martes, 27 de septiembre de 2016

DOPAJE MORAL






Leo con perplejidad en un magazine de fin de semana que ya están en la senda de la comercialización las “pastillas para ser mejor persona”. Tal cual. Así lo cree, al menos, un grupo creciente de científicos y filósofos que plantean una tesis revolucionaria: el futuro de la humanidad pasa por sintetizar drogas que nos ayuden a tal fin. Se afirma en el citado reportaje que primero fue el dopaje deportivo -para mejorar el rendimiento físico-. Luego llegó el dopaje cognitivo -para aumentar nuestra eficacia en el trabajo o los estudios-. Y ahora la nueva frontera es el dopaje moral -fármacos que nos vuelven más pacientes, más tolerantes y más empáticos-. 

Dichos expertos defienden que no se trata de ciencia-ficción, sino de una realidad tangible. De hecho, ya existen numerosos compuestos que afectan a nuestra toma de decisiones de tipo ético (antidepresivos, anfetaminas, hormonas...) y en el futuro seremos capaces de utilizar tales sustancias con una precisión cada vez superior. El ejemplo más diáfano de las bondades de estos tratamientos se personifica en los psicópatas. Su trastorno es tan fácil de describir como peligroso para la sociedad. Son incapaces de empatizar con sus semejantes. Pero los últimos experimentos con técnicas como la estimulación cerebral indican que su déficit podría paliarse en breve. Lo mismo ocurre con quienes, por ejemplo, sufren ataques de ira y cometen acciones de las que luego se arrepienten. 

En realidad, no es un fenómeno tan nuevo como pudiera parecer. Ni siquiera hace falta imaginar escenarios tan extremos. El caso más evidente es la castración química de delincuentes sexuales a cambio de una reducción de su condena. Mediante inyecciones de fármacos que reducen su libido, consiguen controlar la conducta reprobable de abusar de sus semejantes. También se dan casos ajenos al ámbito penal, como el de los niños que padecen trastornos de atención, a quienes las pastillas, además de tratar su enfermedad, mejoran su comportamiento. 

En todo caso, el dopaje moral aún está dando sus primeros pasos y todos los investigadores coinciden en indicar que un fármaco así es una utopía. Ni los más visionarios creen factible sintetizar un compuesto que anule por completo la inmoralidad, pero sí que habrá drogas que ayudarán a controlar los instintos más “innobles”. La cuestión es calibrar si cuando una droga altera la capacidad de tomar decisiones se sigue siendo libre. Sus defensores no lo dudan. No entienden de tantos escrúpulos. Afirman que te hace todavía más libre y que, en vez de ser presa de los instintos, se tiene margen para comportarse de acuerdo con los valores íntimos. Sin embargo, otros critican que ahorren el esfuerzo cotidiano de actuar éticamente. 

En lo que todos están de acuerdo es en reconocer los incalculables efectos secundarios de una medicación tan compleja. Todo pasaría por garantizar la voluntariedad de su uso y, sobre todo, por admitir que nunca existirá una pastilla que convierta en santos a los seres humanos. Porque hay instintos que ningún compuesto químico, por avanzado que sea, logrará aplacar jamás.

2 comentarios:

  1. Muy interesante, Myriam. En el fondo somos química, ya sea inducida o natural, pero si dejamos volar la imaginación somos lo que comemos y el resultado de lo que el entorno condiciona. Antes se buscaba el elixir de la eterna juventud y ahora parece ser que el de la bondad. Ideales o idealizaciones de una realidad poco cierta.
    un abrazo querida bloguera

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  2. Muchas gracias por tus certeras palabras, amiga. Siempre suman y mueven a reflexión.

    Un beso y feliz fin de semana.

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