Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 24 de febrero de 2017
El fundado temor ante la rápida progresión de la inteligencia artificial ocupa
desde hace tiempo el estudio y la observación de expertos de todo el mundo.
Desde el Foro Económico Mundial se augura en el próximo lustro la destrucción
de siete millones de empleos en los quince países más desarrollados del planeta
y desde algunas instituciones ya se trabaja en los escenarios venideros que
crearán los androides dentro de las sociedades avanzadas. No es ninguna película
de ciencia ficción y, por eso mismo, los líderes en el campo de la innovación
coinciden en asegurar que este debate no puede esperar más. Las autoridades
políticas y científicas, pues, han de estar preparadas antes de que sean los
propios robots quienes se conviertan en sus interlocutores al otro lado del
tablero de juego.
En esta carrera contra el auge de las máquinas se enfrentan dos
contrincantes. Por un lado, las tecnologías inteligentes, es decir, esos
autómatas de nueva generación que sustituyen a personas de carne y hueso y que
vislumbran acabar con millones de puestos de trabajo. Por otro, los programas
informáticos con sus correspondientes asistentes virtuales, que llevan a cabo
las tareas administrativas que hasta ahora desempeñaban hombres y mujeres.
Menos mal que, como hay estadísticas para todo y para todos, parece que son muy
pocas las ocupaciones que podrán ser totalmente automatizadas a corto y medio
plazo, lo que, a la vista del actual panorama laboral, supone un alivio
considerable.
No obstante, la pregunta a plantear es si se crearán suficientes empleos
capaces de absorber a esos colectivos de profesionales que se verán condenados a
perder el suyo, sustituidos por un ordenador o un humanoide. Todavía no se ha
alcanzado ni por asomo la cota máxima de evolución tecnológica, pero ya se van
apreciando fenómenos como el notable aumento de parados de larga duración, para
quienes los sucesivos Gobiernos habrán de replantearse fórmulas e iniciativas
como, por ejemplo, la tan traída y llevada renta básica -con sus luces y sus
sombras-. Otra de las sugerencias más polémicas consiste en la imposición de
una tasa equivalente a una cotización, que nutra la Seguridad Social y
garantice el mantenimiento del Estado del Bienestar. En otras palabras, que las
empresas aporten una cantidad económica por robot destinada a pagar las
pensiones.
Algunos no han tardado en tildar esta propuesta de disparate, pero auténticos
visionarios como Bill Gates se han mostrado alineados con el razonamiento. Lejos
de todo pesimismo, el fundador de Microsoft no cree que el pago de un impuesto
de estas características desincentive las ansias de innovar. Por el contrario,
cree que la automatización de muchas tareas arduas o que acarrean un elevado
gasto a nivel sanitario servirá para impulsar otros ámbitos de servicios (como el
relativo al cuidado de las personas mayores), que requieren ineludiblemente de
rasgos como la humanidad y la empatía.
También resulta deseable desarrollar programas de formación dirigidos a
individuos con bajo nivel de cualificación, a fin de insertarlos posteriormente
en las modernizadas esferas productivas, dado que se trata de perfiles que
carecen de habilidades digitales y cuyo desconocimiento en estas materias puede
incrementar todavía más la desigualdad social. Se impone asimismo iniciar estos
proyectos desde la más tierna infancia en los centros educativos y preparar a
los niños en las competencias necesarias para habitar en este mundo cada vez
más mutable, haciendo especial hincapié en su educación emocional y de valores.
En este sentido, me entristece constatar que, a la opción existente de adquirir
un amante sintético (algún que otro empresario ya se está forrando con el
negocio), dentro de nada se añadirá la de la utilización de androides con idéntica
finalidad. Desconozco si el alma vendrá incluida en el lote aunque, habida
cuenta que veintiún gramos es un peso lo suficientemente escaso como para no
incrementar los costes de distribución, no lo descartaría yo del todo. Cosas
del “progreso”.
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