Leo en un blog jurídico la reflexión de un compañero
que quiero compartir.
Cuando un cliente entra en el despacho de un abogado y
cuenta su verdad, la misión de este es creerle e intentar que, a lo largo de
las distintas entrevistas, le cuente
“toda la verdad”. Es terrible que vayan apareciendo durante el procedimiento determinados
hechos que debieron ser comunicados a su letrado por su trascendencia en relación
a las medidas que deberían adoptarse.
La labor del defensor será llevar al Juez al
convencimiento de que esa verdad que se plasma en la demanda es la auténtica. Para
ello hay que desplegar toda la actividad probatoria que sea necesaria, ya que
esos relatos, de no ser admitidos por la parte contraria, no tienen valor
probatorio alguno.
La cuestión es que esa contraparte igualmente tiene su
verdad y, posiblemente, esté convencida de que también es la auténtica, porque
un mismo hecho puede verse desde distintas ópticas. Ciñéndonos al ámbito familiar, qué fácil sería si la vida
de la pareja se hubiese grabado en video, como en la película “El show de
Truman”. Ya no haría falta juicio, puesto que su Señoría poseería un
conocimiento perfecto de los acontecimientos y se situaría en una inmejorable
situación para dictar las medidas.
Lamentablemente, esto no pasa en la realidad. Siguiendo con
el símil cinematográfico, una demanda equivaldría a un trailer en el que la
parte actora recopila los momentos concretos que justifican las medidas que
solicita. Pero la contestación a la demanda sería también otro trailer de otro
largometraje que en nada se parece al de la parte contraria. Unos mismos actores
para dos versiones distintas.
En definitiva, aquello que se logre acreditar en el
procedimiento va a determinar la verdad judicial, que puede ser distinta de la
real pero que, al mismo tiempo, es la única que se juzgará. De ahí la desazón
de muchas personas cuando constatan que las sentencias no les dan la razón,
pese a que ellas tienen muy claro lo que realmente pasó. Esta es la vertiente amarga de nuestra profesión. La que
te recuerda que no basta con tener la razón sino que, además, te la tienen que
dar.
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