medio siglo los que necesitan ser reconocidos y reparados. Sólo entonces habrá posibilidad de una auténtica reconciliación social en un territorio tan castigado por la violencia ciega. No se trata de venganza ni de inmovilismo. Tampoco de rencor. Se trata de justicia. Ni más ni menos.
Después de semejante tiro en el pie, la señora Quiroga debe dimitir urgentemente. Un error tan grave no puede subsanarse ni con una excusa vacua ni con un perdón ausente de arrepentimiento. Esta penitencia sólo puede cumplirla entre las cuatro paredes de su domicilio.
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