viernes, 22 de diciembre de 2017

MI NEGATIVA AL USO DE LOS TELÉFONOS MÓVILES EN LOS COLEGIOS



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 22 de diciembre de 2017

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 12 de enero de 2018




Conforme voy sumando calendarios a mi vida, no puedo por menos que seguir confesándome una antigua en relación a ciertos temas. Quien me conoce sabe de mis dificultades de adaptación al progreso tecnológico, que cursan paralelas a mi falta de interés hacia la materia. He mantenido el mismo móvil durante años, otorgándole una utilidad que se reduce a mandar mensajes, telefonear, contestar llamadas y colgar. Apenas hago fotos, dada mi poca destreza para las manualidades y, para rematar la faena, me cuesta un mundo diferenciar entre Smarts, Ipads, Ipods, Iphones y esa infinita selección de artefactos de última generación que me producen una inevitable ansiedad.

Recuerdo que hace ya algunos años leí un artículo en el que se facilitaban una serie de pautas para distinguir a un nuevo tipo de enfermos denominados nomofóbicos. Esta patología, cuyo origen etimológico proviene de los términos ingleses “No-Mobile-Phone Phobia”, viene siendo objeto últimamente de estudios psicológicos y no es para menos, si quiera porque sus afectados están aumentando de manera imparable. Dichas víctimas, cada vez más numerosas, presentan una dependencia total del teléfono móvil y no contemplan su día a día sin ese pequeño aparato convertido en un apéndice de su propio cuerpo. 

Los síntomas que presentan son múltiples y se traducen en comportamientos diversos, como volver a buscarlo a casa en caso de olvido porque el miedo irracional a salir a la calle sin él les paraliza. O adquirir un cargador nuevo si se quedan sin batería, prestos a enchufarlo en la primera clavija disponible. O no acceder a locales sin cobertura garantizada y, si no les queda otro remedio, salir al exterior continuamente para hacer las comprobaciones oportunas. O no apagar jamás el terminal, colocándolo en “modo vibración” y observándolo sin descanso cuando se aventuran a acudir al cine o a cualquier otro espectáculo. O estar operativos y localizables las veinticuatro horas del día, incluso después de acostarse.

Los especialistas están constatando que tan moderna esclavitud aumenta la agresividad, la dificultad de concentración y la inestabilidad emocional de quienes la padecen. Por ello, recomiendan particularmente a los padres que, a modo de prevención, eviten que sus hijos dispongan de conexión a la red desde su habitación y establezcan unos horarios adecuados para el uso racional de los citados dispositivos. Pruebas recientes avalan asimismo que, cuantas más prestaciones posea el terminal, más aumenta el fanatismo de su usuario. De hecho, alertan que las redes sociales se están convirtiendo en una auténtica droga debido a la adicción que generan, llegándose a equiparar sus efectos a los de las sustancias más convencionales.

Al parecer, carecer de móvil (sobre todo en la etapa juvenil) conlleva un apagón comunicativo prácticamente absoluto, pero es precisamente en este contexto en el que comparto la decisión que tienen previsto adoptar las autoridades educativas francesas de prohibir su uso en los colegios. A tal efecto, se habilitarán unas taquillas para que los dispositivos permanezcan depositados hasta que termine la jornada lectiva. Estoy plenamente de acuerdo con dicha medida porque jamás he entendido la necesidad de que los alumnos utilicen teléfonos durante el horario escolar (recreos incluidos), ni siquiera como herramienta de consulta. Más bien sería preciso brindar otras alternativas que no inviten a su empleo para fines no pedagógicos y, menos aún, a la dispersión. 

No es infrecuente contemplar patios donde los niños ya no juegan ni hablan entre ellos sino que, cada vez a edades más tempranas, consultan el móvil continuamente. Por esta razón, el ministro galo de Educación se refiere al presente fenómeno como una cuestión de salud pública y alerta a madres y padres de los peligros que comporta semejante obsesión. Visto lo visto, declaro mi fobia a la nomofobia y abogo por un modelo de relaciones interpersonales más presencial y menos virtual, en cuyo ámbito recuperemos algunos de los rasgos que nos definen como seres humanos.



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