Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 7 de abril de 2017
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 7 de abril de 2017
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 7 de abril de 2017
Pasan los años, los lustros y las décadas, pero los españoles continuamos encorsetados por unas reglas de juego político claramente inapropiadas para el progreso de cualquier sociedad que se precie. Con el vigente sistema parlamentario, los ciudadanos elegimos a nuestros representantes en el Parlamento y en las corporaciones locales. No lo hacemos directamente ni a los Presidentes de los Gobiernos (ya sea el Central o los Autonómicos) ni a los regidores de los Ayuntamientos. Esas ulteriores designaciones se dejan en manos de los diputados y concejales salidos de las urnas, con la esperanza vana de que sus pactos constituyan un fiel reflejo de la voluntad popular. Sin embargo, abundan ejemplos muy significativos de que dicha traslación no se lleva a cabo con el rigor que cabría esperar.
Sin ir más lejos, en nuestro archipiélago canario somos especialistas en constatar cómo las siglas más votadas son desterradas a la oposición a consecuencia de un posterior pacto entre las fuerzas perdedoras, de tal manera que Coalición Canaria siempre ejerce la labor gubernamental sin haber ganado nunca las elecciones. Pero mientras no se proceda a la reforma de este sistema electoral tan tremendamente injusto y desproporcionado que padecemos (tal y como está quedando de manifiesto en las comparecencias de los miembros de la Comisión Parlamentaria de Expertos creada a tal efecto, y que están teniendo lugar a lo largo de las últimas semanas), viviremos anclados en unas fórmulas caducas con el único argumento de que son legales y legítimas.
Profundizando en la máxima de que no hay peor ciego que el que no quiere ver, nuestra actual normativa electoral ha permitido gobernar a las minorías como si fuesen mayorías o, al menos, influir como si contaran con un respaldo popular del que, en realidad, carecen. Así, los partidos nacionalistas se han comportado en el Congreso de los Diputados como si fueran grandes partidos de masas. Semejante paradoja se ha consentido exclusivamente por la nula visión de quienes, no habiendo obtenido una mayoría suficiente para conformar los distintos Ejecutivos -PP y PSOE, PSOE y PP- se han empecinado sistemáticamente en lanzarse en brazos del nacionalismo con el único fin de asegurarse unas legislaturas cómodas. Y es justamente de ahí de donde provienen los males que continuamos sufriendo a día de hoy y que no tienen visos de sanar como es debido.
Como muestra de que cuando existe voluntad política todo es posible, ha habido momentos en nuestra Historia reciente en los que ambos partidos mayoritarios y antagónicos (todo parece indicar que Podemos ocuparía ahora ese segundo puesto) han sido capaces de obviar sus diferencias y aliarse en aras del bien común y el interés general de la ciudadanía. Uno de los más relevantes fue la unión entre el Partido Socialista de Euskadi y el Partido Popular del País Vasco para sustituir al PNV, que ostentaba el poder en su Comunidad Autónoma desde la Transición. Ya por aquel entonces se escucharon voces favorables a reeditar la misma alianza en el Ejecutivo canario pero, hasta la fecha, tal milagro no se ha producido.
Sea como fuere, mientras no se reforme la nefasta Ley Electoral de nuestro archipiélago, o se instaure la segunda vuelta, o se apueste por otra fórmula en la que el pueblo elija directamente a sus gobernantes, las fuerzas que concitan los mayores apoyos por parte de los votantes estarán eternamente condenadas al enfrentamiento entre sí y a la estrategia del desgaste del contrario con el fin de aspirar a una cuota de poder.
Urge, pues, reconsiderar la esencia misma de unos partidos políticos que, a todas luces, no están sirviendo para lo que en origen fueron creados. Decía el presidente norteamericano Theodore Roosevelt que “una gran democracia debe progresar, o pronto dejará de ser o grande o democracia”. Mucho me temo que la nuestra, no sólo no es grande, sino que dista cada día más de ser una Democracia de Primera.
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